Columnista
A veces hay sexo
"Entre el estés, el cansancio, los hijos y hasta el error a la hora de escoger al compañero de vida, el sexo se termina yendo al carajo."
La gente de nuestra edad no está teniendo sexo. Y no hablo solo de los casados, aunque también de ellos. Del matrimonio dicen maravillas: la magia de las rutinas, la felicidad de los hijos, la emoción de comprar casa juntos. De lo que no hablan es de la disminución del sexo. Estudios hablan de un promedio de cuatro encuentros sexuales a la semana en parejas estables, número que baja a menos de uno con el paso del tiempo.
Pero no se necesita recurrir a la ciencia. Hable con cualquier amigo casado y pregúntele por la vida sexual con su pareja. Entre el estrés, el cansancio, la monotonía, los hijos y hasta el error a la hora de escoger al compañero de vida, el sexo se termina yendo al carajo.
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Yo no tuve necesidad de preguntar, una amiga me botó el dato en la cara a la mitad de un almuerzo. “Mi esposo no me come”, dijo como quien habla del clima o de un problema menor en el trabajo. Fue lanzar la primera frase y abrir el grifo: que pasan meses sin tirar, que los papás tienen más sexo que ellos, que ella lo busca y él la evita, que optó por hacerse la pendeja pero un día no pudo más y le dijo que empezaban a acostarse con frecuencia o el matrimonio se acababa. Hoy tienen sexo dos veces por semana pero, por lo que alcancé a entender, lo hacen más por cumplir con la cuota que porque les nazca comerse.
Como me había compartido el secreto en busca de un consejo, lo primero que le aclaré es que la falta de sexo no tenía nada que ver con que ella fuera o no bonita. Cerca de los cuarenta el deseo sexual se nos baja y pueden ponernos a Paulina Vega, por nombrar una mujer deseada por todo el mundo, que igual nos lo pensaríamos más de una vez. A esta edad muchas veces preferimos ver la belleza de una mujer y pasar a otra cosa. Y si a eso le suman que después de años de estar juntos el espacio para la novedad es poco, y que son pocas las parejas que se ponen la tarea de no dejar morir las ganas, razones sobran para la abstinencia.
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La cabeza de un hombre de 38 años, edad del esposo de mi amiga, es compleja cuando de sexo se trata, y cualquier cosa puede causar un fallo. Mucho alcohol, mucho estrés, poca o mucha confianza, muy bonita, muy fea, muy mojada, muy seca, muy pasiva, muy dominante. Además, con pareja estable o en una nueva relación, el precio a pagar por tener sexo puede ser muy alto y no siempre estamos dispuestos a realizar tal inversión. A veces es complejo: la mujer a la que amamos no nos inspira el suficiente sexo; a veces es sencillo: cuando invitamos a alguien a la casa a ver películas es precisamente porque lo que queremos es ver películas.
Yo me pinto al tipo de esta historia sufriendo dos de cada siete días de la semana porque tiene que cumplir con sus deberes, como si tener sexo con su mujer fuera un castigo y no un placer. Muchos hemos pasado por ahí y hemos sido incapaces de confesar que tenemos a alguien que quiere comernos pero que preferimos pasar. Yo tuve una novia con la que al comienzo no podíamos parar de comernos pero que al final, de tanto pelear, éramos capaces de reconocer la belleza del otro y aún así no tocarnos ni un pelo. Terminamos descubriendo algo muy obvio, pero que solo viviéndolo se puede entender: aunque una relación que se precie de ser estable no se puede basar en el sexo, sin sexo está condenada al fracaso. Si hay admiración, cariño, respeto y confianza, pero no hay deseo, lo que se tiene es apenas una bonita amistad.
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Ni idea cómo irá mi amiga, hace meses no hablo con ella. Solo sé que al final del almuerzo me sentí en deuda porque sentí que nada de lo que le dije le había traído paz. Para suavizar las cosas le comenté que mirara el lado positivo, que si el esposo no se la comía entonces ella no tendría que sacar la clásica excusa del dolor de cabeza. Como el chiste no le causó gracia, me ofrecí a pagar la cuenta que antes habíamos acordado pagar por mitades, lo que la ofendió más. Ojalá haya tenido sexo esa noche.
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