Yoga: un refugio para sentir calma y compasión
Por Lina Aristizábal
Hoy quiero compartir mi práctica con las personas a las que les resuene, que quieran calmar su mente y volver a conectar con esa esencia divina que a veces se nos olvida que tenemos adentro.
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Comencé a hacer yoga en mi primer embarazo porque me dijeron que era bueno para el parto y como me aterraba la idea de sentir un dolor tan profundo, me metí a clases. La verdad iba más por cumplir, como una tarea autoimpuesta para llenar esos check lists estúpidos que a veces nos hacemos. Y pues nada funciona cuando se hace desde ahí. Hoy, dos años después, sé que tuve vivir violencia obstétrica y una larga depresión posparto para volver a acercarme a mí desde un lugar más consciente y amoroso, como quiero que sea mi transitar aquí.
Después de tener a Benjamín quedé rota a nivel físico, mental y emocional. Mi piso pélvico quedó tan destruido por el desgarro, los fórceps y la episiotomía, que quedé con incontinencia fecal. Perder el control hasta de tu propio cuerpo es un aprendizaje difícil y doloroso. Sumado a eso, la forma tan violenta en la que nació Benjamín, me llenó de culpa por haber vivido su llegada desde el terror más profundo y no como la película que nos mostraron que “debía ser”. Más pensamientos de culpa y sentimientos de dolor.
Volví a mi práctica de yoga buscando un refugio para sentir calma y compasión, y para soltar y sanar tanto dolor. Estaba desbordada y encontré ahí un salvavidas. Fue tan linda y poderosa la forma en que mi cuerpo, mi mente y mi alma comenzaron a responder, que quise aprender más y me formé como profesora de Hatha Yoga junto a seres de otro nivel. En ese momento no tenía dentro de mis planes enseñar, ahora entiendo lo que dice Andrei, que llegas un punto donde debes compartir tu práctica. Dharma.
Mientras me formaba, volví a quedar embarazada y si algo tenía claro en ese momento era que me debía un parto donde pudiera reivindicar mi poder sobre mi propio cuerpo. Ya lo dijo Michel Odent: “para cambiar el mundo es necesario cambiar la forma de nacer”.
Hice yoga y me puse de cabeza hasta la noche antes de que naciera Antonio. Me preparé durante 9 meses para poder recibirlo en mi casa, de una forma natural que respetara nuestros tiempos, nuestro ritmo y mis decisiones. El resultado: tuvimos el parto hermoso que merecíamos.
Seis meses después de su llegada, me aferro aún más a mi práctica como ese salvavidas que me ayuda a transitar de forma amorosa nuevas profundidades de dolor, a soltar lo que ya no deba ir más en mi vida (sean dolores físicos, pensamientos, creencias, relaciones o lugares) y a sanar para volver a mí.
Hoy quiero compartir mi práctica con las personas a las que les resuene, que quieran intentar algo diferente, sentirse en un espacio seguro, calmar su mente y volver a conectar con esa esencia divina que a veces se nos olvida que tenemos adentro.
Sobre mí
Soy Lina Aristizábal. El cartón que me dieron dice que soy politóloga y periodista. En mi corazón soy una madre, yogui y aprendiz de ceramista. Escogí hacer yoga como un camino de sanación y encuentro. Doy clases de yoga para todo tipo de personas, hago sesiones de reiki, doy clases de cerámica y en mis pocos tiempos libres hago platos de cerámica con amor.
Soy una mamá real que siempre te dirá las cosas como son, desde el amor. Soy una persona que diariamente se reta a sí misma para demostrarse que se puede vivir en unión con nuestra esencia divina. ✨En YOGA✨
* Las opiniones dadas por Lina Aristizábal no representan la opinión de la revista Fucsia.