Columna
¿Cómo aprovechas tu tiempo libre cuando debes esperar?
A quienes acumulan millas en las filas de los bancos, en las salas de espera de los aeropuertos y en los consultorios odontológicos, les presento el People Watching, el juego que me enseñó mi abuela como un antídoto efectivo contra el aburrimiento.
¿Qué hacen ustedes cuando les toca esperar, esperar y esperar, la llegada de algo o alguien, por un tiempo prolongado?
La mala señal de mi celular me ha llevado de vuelta a las viejas prácticas que desarrollé contra el aburrimiento, cuando era una niña. Cuando WhatsApp, Instagram, Facebook y Twitter están fuera del alcance, toca remontarse a los divertimentos de la era anterior a la Internet para pasar el tiempo sin perder el juicio en el intento.
Ante el panorama inminente de una larga espera, generalmente me preparo de forma muy elemental: voy por comida. Con buñuelo y pandebono en mano cualquier espera se hace más soportable. También apelo instintivamente a la búsqueda de un esfero y una libreta en la cartera. Uno siempre tiene algo pendiente por escribir: una carta, una propuesta, una columna o la lista del mercado. A quienes les gusta dibujar les queda más fácil.
En los aeropuertos suelo hacer tareas tediosas, de esas a las que uno siempre les saca el cuerpo: pago servicios públicos en los cajeros automáticos u organizo los recibos y facturas apiñados en la billetera. Este ejercicio viene de la mano de pegarle una ojeadita a la foto tipo documento tomada hace cuatro años, al carné de la caja de compensación que nunca uso y al del club al que hace rato no voy.
Pero el recurso primario que me entretiene cuando todo lo anterior se ha agotado es el pasatiempo que mi abuela bautizó como People Watching. ¿Recuerdan los populares juegos infantiles de paseo de domingo que consisten en adivinar en qué persona, animal o cosa está pensando el otro a punta de hacer preguntas cuya única respuesta es sí o no?
— ¿Es colombiana?
— Sí.
— ¿Barranquillera?
— Sí.
— ¡Shakira!
— Adivinaste.
El plan contra el aburrimiento que promociono hoy parece inspirado en esos juegos y me lo enseñó mi abuela, cuando yo era niña, mientras esperábamos a algún viajero de la familia en el aeropuerto de Cartagena.
Le atribuyo a su experiencia como madre de nueve hijos y maestra de cientos de niños —fue profesora por más de treinta años y directora de un colegio— la sabiduría que le inyectó al People Watching, que no es otra cosa que una solución gratuita para distraer a un niño impaciente, es decir, a casi cualquier niño.
Así que si su operador de celular es tan malo como el mío, cuando ya se haya tomado un café y se haya comido una donut, una vez haya revisado su billetera y hecho una lista de tareas pendientes, quédese quieto en su silla y observe, imagine, complete.
El juego del que hablo consiste en adivinar o inventar las vidas de los personajes con los que se cruce y llamen su atención.
¿De dónde vendrá el señor de la mochila que camina con tanto afán? ¿Cuál será la historia de la mochila? ¿Para dónde irá tan apurado? Quédese un rato dándole vueltas al niño de uniforme gris que parece haber salido del colegio a una hora sospechosamente temprana: ¿estará enfermo?, ¿se habrá volado de clase?, ¿tendrá examen de matemáticas o a su novia esperándolo a la vuelta de la esquina?
Fíjese en el señor que pasea por el parque con el perrito blanco, en el policía que cuida la entrada del edificio, en la señorita apretada que espera taxi. Póngales un nombre y un apellido y luego complételos con toda una vida: invénteles un oficio por aquí, créeles una historia familiar allá, imagine una marca de nacimiento, un motivo de consulta médica, un pequeño o un gran drama. Búsqueles un talento, créeles un defecto, dótelos de una pasión. ¡Y que no les falte una historia de amor!
Si usted resulta buen jugador me sorprendería que con el tiempo no se vuelva novelista a punta de inventarles insomnios a sus personajes, de castigarlos con tragedias, de crearles vacaciones de tiempo compartido.
Querido novelista en potencia: déjese seducir por el ejercicio de ser Dios por un momento. Y no se preocupe, nada de lo que usted haga afectará realmente la vida de esas personas. Todos somos personajes de una historia ya inventada.