La cara más inhumana de la industria de la moda
Fucsia.co, 13/4/2015
¿A quién no le gusta estrenar un saco nuevo, o una falda a la última moda? Pero ¿sabemos en qué condiciones se confeccionan esas prendas? Un estudio de una ONG saca a la luz los atropellos que cometen algunas firmas de la industria textil.
La ONG Oxfam Intermón ha difundido el estudio Derechos que penden de un hilo en el que denuncia los abusos que cometen las maquilas de las multinacionales textiles; fábricas situadas en zonas estratégicas de países con legislaciones laborales más aperturistas. En ellas se maquila el producto, es decir, se termina de confeccionar la prenda y se etiqueta para devolverla al mercado de origen.
“En América Latina y el Caribe, las maquilas son la acepción coloquial de las ‘Zonas Francas’ y de las ‘Zonas Económicas Especiales’. Uno de los principales objetivos de estas es atraer inversión extranjera: generosos incentivos fiscales, mano de obra barata y no sindicada”. Debido a estos privilegios, los derechos laborales de los trabajadores en estos focos, en su mayoría mujeres, brillan por su ausencia.
Por otro lado, la ONG estima que existen unas 2.000 ‘Zonas Económicas Especiales’ que emplean a más de 27 millones de personas en el mundo. Más del 50% son mujeres, en su mayoría de entre 18 y 35 años, con nivel de escolaridad baja, originarias de zonas rurales y madres solteras cabeza de familia o con hijos a su cargo (el 80% de las maquiladoras). Se trata de un modelo de producción que perpetúa la feminización de la precariedad y la vulnerabilidad.
En el caso de Centroamérica, el salario mínimo mensual de las maquiladoras se sitúa en 148 euros en Nicaragua (algo más de 400.000 pesos colombianos), frente a los 300 euros en Guatemala (816.000 pesos). Salarios por debajo de lo establecido legalmente en otros sectores laborales y que no reflejan los extenuantes horarios a los que estas mujeres tienen que hacer frente. “12 horas sin descanso, aunque pueden llegar a ser 24, en jornadas de 68 horas semanales”, y en condiciones insalubres de trabajo. “Sin mascarillas para protegerse del excesivo polvo del ambiente, sillas sin respaldo y temperaturas de más de 37 grados centígrados, realizando hasta 6.000 o más movimientos repetitivos diarios”. Esto provoca graves séquelas de salud en las maquilas que, en ocasiones, supone su inhabilitación para ejercer de por vida, poniendo en riesgo su subsistencia y la de su familia.
Asimismo, el informe propone una alternativa al sistema de producción actual de la industria, “sinónimo de violación de los derechos humanos y laborales”, el comercio justo y la dignificación del trabajo y el trabajador.
La difusión del estudio coincide con el segundo aniversario del desplome del Rana Plaza, tragedia que puso de manifiesto la violación sistemática de derechos humanos que ejerce la industria textil. Fue el pasado 24 de abril de 2013, cuando se desplomó un edificio de ocho alturas en Daca, la capital de Bangadesh, en el que murieron 1.127 personas y otras 2.437 resultaron heridas. El bloque contenía en su interior cuatro fábricas de ropa con 5.000 empleados que trabajaban confeccionando prendas para firmas internacionales como el Grupo Benetton, The Children's Place, DressBarn, Mango, Monsoon y Primark.
Una inspección oficial advirtió el día anterior a la tragedia que el edificio estaba a punto de colapsar. Sin embargo, los responsables de los talleres textiles se negaron a cerrar y obligaron a sus trabajadores a regresar al día siguiente y completar su jornada con normalidad.
“En América Latina y el Caribe, las maquilas son la acepción coloquial de las ‘Zonas Francas’ y de las ‘Zonas Económicas Especiales’. Uno de los principales objetivos de estas es atraer inversión extranjera: generosos incentivos fiscales, mano de obra barata y no sindicada”. Debido a estos privilegios, los derechos laborales de los trabajadores en estos focos, en su mayoría mujeres, brillan por su ausencia.
Por otro lado, la ONG estima que existen unas 2.000 ‘Zonas Económicas Especiales’ que emplean a más de 27 millones de personas en el mundo. Más del 50% son mujeres, en su mayoría de entre 18 y 35 años, con nivel de escolaridad baja, originarias de zonas rurales y madres solteras cabeza de familia o con hijos a su cargo (el 80% de las maquiladoras). Se trata de un modelo de producción que perpetúa la feminización de la precariedad y la vulnerabilidad.
En el caso de Centroamérica, el salario mínimo mensual de las maquiladoras se sitúa en 148 euros en Nicaragua (algo más de 400.000 pesos colombianos), frente a los 300 euros en Guatemala (816.000 pesos). Salarios por debajo de lo establecido legalmente en otros sectores laborales y que no reflejan los extenuantes horarios a los que estas mujeres tienen que hacer frente. “12 horas sin descanso, aunque pueden llegar a ser 24, en jornadas de 68 horas semanales”, y en condiciones insalubres de trabajo. “Sin mascarillas para protegerse del excesivo polvo del ambiente, sillas sin respaldo y temperaturas de más de 37 grados centígrados, realizando hasta 6.000 o más movimientos repetitivos diarios”. Esto provoca graves séquelas de salud en las maquilas que, en ocasiones, supone su inhabilitación para ejercer de por vida, poniendo en riesgo su subsistencia y la de su familia.
Asimismo, el informe propone una alternativa al sistema de producción actual de la industria, “sinónimo de violación de los derechos humanos y laborales”, el comercio justo y la dignificación del trabajo y el trabajador.
La difusión del estudio coincide con el segundo aniversario del desplome del Rana Plaza, tragedia que puso de manifiesto la violación sistemática de derechos humanos que ejerce la industria textil. Fue el pasado 24 de abril de 2013, cuando se desplomó un edificio de ocho alturas en Daca, la capital de Bangadesh, en el que murieron 1.127 personas y otras 2.437 resultaron heridas. El bloque contenía en su interior cuatro fábricas de ropa con 5.000 empleados que trabajaban confeccionando prendas para firmas internacionales como el Grupo Benetton, The Children's Place, DressBarn, Mango, Monsoon y Primark.
Una inspección oficial advirtió el día anterior a la tragedia que el edificio estaba a punto de colapsar. Sin embargo, los responsables de los talleres textiles se negaron a cerrar y obligaron a sus trabajadores a regresar al día siguiente y completar su jornada con normalidad.
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