El Placer
Hasta dónde llega el placer
Cómo, por qué y cuándo se siente amor. Neurólogos, bioquímicos y hasta antropólogos se han adelantado a los sexólogos para encontrar los orígenes y los límites del placer.
¿Cuánto placer se puede soportar? La pregunta parece un poco contradictoria, pero, curiosamente, la han respondido con fruición los seguidores del PNL (Programación Neurolingüística), para afirmar que “todo el que se venga”; los grupos de apoyo de adictos anónimos que, ya recuperados, reconocen que el placer es efímero porque no hay cuerpo que lo resista, y hasta los hedonistas más riesgosos, gozosos admiradores de Sade y promotores del bondage pornográfico dela Web, que asocian la respuesta a la intensidad del dolor masoquista.
Si el placer es una sensación asociada a la satisfacción, tendría que ser más que benéfico tenerlo por mucho tiempo. Pero, no. Según algunos científicos, biológica y evolutivamente mujeres y hombres estaríamos diseñados para mediar la felicidad, que no es propiamente el resultado del deleite más placentero, según los resultados de las investigaciones más recientes sobre amor y sexo.
Igual que si se bebe agua es porque se tiene sed, y gozamos al calmarla, para luego, una vez saciada, ni percatarnos que el placer desaparece; tanto el cerebro como todo el sistema nervioso y hormonal del cuerpo están dispuestos para invertir sus recursos biológicos en la oferta y la demanda de placer. De hecho, ese estado neutro—que no es la necesidad de agotar la sed, ni el gozo de calmarla, ni de saciarla por completo— significa la felicidad, según lo identifica el fisiólogo canadiense Michel Cabanac.
Si bien cuando se menciona ‘sexo’ diferentes y variadas imágenes se asocian a la palabra, la mayoría de ellas aluden a las diferencias hembra/macho, a tal punto que sus representaciones simbólicas surgen de las características anatómicas. Para quienes asocian sexo con reproducción, los biólogos y zoólogos les recuerdan que cuando la clave de la supervivencia se halla en la reproducción, generalmente se prescinde del sexo y se utiliza la partenogénesis.
O sea, quienes vinculan el placer a la idea del sexo, sacan a relucir sus genes de evolucionados mamíferos, que para la supervivencia de las futuras generaciones requiere amamantar la imagen de ternura que les llega al pensar en los recién nacidos y sus madres y padres protegiéndolos; o en el ejemplar del sexo opuesto con el que se abrazan y dan caricias antes, durante y después de lo que les plazca.
De esta manera, el placer, el amor y la ternura son dimensiones para la vivencia plena de la sexualidad, como parte de la felicidad humana. Y así al corazón se le haya acusado de todo lo bueno y de todo lo malo, y si bienes cierto que el pecho puede llegar a doler debido a cuestiones sentimentales, hoy la ciencia sabe que el aceleramiento de las palpitaciones es un efecto y no la causa del amor.
El amor se produce en la cabeza y los sentimientos están escritos en la biología humana. Así lo demuestra la antropóloga estadounidense Helen Fisher en el libro Por qué amamos:el amor es una interacción de sustancias en el cerebro, un complejo mecanismo de adaptación que, con todas sus manifestaciones, forma parte dela evolución de la especie.
Fisher llegó a estas conclusiones através de un laboratorio con 839 enamorados. A los encuestados de Estados Unidos y Japón los introdujo en un aparato de resonancia magnética funcional que permitía tomar imágenes de la actividad cerebral y establecer las sustancias asociadas con los sentimientos. Fisher descubrió que una de las áreas donde se produce el amor, los estímulos y las motivaciones es el núcleo caudato, evolutivamente la zona más antigua del cerebro humano—originario de los reptiles de hace 56 millones de años—.
Otra área involucrada en el amor es la tegmental ventral, donde se produce la dopamina, el neurotransmisor que controla la atención, la motivación y el cumplimiento de objetivos. Cuando encontramos a la persona deseada, el cuerpo entra en ebullición. El cerebro ordena a las glándulas suprarrenales que aumente la producción de adrenalina, esto tiene como consecuencia que sintamos temblor de piernas, aceleración del corazón, respiración fatigosa y pupilas dilatadas.
En las reacciones emocionales hay electricidad (descargas neuronales) y hay química (hormonas y otras sustancias que participan). Ellas son las que hacen que una pasión amorosa descontrole nuestra vida y ellas son las que explican buena parte de los signos del enamoramiento. A través del sistema nervioso el hipotálamo envía mensajes a las diferentes glándulas del cuerpo para secretar noradrenalina que aumenta la presión arterial y libera grasas y azúcares para aumentar la capacidad muscular.
El verdadero enamoramiento parece ser que sobreviene cuando se produce en el cerebro la feniletilamina, compuesto orgánico de la familia de las anfetaminas también presente en el chocolate. Además, se activan las glándulas sudoríparas, y nos ponemos colorados porque nuestro cuerpo genera más glóbulos rojos con el fin de mejorar el transporte de oxígeno y las pulsaciones pueden llegar a 130 por minuto.
Cuando el deseo excita a un hombre y a una mujer, sus niveles de testosterona se incrementan. Para satisfacer la necesidad de estar juntos y alcanzar la felicidad —o sea enamorarse—, la feniletilamina, la dopamina, la norepinefrina, la serotonina, la oxitocina y la vasopresina modulan sus funciones y llegan a fluir con el placer que hace al amor. Si se concreta el encuentro sexual y se llega al orgasmo, se podrá concluir que cada cual ha tenido una sensación sumamente agradable, producto del aumento de testosterona y la disminución consiguiente de serotonina.
El cielo es el límite
Este es el punto de vista científico sobre el amor. ¿Satisfechos? Probablemente no. Para la mayoría de la gente, el amor siempre será más que la suma de sus partes. Es una combinación de cuerpo y alma, de realidad e imaginación, de poesía y feniletilamina. Pero nuestra capacidad para gozar tiene unos límites naturales, y el cerebro trata de que no los rebasemos.
El placer es efímero, por eso no existe el orgasmo perpetuo. Pero, ¿se pueden forzar o estirar las fronteras del gozo? Sí. De hecho, eso es lo que hacen las drogas; pero, a la larga, puede ser un recurso más contraproducente que recomendable. George Koob, neurocientífico del Instituto Scripps Research de La Joya (California, E.U.), compara el sistema del placer con un banco. “Si sacamos demasiado dinero de nuestra cuenta, se gastará rápidamente.
Con el placer ocurre algo similar: si abusamos, se agota”. El placer es, en esencia, un sistema de recompensa que guía las acciones y ‘premia’ al satisfacer las necesidades básicas. Pero el cerebro pone en marcha unos mecanismos que limitan la duración y la intensidad de la sensación placentera, tal y como explica Koob —el mismo que ha tratado de encontrar una terapia farmacológica o ‘vacuna’ contra la adicción a la cocaína—:“El hecho de que el cerebro ponga límites al placer tiene una función muy clara: si no lo hiciera, las especies estarían enpeligro”.
El péndulo del placer
Y son dos los mecanismos que evitan que el éxtasis se desboque. El primero consiste en reducir los niveles de dopamina y endorfinas, los neurotransmisores responsables de las sensaciones de placer. Y el segundo, en elevar los niveles de estrés. La combinación de ambos provoca la sensación de saciedad sobre el placer. Unárea del cerebro llamada corteza orbitofrontal (COF), localizada en la parte posterior de la órbita de los ojos, contiene las neuronas que reaccionan a los estímulos, pero también calcula cuándo se ha logrado bastante placer, y es, por tanto, responsable de que, al cabo de un tiempo, cualquier sensación agradable pierda su atractivo y provoque la sensación de saciedad.
Placer limitado, dolor sin fronteras Así, hombres y mujeres comparten una línea de partida para experimentar placer, pero a la que siempre se retorna cuando estas sensaciones desaparecen. A criterio de Koob, elexperto en adicciones, el gozo es una sensación limitada. Así, un orgasmo dura lo que tiene que durar. Evidentemente, los umbrales del placer no son los mismos en cada individuo y pueden aumentarse por el uso de drogas; pero aun así, seguirá siendo limitada.
“Podemos tener placer siempre que queramos —dice Koob, quien ha sido refutado por afirmar en otro estudio que fumar puede proteger al cerebro de enfermedades neurológicas como Alzheimer y Parkinson—, pero nunca será intenso todo el tiempo”.
Otro investigador estadounidense, David Borsook, ha demostrado que el placer y el dolor nacen en el mismo lugar del cerebro, el Nucleus accumbens. Con un agravante: las sensaciones negativas son estimuladas con mayor intensidad y perdurabilidad que las placenteras. Asunto que varios neurólogos asocian a las incursiones de dolor que algunos pacientes manifiestan como necesario para poder disfrutar de un deleite memorable.
Pero más allá de cualquier explicación científica, no sepuede hablar de sexo desde otro lugar que no sea el de la propia experiencia. El cuerpo está hecho con gran capacidad sensorial y sensual. Al estimular los sentidos y órganos para el placer, el enriquecimiento erótico deja de ser materia de curso teórico, y ensayar logra una espiral constante, pues su aprendizaje dura toda la vida si subsiste el interés y es entendido como un proceso con la pareja o con cada nueva pareja, dada la subjetividad del placer.