Lo dejé ir y a pesar de todos los pronósticos y la supuesta fatalidad de terminar una relación que "es para nosotros" esto fue lo que pasó.
Ahogada, asfixiada, amargada y apagada.
Cuatro palabras que definen a la perfección cómo me sentía dentro de mi última relación.
No, no se trata de una de esas situaciones en las que él tiene máscara de lobo feroz, de monstruo infame y se lleva la culpa de todo mi malestar y frustraciones. Era buen tipo, pa´que. Aparte de los problemas que suelen tener todas las parejas no es que viviéramos inmersos en algo particularmente feo o macabro en nuestro día a día.
Simplemente no era.
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Con él me bajé del bus de que el amor era una película de Disney en repeat. Punto positivo, eso sí, porque si uno no se baja de ese bus solito la vida misma se encarga de bajarlo a uno a la fuerza. Nada más complejo y lleno de altibajos que el amor.
Pero también entendí que a pesar de no aspirar a Disney, una relación que vale la pena si debe tener componentes claves que en la mía no parecían estar por ninguna parte: complicidad, libertad de ser quien se es realmente y ante todo la certeza de que por muy diferentes que seamos compartimos una misma idea de camino por la vida.
¿A qué me refiero?
A que es obvio que no podemos ser iguales y que no nos deben gustar las mismas cosas pero que en cuanto a la visión del mundo, de la vida y del futuro, debemos ir de la mano.
Creo que nunca encontramos eso. Y aunque me engañaba y empeñaba en creer que era normal sentirme ajena y algo vacía pues eso es lo que les pasa a las parejas después de un rato, había una voz que nunca me dejaba tranquila y que solo parecía decir “por aquí no es la cosa”.
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Cada vez que el futuro se presentaba en nuestra puerta con diferentes nombres y apariencias (matrimonio, hijos, familia política, ideal de vida), saltaba sin falta esa voz que al principio era más un murmullo y después de un tiempo una batucada de tambores en mi cabeza.
Así que lo dejé ir.
A pesar de las caras sorprendidas de todos a mi alrededor, de las preguntas, de las recriminaciones… simplemente lo dejé ir.
La sociedad espera que digamos que fue lo más difícil que hemos hecho en nuestras vidas, que estamos mal y que decirle adiós a esa persona con la que ya todos nos veían es una prueba titánica. Y la verdad... ni tanto. Por lo menos en este caso no lo fue.
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Hubo más alivio que angustia y más esperanza que remordimiento. Fue un momento revelador de esos que a veces la vida nos regala de pura buena onda porque cree que merecemos iluminarnos de vez en cuando y entender que a veces sí sabemos que es lo mejor para nosotros. En ese momento entendí que mucho mejor sola que miserablemente cómoda.
Porque si no podemos brillar ni ser nosotros mismos con nuestra pareja (a pesar de la vida misma y sus caminos culebreros) estamos en el lugar equivocado.
Porque Disney no existe, pero sí existen los amores plenos, sanos, que no se estancan sino que se transforman, esos que no son fuegos artificiales que hacen mucho ruido sino un lugar siempre calientito en el corazón.
Porque nada pesa más en la vida que esos amarres que damos por sentados y las decisiones que tomamos en parte por seguir la corriente.
Porque siempre hay nuevos comienzos y si le damos espacio el amor siempre se acordará de nosotros...
Más vale pájaros volando que un amor mediocre en mano.
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