opinión

De Asdesilla al Club Mesa de Yeguas

, 13/9/2010

Adiós a las camisas de cuadros metidas entre el pantalón de dril color caqui y amarrados hasta el estrangulamiento para bajar barriga a la brava, al sombrero de paisano, al bigote...

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Por: Samuel Giraldo

Adiós a las camisas de cuadros metidas entre el pantalón de dril color caqui y amarrados hasta el estrangulamiento para bajar barriga a la brava, al sombrero de paisano, al bigote, al olor a boñiga y a las discusiones de política en Asdesilla, la Asociación de Criadores de Caballos Criollos Colombianos de Silla
 
Bienvenidos el Club Mesa de Yeguas, el retorno de las camisas de caballitos y caimancitos, los jeans holgados sin una lavada, las gafas oscuras de marca, el bótox, al aroma de la colonia de Agua Florida de Murray & Lanman y la resurrección del ‘azul Pastrana’.

Poco a poco, el país no sólo se empieza a meter en un nuevo gobierno, sino en una forma distinta de ver y hacer las cosas. Ya el meridiano del poder y el estilo que esto le imprime a quienes toman decisiones, no pasa por el Ubérrimo en Córdoba o por el club de criadores de caballos Asdesilla, en las afueras de Medellín, sino por el medicinal clima de Anapoima, un empobrecido municipio sin vías, puesto de moda en los años 80 por el ex alcalde de Bogotá, Julio César Sánchez, quien con muy buen olfato llevó a las élites capitalinas a esas tierras de veraneo con muchas naranjas, mandarinas y cero mosquitos.
 

Al ritmo de las pistas sonoras de caballos trochadores, galoperos y de paso fino, se tomaron en Asdesilla muchas decisiones de gran impacto en la Colombia de los últimos ocho años. De allí salió no sólo el ex presidente Uribe, sino su primo, el ex senador Mario, el ex ministro de Transporte, y una docena de mandos medios que componen el secretariado más íntimo del furibismo. Sus pintas y ademanes eran los mismos: habladito golpeado, camisas de cuadros de manga corta, pantalones caqui, sombreros, botas Brahma y siempre en compañía de palafreneros y monas por lo general ‘overjoliadas’.
Ese estilo hablaba de patria, de trabajar, trabajar y trabajar. Decían groserías muy a menudo y braveaban a quien fuera con ademanes de sacar revolver. Les encantaban las camionetas Toyota, mejor si estaban llenas de guardaespaldas. Obvio, fue el agosto para la bandeja paisa, el chorizo y la arepa. El vuelo de las nueve de la noche que de la capital sale para Medellín, siempre se iba lleno y no había cupo casi nunca. “Lo mejor de Medallo, es tener que volver, ¡juemadre!”.

Ahora, en la era Santos, las cosas se ven de otra manera. De las aficiones cabalgateras de los uribistas se pasará al póker en los microsalones del Mesa de Yeguas, al juego de golf en medio de árboles de mango y naranjales silvestres, y a las comidas hasta las cuatro de la tarde. Los hombres del poder durante los próximos cuatro años tratarán de comprar casitas de campo aledañas al club, en donde se lagartearán la invitación de algún socio y asumirán rápidamente la pinta de sus nuevos ídolos. Seguramente, los Nule terminarán perentoriamente la doble calzada a Girardot para que las camionetas BMW o Porsche rueden raudas y veloces todos los viernes entre seis de la tarde y siete de la noche, y regresen a las estresantes calles bogotanas a eso de las cuatro de la tarde del domingo.

Las cosas no serán mejores o peores, sólo serán diferentes. Ojalá, que esas dos Colombias puedan convivir y no se enfrasquen en una guerra de poderes regionales en donde ambas pierdan.