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La resurrección de Monica Lewinsky
En los años 1990 fue apodada “la reina del sexo oral”. Desde entonces, alrededor de 40 canciones han rapeado sus proezas con el entonces mandatario. Y aunque ahora su pasado vuelve a las primeras planas, por cuenta de las aspiraciones presidenciales de Hillary Clinton, la exbecaria de la Casa Blanca quiere contar una versión diferente de la historia: la de una mujer que sobrevivió al cyberbullying.
Donald Trump se está jugando una vieja carta para quitarse de encima el lastre de misógino que lo ha perseguido a lo largo de la contienda electoral. Y no es otra cosa que echar mano del lastre que ha perseguido a su rival, Hillary Clinton, desde que era primera dama: “Se casó con un hombre que ha sido el peor agresor de mujeres en la historia política. Algunas fueron destrozadas no por él sino por ella, quien fue una cómplice extremadamente malvada”, sentenció el republicano en clara referencia a Monica Lewinsky. Después de todo, la candidata presidencial habría tildado a la tristemente célebre practicante de la Casa Blanca de “loca narcisista”, según consta en el diario de su amiga íntima Diane Blair.
Ese pasado también ha sido un lastre con el que ha tenido que cargar Lewinsky desde que tenía 24 años. Hoy, a los 42, sin ahondar demasiado, reconoce que le parece “maravilloso” que las mujeres aspiren a ser jefes de Estado y no oculta su condición de demócrata. Sin embargo, deja saber que por mucho tiempo su peor pesadilla fue que Hillary decidiera lanzarse al ruedo, pues tenía claro que ese sería un pretexto más para que los detalles de su affaire con el presidente Clinton resonaran en los medios una y otra vez. “¿Tenía que seguir poniendo mi vida en pausa por otros ocho o diez años?”, fue el interrogante que planteó en Vanity Fair al explicar el silencio autoimpuesto que había guardado, hasta que en 2014 se confesó en ese ensayo que fue finalista en el National Magazine Award.
“No más –escribió–. Ya es hora de quemar la boina y enterrar el vestido azul”, dos prendas icónicas de la historia de Estados Unidos, en especial el famoso traje-evidencia en el que quedaron restos del semen del mandatario y por el que el Museo de Memoria Erótica de Las Vegas habría estado dispuesto a pagarle una suma exorbitante. A quienes la acusan de capitalizar su notoriedad les responde que rechazó ofertas que la habrían hecho ganar “más de 10 millones de dólares”. De hecho, le hubieran caído bien: no tuvo éxito como presentadora del reality de Fox Mr. Personality. Intentó hacer carrera como diseñadora de carteras. Fracasó al tratar de conseguir toda clase de trabajos en el sector de las comunicaciones y eventos, pues los empleadores se asustaban ante la posibilidad de atraer a la prensa por las razones equivocadas. Y entre tanto, estudió una maestría en psicología social en London School of Economics. En muchas ocasiones alguien le sugirió cambiarse el nombre. No lo hizo... Más bien decidió cambiar la manera de ver su pasado. Monica Lewinsky se ha convertido en una respetada activista en contra del cyberbullying. Ha sido embajadora de la organización Bystander Revolution y fue ovacionada al dar un discurso para Forbes y su TED Talk. En ambas intervenciones se presentó como “la paciente cero” del matoneo vía internet.
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Cuenta que un equipo de asesores la ayudó a encontrar su propia voz al hablar en público y gracias a eso es una oradora de primer nivel que no teme burlarse de ella misma para captar la atención. “En promedio ustedes son 15 años menores que yo y algunos solo deben haber oído de mí a través de canciones de rap”, manifestó a la audiencia. Incluso corrigió la letra en la que Beyoncé canta “Él se Mónica Lewinskió en todo mi vestido”, pues si de usar un verbo se trataba lo preciso era “se Bill Clintoneó”. También recibió aplausos cuando relató que un joven de 27 años trató de coquetearle: “¿Saben cuál fue su fallido argumento de seducción? Que podía hacerme sentir de nuevo como de 22. Más tarde pensé que probablemente sea la única persona de más de 40 que no desea tener nuevamente 22. A esa edad me enamoré de mi jefe, y más tarde descubrí las devastadoras consecuencias. ¿Pueden alzar la mano los que a los 22 no hayan cometido errores?”. Su “mal juicio” le valió que agentes federales la amenazaran con que podía pasar 27 años en la cárcel acusada de perjurio, que el Drudge Report lanzara la bomba al ciberespacio y que todo el mundo conociera de manera pormenorizada cómo habían sido los encuentros de la becaria y el presidente, debido a que figuraban en la investigación realizada por Kenneth Starr*. Como si fuera poco también salieron a la luz las explícitas conversaciones que al respecto había tenido con su amiga Linda Tripp, las cuales esta había grabado en secreto.
Aunque narra su romance con la inocencia de una quinceañera, lamenta sus fallas. Aun así cree que pagó un precio demasiado alto: “De la noche a la mañana pasé de ser una persona completamente privada a una figura públicamente humillada. Si bien esto ocurrió antes de las redes sociales, ya la gente podía hacer comentarios online y por supuesto chistes crueles. Fui tratada de loca, tarada, zorra, puta, ramera”, y por supuesto de “esa mujer”, como despectivamente la llamó Clinton. “Era fácil olvidar que ‘esa mujer’ tenía alma”. Agrega que fue víctima del machismo. Por ejemplo, cuando a la escritora feminista Nancy Friday le preguntaron cómo imaginaba el futuro de Lewinsky, bromeó con que “podría alquilar su boca”.
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“Mi familia y mis amigos no conocían a esa Monica y la verdadera Monica, la que está ahora frente a ustedes, tampoco”. Por eso ella no llama “reinvención”, a su nueva faceta: “Esta soy yo”, a pesar de lo que digan los titulares. Advierte que los jóvenes que apenas están descubriendo quiénes son, suelen aceptar “la imagen horrible” creada por otros como si fuera cierta. Revela que combatió el recurrente mantra “quiero morir” que rondaba su cabeza con la ayuda de terapia y meditación.
Pero el 22 de septiembre de 2010 un estudiante de 18 años llamado Tyler Clementi no superó la vergüenza luego de que un compañero lo filmara en la intimidad con otro hombre y difundiera el video en Twitter: saltó del puente George Washington. “Mi mamá y yo estábamos hablando de esta noticia y ella lloraba… ‘cómo deben sentirse sus papás’, repetía… ‘sus pobres papás’. Comprendí que ella estaba reviviendo 1998, aquellas semanas en las que no permitía que me alejara de su vista, en las que se sentaba en mi cama todas las noches y no dejaba que cerrara la puerta al bañarme por miedo a que me quitara la vida”.
En ese momento deseó haber tenido la oportunidad de consolar a Tyler y su tragedia la motivaría a ponerle fin a su silencio. Después de todo “desaparecer” no le había servido para dejar de ser parte de la conversación nacional. Así decidió dedicarse a abogar por una mayor compasión en internet. “Ha surgido un mercado en el que la humillación pública es un producto y la vergüenza es una industria. ¿Cómo se hace el dinero? Clics. A mayor vergüenza, más clics. A más clics, más dólares de publicidad. Estamos en un ciclo peligroso. Cuantos más clics damos a este tipo de chismes, más insensibles nos volvemos a las vidas humanas detrás de los clics, y entre más insensibles, más clics hacemos”.
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Sean Kosofsky, director ejecutivo de la Fundación Tyler Clementi, expresó a FUCSIA que a pesar de que el acoso cara a cara puede vivirse con mayor intensidad, en tanto que es muy probable que la víctima tenga que ver a diario al agresor, el cyberbullying está asociado con un nivel más alto de ideas suicidas debido a las dimensiones que alcanza: “El impacto es permanente, no se puede echar para atrás. Se trata de un tema de salud pública y el hecho de que celebridades y líderes compartan sus propias experiencias ayuda a que nos pongamos en los zapatos de los demás, a reducir un problema que ha empeorado porque en la actualidad se puede acceder a la red desde muy temprana edad, hay muchas tecnologías disponibles y plataformas que permiten el anonimato y nuestra sociedad ha fallado en preparar a los jóvenes para estas herramientas. Nos comportamos de manera diferente frente a los teclados porque no estamos ante la persona a la que abordamos, y sin empatía la gente no se contiene. Se necesita saber controlar los impulsos y tener conciencia al interactuar con otros en la web”. Para la activista Katy Butler, en estos casos lo que más atemoriza es que no parece haber límites: “El enemigo está en todas partes, el abuso puede ocurrir en cualquier momento y lugar”.
Lewinsky se siente orgullosa de que desde que comenzó esta cruzada han sido muchas las personas que se han sentido identificadas con ella. “A veces me dicen que lo que vivieron no es nada en comparación con lo que me pasó a mí y yo les respondo que no importa si yo me ahogo en 20 metros de agua y alguien en 10, porque igual ambos nos ahogamos y sabemos lo que se siente”, aclaró en una entrevista.
Ella mejor que nadie puede dar un mensaje alentador: “El trauma no desaparece con un chasquido de dedos. Es un eco constante en la vida de uno. Pero con el tiempo ese eco se hace más y más suave”.
Símbolos de apoyo
“No podemos sobrevivir solos”. Con esa consigna en mente, a Lewinsky se le ocurrió que en la era digital nada es más útil para luchar contra sus males, como el trolling, que usar el lenguaje de esta época: en alianza con el operador de telefonía Vodafone, diseñó una serie de emojis con la idea de que los usuarios expresen respaldo a quienes sufren agresiones.