Perfil
Marisa Berenson: La gran diva de los 70
Fue la modelo más famosa de su época, por sus venas corre sangre real, su talento cautivó a Stanley Kubrick y tuvo un novio colombiano. Esta es la historia de Marisa Berenson, uno de los grandes iconos de la belleza.
“Mi última meta es convertirme en santa”. Quizá cuando Marisa Berenson pronunció estas palabras, un tanto pretenciosas, estaba pensando en la espiritualidad que le ha dado a su vida desde que conoció la cultura india y se volvió vegetariana. O quizás es el único logro que a sus 65 años siente que le falta conquistar en su larga lista de éxitos. De hecho, en una entrevista reciente con el diario The Telegraph se refirió a su carrera en términos ‘sagrados’: “Siempre he sentido que de alguna manera le estoy devolviendo al mundo el regalo que Dios me ha dado. Puede sonar raro, pero creo que nunca he hecho nada para mí o mi ego”. Y si de ego se tratara, tendría motivos para tenerlo grande. Yves Saint Laurent la llamó “La chica de los 70”, y aunque eso suene a título del pasado, continúa en la escena, al punto de que el año pasado desfiló para Tom Ford.
Marisa nació para ser estrella: tenía 5 años cuando apareció por primera vez en la portada de la revista Elle vestida con un traje de terciopelo creado por su abuela, la famosa diseñadora italiana Elsa Schiaparelli. Años más tarde, la misma publicación la declararía “la mujer más hermosa del mundo”. El de su abuela es solo uno de los nombres célebres que hacen parte de su árbol genealógico de gran alcurnia: su tatarabuelo, Giovanni Schiaparelli, fue un reconocido astrónomo que ayudó a descubrir los canales del planeta Marte. Su abuelo por parte materna fue un aristócrata francés, el Conde Wilhelm de Wendt de Kerlor, quien por irse detrás de la bailarina Isadora Duncan abandonó a su familia. Y su papá fue el diplomático Robert Berenson, que provenía de una dinastía de intelectuales. Así que Marisa nació para ser estrella, creció rodeada de glamour, entre famosos y codeándose con la alta sociedad. Tanto, que cuenta que fue el actor Gene Kelly quien le enseñó a bailar durante unas vacaciones en el chalet familiar en Suiza, en las que compartió con Greta Garbo, Dirk Bogarde y Audrey Hepburn. “En nuestra familia nadie ha necesitado de decoradores, siempre hemos tenido buen gusto y estilo”, asegura sin modestia en su libro A Life in Pictures, editado recientemente.
Cuenta que de su abuela Elsa no solo heredó esas cualidades, sino también su rebeldía, pues era una mujer poco convencional para su época. Sin embargo, Marisa admite que se crió en un ambiente de mucho control y que, pese a sus privilegios, no tuvo una infancia feliz. “Aunque estaba rodeada de gente, me sentía muy sola. Mi mamá pensaba que yo era una niña problema y mi abuela era extremadamente severa. Ella me asustaba porque, aunque fue una mujer de avanzada, no podía creer que yo me vistiera como lo hacía en los 60, le parecía la generación más vulgar. Mi abuela nunca quiso que mi mamá siguiera sus pasos en la moda y por mi seguridad quería que yo me casara con un tipo de buena familia”. Además, pasó sus primeros años en estrictos internados europeos mientras sus padres cumplían con sus labores diplomáticas.
En una oportunidad alguien le sugirió visitar a Eileen Ford, cabeza de la agencia de modelos del momento, y por curiosidad se le ocurrió hacer caso al consejo: “Ella me miró de arriba abajo y me dijo que nunca sería modelo, que no lucía para nada como una de ellas. Volví a mi casa destrozada”.
Por eso la idea de Marisa era ser arquitecta o decoradora, hasta que la descubrió la reconocida editora de la revista Vogue, Diana Vreeland, quien era amiga de su abuela. A los 16 años acababa de llegar a Nueva York cuando en una fiesta ella le pidió que se dejara tomar una foto. “Ella me enseñó la importancia de la disciplina. En ese momento yo no me sentía una mujer bella ni pensaba que pudiera estar en ese negocio, menos cuando veía modelos como Brigitte Bardot, sofisticadas, con pómulos pronunciados y narices respingadas. ‘¿Yo qué estoy haciendo aquí con esta cara de bebé y esta narizota’, me preguntaba”. Sin embargo, el ojo clínico de Diana no se equivocó, pues pronto Marisa descubrió el gusto por las cámaras y fue portada no solo de Vogue, revista en la que hizo el primer desnudo, sino también de Elle, Bazaar y Playboy. “Aunque no lo parezca, de niña era insegura, pero ese miedo desaparecía cuando posaba y me convertía en un camaleón”.
Gracias a esa cualidad, descubrió una nueva pasión en la actuación. El novio de turno le presentó al cineasta italiano Luchino Visconti, con quien Marisa hizo su debut en el cine con el filme Death in Venice, en 1971. Un año más tarde actuó en Cabaret, junto a Liza Minnelli, una de sus grandes amigas, y obtuvo una postulación a los Globos de Oro. Para entonces, su carrera se había disparado y Stanley Kubrick la escogió como protagonista de la cinta Barry Lyndon, junto a Ryan O’Neal.
Y mientras su carrera avanzaba, su vida privada era foco de atención. Sus constantes apariciones en clubes nocturnos y su agitada vida social la hicieron ganarse el apodo en su juventud de ‘The Queen of the Scene’. Sin embargo, el banquero de inversión colombiano Donald Kantorowicz, quien fue novio de la modelo en los 90, asegura que “siempre ha sido muy sana, pues no bebía ni fumaba y nunca le vi ningún exceso”.
Marisa se casó dos veces. Su primer matrimonio, en 1976, con el industrial James Randall, fue la boda del año: asistieron casi mil invitados, el vestido de novia fue diseñado por Valentino y Andy Warhol tomó las fotos. La unión solo duró dos años y producto de ella nació Starlite, su única hija. Con su segundo marido, el abogado Aaron Richard Golub, duró cinco años. Según ella, ambas rupturas tuvieron que ver con que para los hombres no es fácil soportar el peso de la fama de una mujer.
La modelo y actriz también tuvo un romance con el actor Kevin Kline y con el heredero de la dinastía de banqueros David Rothschild. “El gran drama de Marisa fue no haber sido aceptada por la mamá de David, pues él fue su gran amor. Aun hoy siguen siendo amigos”, comentó a esta publicación Kantorowicz, quien tiene muy buenos recuerdos de su relación de dos años con Berenson. “Tuvimos una relación muy linda y apasionada. Yo le escribí varios versos y ella también me escribió mucho”. Ella vivía en Paris y Donald en Londres, pero se veían constantemente. Entre las anécdotas que vivieron juntos, él recuerda con humor que en su primer viaje a Bogotá casi no la dejan salir de la Aduana porque “llegó con 30 maletas y un maletín de mano con toda clase de remedios homeopáticos”. Y es que Marisa era un poco caprichosa y demandaba atención, “nunca vivió la realidad de la vida, era como si estuviera en una burbuja”.
Otra de las experiencias divertidas que vivieron, tuvo lugar durante uno de sus primeros encuentros en París. “Después de una cena yo iba a llevarla a su casa, pero se le quedaron las llaves. Entonces se quedó conmigo en el Hotel Ritz. Al día siguiente era el desfile de modas de Chanel en el hotel y tuve que sacar a Marisa tapada con mi abrigo por la puerta de servicio para que los paparazzi no la vieran con el mismo vestido”. Donald solía llamarla con cariño “mi plumita”, pues la consideraba “una mujer delicada en todo el sentido de la palabra”.
Pese a sus rupturas amorosas, ninguna tragedia ha sido más grande en su vida que la muerte de su hermana menor, Berry Berenson, reconocida fotógrafa que iba en uno de los aviones que el 11 de septiembre del 2001 fue objeto del atentado contra las Torres Gemelas.
Con el pasar de los años, Marisa ha seguido participando en desfiles de prestigiosos diseñadores como Tom Ford. Gracias a eso, como explicó en una reciente entrevista, “siento que mi carrera continúa, sigo muy activa y ocupada”.