¿Quién pelea con Carolina Sanín?
Después de la gran controversia, Carolina Sanín habla con FUCSIA sobre lo que realmente ocurrió, sobre su lengua indomable y sobre su insulto favorito que se ha hecho famoso.
Carolina Sanín no teme mostrar sentimientos contradictorios cuando habla de internet. “En este momento que estamos viviendo creo que nuestra salvación implicaría, tal vez, su destrucción”.
Es natural que así lo manifieste: el año pasado fue la protagonista de un escándalo cuando se enfrentó en las redes sociales a un grupo que se hacía llamar “Chompos Ásperos Reloaded” al que pertenecían estudiantes de Los Andes. En resumen, ellos empezaron haciendo chistes sexuales que la involucraban y publicaron una foto suya a la que le pusieron un ojo morado. Ella, quien era docente de esa universidad desde hacía siete años, respondió como mejor sabe hacerlo, sin pelos en la lengua. Terminó siendo despedida acusada de “afectar la convivencia de la institución” y ser un “mal ejemplo”. Pero interpuso una tutela, también como mejor sabe hacerlo, de 494 páginas y hace pocas semanas un juez falló a su favor.
“¡Viva la ley, viva la libertad de pensamiento, vivan los estudiantes y viva la universidad verdadera, vital y libre! Hemos ganado todas. Sin miedo”, posteó en su perfil de Facebook. Después de su victoria presentó su carta de renuncia.
Aún no ha decidido si volverá a las aulas, pues tiene ganas de explorar nuevos caminos.
¿Quizás internet?
Porque aunque suene paradójico en el mismo lugar en el que libró aquella batalla surgió la idea de su obra Alto Rendimiento que acaba de publicar. “En Una habitación propia, Virginia Woolf deploraba que las mujeres escritoras tuvieran que gastar tiempo y energía defendiendo su libertad de ser lo que eran, en lugar de simplemente dedicarlo a escribir, como los hombres escritores. Sigue siendo el caso. Yo no me dedico a defenderme, me dedico a escribir (y me dedicaba a enseñar literatura, también), aunque tenga que emplear una considerable cantidad de tiempo y energía en la defensa de mi derecho a ser quien soy y a hacer lo que hago. En fin. En el segundo semestre del año pasado, mientras defendía ese derecho, también componía este libro”, fueron las palabras con las que presentó su texto, que describe como un “experimento entre géneros”.
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Made in Facebook
Todo comenzó, sin ninguna pretensión, con un post en Facebook sobre los juegos Olímpicos de Río 2016.
Luego vino otro más y la fantasía de que era corresponsal del evento para esa plataforma virtual. El juego se volvió tan adictivo que durante el tiempo de las competencias presentaba varias crónicas diarias, a las que agregó un absurdo más: como en internet no hay límites y cada quien puede ser lo que quiera, poner lo que se le ocurra y presentarlo como verdad, Carolina, aparte de reportera, se convirtió en miembro del equipo colombiano de clavados, aunque debido a su miedo a las alturas, obligó al Comité Olímpico a crear una categoría que no discriminara a quienes padecían de su condición. De ese modo ganó la medalla de oro por lanzarse desde el borde de la piscina.
En su ficción-realidad, el campeón Muhammed Alí y el cineasta Pasolini regresan a la vida. La autora coquetea con el cantante Caetano Veloso, mezcla literatura clásica con telenovelas brasileñas y, de paso, da clases del uso correcto de las palabras. Hasta incluye una máquina del tiempo, que en esta sátira le sirve para reflexionar sobre el proceso de paz, temas de género y, en general, sobre la naturaleza humana.
“Me encantan los deportes, su objetividad, el hecho de que gane el mejor, que no haya espacio para mediocres celebrados. Usain Bolt es el corredor más veloz del mundo y Michael Phelps el nadador más rápido y no ganan por conocer gente influyente. Además de que en ellos se puede leer quiénes somos porque cada disciplina refleja una destreza mental, espiritual”, comenta, refiriéndose a la conclusión de su libro: “Así, por ejemplo, el lanzamiento de bala nos enseña sobre la necesidad de contener la fuerza, de mantener el eje fijo y de tener solidez y peso antes de lanzar algo (un comentario, una tesis, una opinión o una acusación)”.
Finalmente fue una creación colectiva pues cada reporte recibía respuestas de sus amigos, seguidores y detractores. “Habría que ver qué piensan los conservadores intelectuales locales de este ejercicio. Si hubo quienes protestaron cuando Bob Dylan se ganó el nobel... Lo cierto es que el libro como tal no existe sino desde el siglo XV, antes había códices y la gente leía en voz alta, así que la literatura siempre ha estado en evolución. En este caso, el público se leyó una obra en 15 días sin darse cuenta”.
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“Parida por el ano”
No es que Carolina sea una amante de las redes sociales, pues critica su capacidad de “volver cualquier cosa válida y poner todas las opiniones al mismo nivel”; y si bien sucumbió a Facebook, le ha hecho el quite a Twitter, aunque alguien abrió una cuenta falsa con su nombre presentándola como “una parodia respetuosa de la escritora”. Aun así, disfrutó de la inmediatez y se gozó la producción de esta pieza sin la agonía que suele implicar escribir.
No es casualidad que lleve cinco años trabajando en el que será su próximo libro de estilo autobiográfico. Además, está por lanzar dos historias más para niños... Porque a quienes están acostumbrados a su tono punzante podría causarles sorpresa que en este artículo se diga que Carolina es una mujer dulce y amable en su trato. “A la gente se le olvida que la mayoría de lo que escribo es elogiando. Dedico más columnas a lo que me gusta que a lo que no me gusta. Tengo un gran apetito por la vida”.
Podría pensarse en ella como una actriz que interpreta distintos personajes, o que plasma varias versiones de sí misma de acuerdo con sus emociones. “Lo que sucede es que las cosas que causan más ruido son las que se quedan grabadas”. Como la polémica que desata cada vez que usa su insulto predilecto: “Parido por el ano”, por lo cual decidió dar una profunda explicación de su uso en su columna para la revista Arcadia: “Soy vulgar, como lo era Dante y como lo fueron los poetas del Siglo de Oro español. Uso la lengua del vulgo, es decir, la de todos (...). Conozcan y usen su lengua; aprovéchenla, retuérzanla, aféenla, hermoséenla, incluidas las ‘malas palabras’, si sienten la inclinación. No permitan que el estreñimiento –que acaso los hace cagar como si parieran– se les encarame a la garganta”.
Carolina no se disculpa por sus indelicadezas. Es más, admite que le encanta pelear. Sin embargo, en su opinión, no ha encontrado un buen contendor, “uno con verdadero criterio que me muestre mis ridiculeces”. De todas maneras ha aprendido a aguantarse las ganas de responder a cualquier comentario. Algunos le causan risa, como cuando le dijeron que por culpa de mujeres como ella muchas se quedaban solteronas. Otros le pican la lengua y le cuesta permanecer callada, especialmente las calumnias. Los que peor la hacen sentir son aquellos que demuestran que falta mucho para que la equidad exista: “Usted es la führer de las feminazis”. Peor si vienen de otra mujer: “El sexismo de ellas es más retorcido que el de los hombres, pues implica un auto-odio”. Una molestia similar le causa la “tramposa caballerosidad”, esa que promulga “ni con el pétalo de una rosa”, y que encierra la idea de que “como inferiores y sexo débil debemos ser protegidas”.
Lo de ser lengüilarga lo ve como una virtud y al mismo tiempo como una maldición que recibió en doble ración de sus padres, quienes por cierto a veces le protestan porque los deja en evidencia. “Siempre fueron izquierdosos. A pesar de ser de una clase social privilegiada me decían que éramos de clase trabajadora. Creo que eso me sirvió para tener cierto resentimiento y verme como una forastera en mi entorno. Soy irreverente en el sentido estricto de la palabra porque no muestro reverencia o respeto a lo que no me lo merece”. Por eso fue que no le vio problema a decir que la Universidad de los Andes se estaba convirtiendo en un “Centro comercial de títulos”. “Era una metáfora, un recurso retórico muy utilizado. Pero lo que resultó más insoportable es que una mujer alzara la voz. Podría hablar desde un enfoque psicoanalítico y del complejo de castración y el miedo inconsciente de los hombres a que les corten el pipí”. De aquel episodio Carolina reconoce que pudo haberse dejado llevar por la provocación: “Pero si caí en una trampa, caí en la que tenía que caer para mostrar que algo no andaba bien. Siento tristeza de haber dejado a mis estudiantes. La docencia siempre ha sido mi vida y sé que me recuerdan como una persona honesta a la que no le gustan las fórmulas trilladas”.
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