Relaciones Sexuales

Los matapasiones

Antonio García Ángel , 13/3/2012

Cuando la inseguridad, la torpeza y la mala comunicación se apoderan del sexo, aparecen los matapasiones. El antes, durante y después de esos tristes primeros encuentros, que acaban siendo el último.

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Los hombres parecen tener un talento natural para echar a perder la pasión, pues cometen errores infantiles, tienen descuidos e indelicadezas, son torpes en palabra, obra y omisión. Pero no siempre: a veces se debe a la participación femenina, tan sutil pero tan certera. La pasión tiene un puntal masculino y otro femenino que así como la sostienen pueden derrumbarla, pues ésta es permeable a otras emociones. 

Cuando el miedo, la frustración o la inseguridad ocupan el lugar de la pasión, todo queda reducido a un par de cuerpos tratando de evocarla, el sexo se vuelve triste y el primer encuentro puede ser el último. La pasión no coincide necesariamente con lo que es estable, fijo, permanente; tiene que ver más con el acontecimiento, el consenso, el diálogo, el esfuerzo por ser capaces de captar las necesidades del otro. 

El abismo de incomunicación que existe entre los sexos se acorta en el territorio neutral del lecho, que es la patria de las pasiones. A continuación, algunos ejemplos de lesa sensualidad que, más que acusar, pretenden cerrar el abismo y abrir la comunicación.

Antes 

Rodrigo llegó a su apartamento con una sensación parecida a la derrota. Venía de la casa de Raquel, una mujer muy atractiva con la que antes había salido un par de veces. Se besaron largamente en el sofá, pero cuando la situación parecía conducir al sexo, merced a los vaivenes del deseo, él descolgó su chaqueta del perchero y se fue balbuciendo cualquier excusa. 

No habían terminado la botella de vino y las velas apenas estaban a la mitad. ¿Qué le había sucedido?, se preguntaba, indeciso sobre si llamarla, regresar de improviso o no volver a verla más. Lentamente las ideas se fueron ordenando en su cabeza, y encontró en Raquel explicación para la súbita partida por la que antes había estado recriminándose.

Durante la cena llegaron al tema de sus relaciones anteriores; Raquel le había contado sobre un amante de quien añoraba proporciones y desempeño que Rodrigo podría difícilmente igualar. Freud decía que en cada relación intervienen por lo menos cuatro personas: dos presentes y los respectivos fantasmas del pasado; pero Raquel había llevado de la mano a su fantasma sexual y lo había sentado entre los dos, arrojando un dardo en el centro de la quebradiza autoestima masculina, que, hay que decirlo, no pertenece exclusivamente a Rodrigo sino a la mayoría. Aparte, le había confesado que durante un corto noviazgo había atravesado un periodo de anorgasmia frustrante.

Rodrigo debía cargar, si seguía adelante, con dos pianos, no sobre la espalda sino sobre otra superficie más endeble y eréctil. La sicóloga canadiense Gabrielle Sein, en su libro Sexual Behavior, afirma que el hombre siente que su virilidad depende en gran medidade su desempeño sexual. Las comparaciones son odiosas, pero para los hombres pueden ser paralizantes; además, el orgasmo muchas veces es entendido por hombres y mujeres no como un derecho de éstas sino como una obligación de aquéllos. Tal vez si Raquel no hubiera hablado de eso...

Pero dejemos a Rodrigo lamentándose en su habitación y a Raquel acabándose el vino en la sala de su casa, junto al fantasma que sólo podrá satisfacerla en el recuerdo, y pasemos a Miguel, quien ciertamente está en una situación peor: invoca todas las imágenes sexuales que ha acumulado en su vida, se encomienda a las divinidades que puede recordar, suplica a la carne flácida por un poco de consistencia y finalmente se rinde ante la imposibilidad de lograr una erección, aun a pesar de estar frente a quien considera la mujer más hermosa que ha visto jamás. 

Ella le acaba de decir que lo va a devorar, que es una máquina de sexo insaciable, y en un ataque felino lo ha despojado de sus ropas. Mala jugada: lo que pretendía inflamar la pasión ha desinflado los medios para consumarla, pues Miguel, a punto de ser devorado, piensa en la tarea épica de saciar a la insaciable. 

Podríamos achacarle a él la culpa, pues no hay nada de malo en queuna mujer muestre su deseo activamente, y en todo caso otros, en su lugar, no se habrían intimidado; pero Miguel no es un mal amante, sólo estaba empezando a tomarse confianza. 

La sicóloga Mariana Jaramillo dice al respecto que las conductas sexuales demasiado agresivas, cuando no existe un conocimiento previo de la pareja, pueden inhibir las respuestas corporales: “Los hombres piden más ternura de la que aparentan necesitar. Talvez si lo hubiera hecho en una segunda ocasión...”

Mientras Miguel se deshace en esfuerzos vanos, ocupémonos de Francisco, quien lleva seis meses divorciado y había permanecido solo hasta que conoció a Amanda, ahora semidesnuda a su lado preguntándole “¿Qué significo para ti?”, “qué va a ser de nosotros después de acostarnos?”, etc. Francisco no sabe qué responderle, pues no tiene certezas. 

Si bien existen sentimientos de por medio,considera que el sexo no es valor de cambio. “Hoy, la denuncia de la ‘mujer–objeto’ ha dejado de ser una receta y no tiene verdadero eco social. Las mujeres han conquistado el derecho al voto, el derecho al sexo, a la libre procreación y a todas las actividades profesionales, pero, al mismo tiempo, conservan el privilegio ancestral de la coquetería y de la seducción”, dice el filósofo Gilles Lipovetsky en un libro sobre las modas. 

De la misma manera, pedir garantías antes de acostarse plantea la imposibilidad de construir una relación a partir del sexo. Lo que empieza en la cama puede terminar en el altar, pero no se puede pedir el altar de antemano. Es un riesgo compartido: los sentimientos de Francisco también están en juego. Si Amanda no lo hubiera pedido todo, sino una llamada al otro día...

Durante 

La pasión no sólo se desvanece en los preliminares, a veces tarda un poco más, cuando es demasiado tarde para detenerse aunque a tiempo para que anide la incomodidad. Hagamos de cuenta que Raquel no convoca a su fantasma del pasado o que Rodrigo tiene el temple para continuar a pesar de todo, pero mientras hacen el amor ella se prodiga en instrucciones: tócame aquí, agárrame allá, haz esto, haz lo otro, así sí, así no...Rodrigo empieza a sentirse como cumpliendo un dictado; hay algo de marcial en la actitud de Raquel que no deja cabida a la sorpresa, a la improvisación. 

Le parece que el laya tiene un liberto que él debe seguir al pie de la letra. “Habrá tantas variaciones del sexo como personas y circunstancias. Estar con alguien por primera vez implica dejarse sorprender, abandonarse a las posibilidades que brinda la interacción entre dos mundos, entre dos historias, entre dos aprendizajes”, dice nuevamente Mariana Jaramillo; “a mis pacientes les recomiendo siempre desaprender, permitirle al otro llenar el espacio de su sexualidad, concluye. 

Al final, Raquel está satisfecha, pero Rodrigo tiene la impresión de haber seguido los pasos del fantasma o de haber actuado mecánicamente, sin emociones propias. Asimismo, pensemos que los cuerpos cavernosos de Miguel sí se inundan de sangre y, convencido deque está a punto de acostarse con la mujer más ardiente del planeta, se deja llevar por el torrente del deseo. Sin embargo, hay algo en la actitud de ella que lo llena de desazón: sus reacciones son un tanto desproporcionadas: el mínimo roce desata un gemido, un pequeño movimiento da lugar al más fervoroso elogio de su virilidad. 

Alfinal, tiene la sensación de que su orgasmo fue real mientras el de ella fue histriónico, teatral. Miguel ha perdido las certezas; quiere dormirse cuanto antes; quiere olvidar. El primer tratado erótico que nos viene de la antigua Roma es el Ars Amatoria (El arte de amar) de Ovidio, escrito más o menos por los años del nacimiento de Cristo

En uno de sus pasajes más famosos, el poeta habla sobre el episodio que acaba de vivir Miguel: “Si tu naturaleza te ha negado la sensación del amor, imita el dulce deleite emitiendo quejidos embusteros. Desdichadas las mujeres aquienes esto ocurre, pues el hombre y la mujer deben gozar por igual, de lo contrario es aburrido y cruel”.

Hagamos lo propio con Francisco y Amanda: pensemos que las preguntas no tuvieron lugar. Pero Amanda no está muy segura de querer acostarse con él; por lo menos no en esa ocasión. Pese a ello, el juego continúa mientras Francisco se desconcierta ante la renuencia y la apetencia, el no verbal y el sí corporal (o viceversa). Si se detiene, ella lo conmina a seguir, pero si continúa ella lo detiene.

Cuando el curso de los acontecimientos apunta al triunfo de la pasión sobre la abstención, ella se levanta a apagar la luz, o a poner música, y deben nuevamente empezar desde cero en un preámbulo que se alarga hasta el hastío. Entre los posibles desenlaces, Francisco se rinde y Amanda no sabe si justificarse o callar; o bien: a pesar de haber tenido sexo Francisco siente que Amanda está arrepentida, aunque no se lo diga. La próxima vez será muy difícil que Francisco tome la iniciativa, pues está convencido de que no quiere mendigar, ni mucho menos obligar.

Después

Construyamos un final feliz para las tres parejas: todo salió bien esta vez, no importa si también fue la última o la primera de mil. Tanto si siguen juntos como si no, el sexo es un aprendizaje: los malestares, las dudas y los miedos se afianzan si no existe la comunicación. Ponerse en el lugar del otro y tratar de entender el mundo desde allí es el principal conjuro para retener la pasión. Así lo dice Ovidio, y sus palabras,dos mil años después, siguen siendo sabias: “Los veloces navíos navegan y son impulsados por la habilidad; por la habilidad corren los ágiles carruajes; con habilidad debe ser guiado el amor.

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