¿Para qué sirven los orgasmos?
"No importa cuántos orgasmos tengamos, nunca parecen ser suficientes". El columnista Adolfo Zableh se pregunta por los paradigmas de hombres y mujeres en la cama.
Por Adolfo Zableh.
Ahora resulta que las mujeres le temen al sexo, al menos la mayoría. Lo leí hace poco en un artículo de prensa donde hablaban de Betty Dodson, una norteamericana de 86 años que ha dedicado su vida a la sexualidad femenina.
Entiende uno por qué este mundo es un caos. Su supervivencia depende de que hombres y mujeres procreen, y resulta que nosotros estamos obsesionados con el sexo mientras ustedes le huyen. Y de una persecución no puede salir nada bueno porque mientras los primeros no sabemos cómo asumir nuestra sexualidad, las segundas tampoco, pero por razones distintas. El paradigma de los hombres dice que queremos sexo todo el tiempo, como, donde y con quien sea. El de las mujeres afirma que es imposible tener sexo sin entregar el corazón. Y aunque las dos ideas parten de bases que pueden ser ciertas, en el camino se deforman y encuentran miles de variaciones.
La labor de Dodson, aún hoy, es lograr que las mujeres entiendan que el orgasmo es una liberación, una dosis de placer y no de culpa. Y ese es el tema, que ellas han vivido una sexualidad basada en la culpa y casi siempre subyugada a la del hombre. Muchas veces ocurre que el acto sexual se convierte en la búsqueda del orgasmo masculino, y una vez este llega, el coito se acaba. Entonces la mujer queda a medias o simplemente finge el orgasmo, que es peor, para que su pareja sienta que el asunto fue igual de placentero para ambos. Yo estuve dos años con mi primera novia y aunque teníamos una vida sexual activa, ella nunca tuvo un orgasmo, por ejemplo.
Lo que pasa es que todo es un misterio. No es que las mujeres le teman al sexo, es que le temen a su sexualidad. Nosotros también, pero nos hacemos los que sabemos todo, cuando la verdad es que no entendemos ni dónde estamos parados. Aprendimos a masturbarnos porque no puede ser más obvio. Los hombres no solo no entendemos la sexualidad femenina ni dónde está el punto G, tampoco sabemos cuándo ni cómo quieren ellas hacerlo. Necesitamos que nos griten a la cara lo que quieren, en el sexo y en la vida, porque necesitamos de la obviedad. Las mujeres, por su lado, esperan que nosotros las leamos (en el sexo y en la vida, nuevamente) y que encima sepamos cómo hacerlas venir. Yo aprendí más sobre la sexualidad femenina en mi última relación que en las otras del pasado sumadas entre sí. Aprendí, por ejemplo, que hacer buen sexo oral tiene mucho más que ver con el amor que con el sexo.
Pero la ignorancia no es sólo nuestra, ustedes también están perdidas y a veces no saben qué quieren. El otro día una amiga escribía en su blog que a la hora de masturbarse las mujeres prefieren estimularse el clítoris porque es la forma más fácil de llegar al orgasmo, y que meterse –literal– en la vagina es entrar en terrenos desconocidos, incluso para ellas.
Cosa apasionante el orgasmo. Vivimos buscándolo, muchas veces sin importar la forma. Solos, acompañados, o solos estando acompañados, no sólo sirve para dar placer. De hecho, a veces placer es lo que menos causa. No importa cuántos orgasmos tengamos, nunca parecen ser suficientes. Los hombres los producimos de manera utilitaria, para descargar energía o poder dormir. Ellas también concilian el sueño después de tener uno, pero muchas veces les produce culpa, como si estuvieran cometiendo un pecado. Por eso a veces creo que la paz mundial no se va a lograr el día que las superpotencias se pongan de acuerdo, sino cuando hombres y mujeres nos sentemos a hablar y coordinemos para qué sirven los orgasmos.