Moda
Cuatro mujeres que encontraron en la artesanía un refugio para enfrentar sus contextos difíciles
Hablamos con las tejedoras del taller Tejilarte sobre la actividad que eligieron para vivir y nos contaron sobre su estilo de vida y la razón por la cual vieron en el arte ancestral de la tejeduría un escape a sus problemas
Dentro de las muchas historias que rodean el proyecto ‘Historias hechas a mano’ de Juan Pablo Socarrás, está la de la comunidad de mujeres de Sutatausa, que alcanzan a ser un poco más de 35 mujeres y, además, giran en torno a su líder, la maestra Luz. Identificamos que el común denominador de las artesanas son personas que vieron a sus familiares ganarse la vida a través del tejido, incluso tuvieron que trabajar junto a ellos para contribuir en el hogar.
María Custodia Alonso, por ejemplo, con más de 65 años, vive en la vereda Ojo de agua, Cundinamarca y disfruta viajar hasta el taller de la profe Luz para tejer. Sus padres le enseñaron a hilar y tejer cuando apenas tenía siete años. Sus inicios fueron con un palo y una papa. Para ella, tejer es un desestresante, un escape de los problemas. María Custodia tuvo siete hijos y quedó viuda hace 15 años. Tuvo que mantener a sus hijos con la tejeduría porque era lo único que sabía hacer. La artesana fue una de las convocadas para participar en la iniciativa de Juan Pablo. Ha recibido un poco más de cinco capacitaciones en temas relacionados con texturas, colores, reciclaje, emprendimiento y modelos de negocio. Para Colombiamoda hizo una parte de la capa larga verde con diferentes puntadas en tejido de punto de la colección.
María Edelmira Ríos es otra artesana de 60 años que aprendió a cuidar las ovejas, mientras su madre criaba a sus nueve hijos sola. Por eso aprendió todo el proceso desde los siete años. Recuerda que ‘pasaba’ las ovejas por debajo del alambre a propósito porque estas, al cruzar, dejaban lana enredada en el alambre. Sus dos padres tejían también y cada semana tenían que hilar y caminar hasta Ubaté para vender el insumo. Pero no solo tejía, también sembraba, fumigaba y trabajaba en otras labores. “Tocaba sufrir mucho para conseguir la alimentación. Pero a Dios gracias podemos salir adelante. Me casé a los 20 años y tuve hijos. Recuerdo que cogí un bus hacia Bogotá pensando en buscar la manera de elaborar cobijas para el futuro de mis hijos, para que tuvieran que poner en sus camas las cobijas, me daban 5000 pesos por una hilada ¡yo era feliz!”. La tejedora también quedó viuda muy joven. Lo que más disfruta de su trabajo es poder reunirse con las demás artesanas y forjar una amistad.
Adriana Lucía Quiroga es una mujer de apenas 24 años, con esposo y dos hijos. Su saber en el tejido viene desde sus bisabuelos; sin embargo, en el ejercicio de las capacitaciones gratuitas fue donde perfeccionó su técnica. Para ella tejer es liberador. Las enseñanzas del proyecto del diseñador le han aportado nuevos saberes. “Juan Pablo es una persona que transmite mucha admiración. Nos llamó este año para colaborar en su colección. Con la guía de la maestra luz hicimos los retazos para luego unir la capa. Utilizamos un material muy delgado. Lo que más me gustó fue entender que podemos reciclar muchos materiales desechados”, dijo la hilandera.
Carlota Caicedo es otra de las tejedoras que pertenece a la población de adulto mayor, tiene 54 años y dedicó toda su vida a trabajar con la lana. Sus padres también tejían y ellos fueron quienes le enseñaron. Su fuerte siempre fue la elaboración de los terminados de las prendas, es decir, sacarle la mecha, filetear y hacerles el cuello. Carlota vive sola en el municipio de Carmen de Carupa, Cundinamarca. También es madre cabeza de hogar. Sus hijos ya construyeron sus propios hogares. Visita el taller de la maestra Luz en Sutatausa para conseguir trabajo y devolverse al Carmen a tejer. “Cuando llegué hablaban de un tal Juan Pablo. Ya cuando vi que era un ser muy talentoso quise participar en ‘Historias hechas a mano’. Luego participé en la colección y no me la creía, de hecho, mis hermanos tampoco me creyeron (risas). Uno siente como alegría por estar trabajándole a esos diseñadores. Le hice los cuellos a unos sacos, un pedazo de la capa verde y arreglé una manta roja. Lo que más me gustó fue reunirme con las demás artesanas”, relató Caicedo.
Las artesanas están en un punto del camino donde han podido visibilizar su trabajo. Muchas de ellas se criaron en el campo y tuvieron varios hijos. Tejer era el oficio que más les atraía, dentro de las muchas actividades para hacer en el campo. Todas ellas sienten afinidad por el proceso. De alguna manera y como ha dicho el diseñador en repetidas ocasiones, “tejen para sanar su alma” porque viven situaciones difíciles.
*En alianza con Coca-Cola Latinoamérica.