Breve historia de una depresión posparto que tuvo un final feliz
Por fucsia.co
Un embarazo deseado y soñado.
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Yoga prenatal, cursos profilácticos y ropita tejida para bebé.
Es una niña.
Inducción del parto. Ni un centímetro de dilatación.
Cesárea.
Una mujer que entró siendo una persona y salió siendo otra. Así, como por arte de magia.
Una bebé vista a lo lejos desde una sala de recuperación.
Una bebé con hambre que llora, que grita, que no se calla.
Me despierto y la veo. No la conozco, tampoco sé quién soy yo ni qué hago aquí.
“Su hija tiene hambre, quiere teta”, dijo la enfermera que la tenía en brazos.
¿Teta?
Teta…
Llanto que no para.
Desconcierto y confusión.
No quiero ver a nadie, no la quiero ver a ella. No quiero ser mamá.
Arrepentimiento.
Perfeccionismo.
Autoexigencia absoluta.
Seré mi mamá, seré sacrificada, seré las mamás influenciadoras de las redes; seré todo menos yo: yo soy inadecuada, mala madre, culpable.
Dos onzas de leche materna.
Tres onzas de leche materna.
Eso es todo.
Las tetas no dan para más y yo no doy para más.
La bebé tampoco.
Una herida en el vientre, un pesar.
Ella mirándome.
Dos onzas de leche. Mastitis. Fiebre.
Pensamientos oscuros.
Miedo.
Soledad.
Incomprensión.
Culpa.
Arrepentimiento. Otra vez.
¿Qué me pasa?
¿Por qué me siento así?
¿Por qué pienso cosas raras?
No, leche de fórmula no.
No, las mamás deben estar con sus hijas, lo dice un médico que se llama Carlos González, que sabe mucho de embarazo, parto y ser mamá (aunque sea hombre y no tenga tetas ni vagina, solo el título de pediatra).
Me meto en el baño y lloro. Todos los días.
No me le acerco.
Ella no me quiere.
Yo tampoco.
Ella no quiere leche materna.
Yo tampoco quiero darle.
Odio mis tetas.
Odio la leche materna.
Odio la maternidad.
Pensamientos oscuros, más oscuros.
¿Solo seré madre? Sí. Las madres siempre quieren renunciar a sus trabajos y quedarse con sus hijos.
Yo no.
Yo me quiero ir.
Lejos.
No volver.
Esto no es para mí.
Yo soy periodista y quería ser presentadora de televisión, ya no voy a poder.
O una cosa o la otra. Las dos no.
Me encierro en el baño y lloro.
Me despierto cada tres horas y le doy dos onzas, tres onzas.
Me sangran las tetas, me lloran los poros.
Tengo sueño.
Quiero dormir y no despertar jamás. Esto es una pesadilla.
Qué niña tan linda.
Me parece fea, come feo, es fea.
Pero no la toques, que es mía.
Pensamientos oscuros.
Ginecólogo.
Psiquiatra.
Esposo que no entiende nada.
Abuela que mira y no opina; solo cuida a la recién nacida mientras tanto.
“¿Esto se acaba, doctor?”, le pregunté un día en medio de mi terapia.
Sí, la depresión posparto se acaba. Esto pasará, te lo prometo.
Y pasó. Me curé, me costó mucho, pero me esforcé y salí adelante.
Y hoy agradezco que esto me haya pasado, porque la depresión posparto me enfrentó conmigo misma, con mi crianza, con mi mamá, con la fantasía que me hice de la maternidad, con la sociedad y el sistema que culpa de todo a las mamás, con las redes sociales y con mi propia hija.
Toda esa confrontación me hizo mejor persona.
Pero me empujó a buscar ayuda, a ir al médico, a hacer terapia, a hablar de esto sin pena y a sanar; a sanar de verdad.
Escribo esto porque hace algún tiempo leí una noticia en CNN sobre una mamá con depresión posparto que luchó hasta el final y no lo logró. Se fueron juntos, ella y su bebé, a un lugar más benévolo con las mamás, a un lugar donde ella pudiera tratarse mejor y no creerse una mala mamá… Algunas veces estuve ahí. Hoy puedo contarlo, ella no pudo.
Por favor, ¡hablemos de depresión posparto!, ¡ayudemos a las mamás!, ¡no las juzguemos!
Si te sientes rara, inusual, inadecuada, triste, confundida, y no se te quita, ¡busca ayuda!
Hagamos de este un lugar más amable para las mamás, sobre todo para aquellas que se enferman de depresión.
Sobre mí
Soy periodista, editora y directora de Asuntos de Mujeres.
* Las opiniones dadas por Maricarmen Cervelli no representan la opinión de la revista Fucsia.