Moda

La realeza británica en sus prendas

Revista FUCSIA, 19/10/2013

Una exhibición abierta recientemente en el Palacio de Kensington, en Londres, intenta desentrañar las relaciones estrechas que ha tenido la moda con la forma como la reina de Inglaterra ha ejercido poder, y cómo lo hicieron en su momento la princesa Margarita y Diana de Gales.

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Unos cuantos botones de menos en el vestido de una mujer podían significar más insumos para fabricar cascos de campaña. Unos centímetros menos en su falda podrían convertirse en la tela necesaria para las charreteras de las gabardinas en las que los soldados se colgaban las granadas que les representarían el triunfo sobre sus enemigos. Unos cuantos interiores menos para que las mujeres estrenaran servirían de insumo para los paracaídas desde los que se llevaría a cabo la defensa contra la invasión.

La moda había entrado en un estado de tremenda austeridad mientras los alemanes invadían el mundo. Los Estados habían proferido leyes para confiscar la producción de tejidos y así racionalizar el uso de tela destinada a la moda y optimizar más bien su uso para los uniformes y guarniciones militares, determinantes para ganar la guerra. El estilo había entrado en un estado de hibernación. La austeridad fue el mandato para ellas.

La joven princesa Isabel había vivido de cerca, en Inglaterra, los avatares y penurias de la Segunda Guerra Mundial. Sabía de las depuraciones de los atuendos, de ese decálogo tácito que se le exigió a las mujeres en cuanto a los vestidos que elegían para llevar en público; esto determinó el uso de colores pálidos y líneas rectas y llevó a que sus vestidos parecieran uniformes. Sin embargo, en 1950, próxima a su posesión como reina, cuando ya la guerra y su devastación quedaban atrás, Isabel debía tomar una decisión tremendamente importante y de serias implicaciones políticas: ¿qué vestido usar para el magno evento? ¿Acaso uno acorde con esos tiempos pasados de tristezas estilísticas que denotarían prudencia, compasión y sobrecogimiento ante la crisis? ¿O uno que alentara nuevos ánimos, que hiciera que las mujeres volvieran a soñar y sacudiera con inspiración y encanto el espíritu de una sociedad, a riesgo de que la criticaran por desconocer la realidad de su patria y parecer altanera?

La futura reina de Inglaterra sabía que ya en París, desde 1948, Christian Dior había empezado a alborotar a la chicas seduciéndolas con su extravagante New look de cintura encorsetada y falda rotonda y voluminosa. Quizás su vestido tendría que ser una declaración de los nuevos tiempos, de un renacer económico, una prueba ante el mundo del fortalecimiento de las industrias locales inglesas entre las que se luciría la de la moda. Ese vestido cuyo patrón fue elaborado por los diseñadores ingleses Norman Hartnell y Hardy Amies para la posesión de la nueva reina de Inglaterra, se convirtió no solo en una declaración mundial de la fortaleza que seguía caracterizando a Inglaterra, sino en el inicio de la construcción del país como un nuevo centro del gusto que competiría con París.

Otros estudiosos anotan que el hecho de que la Reina Isabel apostara por el vestido de cintura fina y falda acampanada que marcaría la silueta femenina de la época, no era más que sentar un precedente sobre la posición que debían tomar la mujeres durante la posguerra. Retomando esos vestidos que, de nuevo, entorpecían con sus finas cinturas la respiración, y esas incómodas faldas amplias, el mundo parecería estar diciendo con la vocería de la monarca inglesa que era hora de que esos cargos públicos y trabajos remunerados que las mujeres ocuparon durante la guerra les fueran devueltos a sus hombres y esposos. La mujer debía volver a su tradicional feminidad y, con ella, a la casa.

Ese vestido que tantos sentidos encarnó, y otras veinte piezas que revelan las formas particulares como el poder de la realeza inglesa se ha valido de la moda para traducir su preeminencia como imperio, están por estos días exhibidos en Londres, en el Palacio de Kensington, en la exposición Fashion rules, que recoge piezas nunca antes vistas del ajuar de la reina Isabel, su hermana, la princesa Margarita, y Diana de Gales.

“Estas tres mujeres fueron emblemas estilísticos de décadas diferentes. Mientras que Isabel II marcó la moda de los años cincuenta, Margarita fue inspiración en las décadas del sesenta y setenta, para darle paso, más adelante, a Diana de Gales, quien moldearía la forma en que las mujeres deseaban vestirse en los años ochenta y noventa. En la exhibición buscamos mostrar cómo estas tres mujeres se ataviaron a tono con su época, pero cómo, a la vez, tuvieron que adaptar su escogencia a las estrictas normas de vestimenta de la realeza”, explica Cassie Davies-Strodder, curadora de la muestra.

Las reglas del vestir para la reina, en 1950, estaban llenas de gracia y elegancia, sus vestidos eran de faldas amplias, con trabajos de encaje y brocados hechos a mano, y apelaban a la figura del reloj de arena que se imponía en la época. Pero, también la selección respondía a otros propósitos. “La reina tenía otras reglas que considerar, debía buscar siempre colores claros y vibrantes que resaltaran en las fotos y grabaciones en blanco y negro, o atender algunas demandas diplomáticas en su ajuar como, por ejemplo, llevar consigo un vestido que en sus colores tradujera los tonos de la bandera del país que visitaba o que quería homenajear, como lo hizo con la pieza de noche hecha en satín blanco y verde que usó en el banquete ofrecido por el presidente Ayab Khan, de Pakistán, en 1961, durante el tour de seis días que hizo la reina en el que incluyó a India.

El diseñador Norman Hartnell había retomado los colores de la bandera de Pakistán para crear el imponente diseño que usaría la reina y que, más que una declaración estilística, se convertía en un acercamiento diplomático”, explica Cassie Davies-Strodder quien recuerda también el vestido que Isabel usó en su visita a Canadá, que estaba lleno de flores de mayo, características de la provincia marítima de Nueva Escocia de este país.

Las cosas, sin embargo, cambiaron radicalmente con la entrada de los años sesenta. París perdía su prevalencia como determinante del gusto mundial e Inglaterra, de la mano de bandas emergentes como de The Beatles, se convertía en el nuevo hervidero del estilo. En las calles de Londres, la cultura joven y rebelde empezaría a determinar las formas de desear la moda, invirtiendo los patrones tradicionales y haciendo que por primera vez las culturas urbanas y callejeras fueran las nuevas inspiraciones de la alta moda.

Esas transformaciones profundas encontraron una abanderada en la princesa Margarita, hermana de la reina Isabel, quien por el hecho de no estar en el trono podía disfrutar de muchas más licencias al escoger sus atuendos: desde llevar vestidos más coloridos y cortos, como algunas minifaldas de Mary Quant, hasta retomar algo de ese gusto por las culturas orientales que tanto influenciaron a la bohemia inglesa de la época.

“Es cierto que los vestidos de Diana de Gales son la mayor atracción para muchos de los visitantes a la exposición, sin embargo, estos no están ni cerca de las aventuras estilísticas en las que se embarcó la princesa Margarita, quien era fiel asistente a famosas fiestas e íntima amiga de estrellas del pop”, sentencia la curadora de la muestra, quien hace notar que la princesa no estuvo obligada a usar solamente diseñadores ingleses, sino que tuvo más libertad, por lo que se permitió serle leal a los diseños de Marc Bohan, de Christian Dior, y a desafiar la silueta tradicional usando vestidos más rectos, geométricos, con inspiraciones del espacio y el pop art, hechos de materiales revolucionarios como el acrílico y sintéticos como el poliéster.

Pero después de los sacudones a las reglas tradicionales de la realeza que trajo la princesa Margarita, sería Diana de Gales quien pondría de nuevo los ojos del mundo en el estilo y la moda de Inglaterra. Después de su matrimonio con el príncipe Carlos, presenciado por millones de personas, Diana de Gales estuvo destinada a ser la nueva guardiana del estilo inglés. Sus vestidos, diseñados por creadores ingleses como Zandra Rhodes, Murray Arbeid, Bruce Oldfield y Catherine Walter, que el público puede ver por primera vez en esta muestra, fueron el resumen de todas las transformaciones sociales de esta década.

Estas piezas encarnaron con sus cortes su drama y glamour, la revigorización económica de Inglaterra que en la década del ochenta vio crecer la industria de los computadores y de los bancos, y que alentó el nacimiento de los yuppies (Young Urban Professional), esa nueva clase adulta pero joven, con más dinero y tiempo para el ocio, que se vistió con un estilo propio. Diana fue la abanderada de la nueva elegancia y valores sociales imperantes.
Los atuendos de lady Di también fueron el epítome de lo que llevaban las mujeres en esta década: chaquetas de hombros amplios y abultados por hombreras, pantalones sueltos, siluetas que intentaban emular las líneas masculinas para legitimar más a las mujeres en los nuevos espacios laborales ganados.

No obstante, el estilo particular que impuso la princesa de Gales tuvo que acogerse también a las tradiciones diplomáticas, por lo que es común detectar que sus vestidos eran un comentario más o menos poético sobre los países que visitaba. Es el caso del vestido de gala diseñado por Zandra Rhodes que usó la princesa en 1986 cuando visitó Japón, que hacía alarde de ese rosado particular de los tradicionales cerezos japoneses, o el que usó en 1986, diseñado por Bruce Oldfield, para su visita a Arabia Saudita, y que la cubría desde el cuello hasta las muñecas y los pies, acorde con la tradición musulmana.

Aunque muchos críticos han objetado que los tan solo veinte vestidos expuestos en "Fashion rules" hacen realmente difícil lograr un verdadero acercamiento a lo que ha significado la moda para la realeza inglesa, lo cierto es que este viaje por diferentes décadas del siglo XX, de la mano de estas tres mujeres, es una oportunidad para entender esas estrechas coqueterías que ha tenido la moda con el poder.