Viajar es una experiencia transformadora, el mundo al que regresamos es distinto del que partimos porque nosotras, las viajeras, ya no somos los mismas.
Viajar despierta o activa varios poderes en nosotras: el poder de la curiosidad es uno de ellos. Cuando viajamos, nuestra mente, nuestros sentidos y nuestras emociones se abren a descubrir lo nuevo, lo diferente: nos convertimos en exploradoras.
Y eso activa otro poder: el de arriesgarnos. Nos atrevemos a probar extraños sabores, a conocer personas, a entrar en lugares misteriosos. Puesto que no tenemos expectativas, lo que sea que la experiencia traiga nos parece afortunado.
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El poder de sorprendernos surge también porque nos permitimos ver el mundo como después de una fuerte tormenta, limpio y reluciente; además nuestra sensibilidad sin restricciones nos conecta con la belleza, la bondad y la verdad de los pequeños detalles, de la grandeza del talento humano y de la desbordada creatividad de la Naturaleza.
Y otro poder, quizás el más poderoso de todos, es el poder de conectarnos y re-conectarnos. Cuando nos ponemos en “modo viaje” nos damos licencia de recordar qué es lo que nos gusta, lo que nos interesa, lo que nos conmueve y vamos en busca de las experiencias que satisfagan nuestros deseos.
Así que nos conectamos con nosotras mismas, en algunos casos se trata de una reconexión porque llevamos un buen tiempo “sin pensar” en nuestros gustos, nuestros intereses, nuestros estímulos; en otros casos, es una conexión porque descubrimos en el viaje formas nuevas que, dado quienes estamos siendo en ese momento, están alineadas con nosotras.
Y cuando viajamos en pareja, es muy posible que pongamos al servicio de la relación todos estos poderes: volvemos a sentir curiosidad por el otro, por lo que somos, nos arriesgamos a hacer cosas juntos, nos sorprendemos con las facetas que aparecen del otro y de la relación, recordamos juntos nuestras inquietudes y, en consecuencia, nos sentimos más conectadas o reconectadas con quien compartimos el viaje más grande que es la relación.
Finalmente, en los viajes solemos encontrarnos con dificultades, incomodidades y retos que también nos fortalecen: despiertan nuestra creatividad, la resiliencia y la posibilidad de apoyarnos y confiar.
Son todos estos elementos los que hacen del viaje un medio muy poderoso para reencontrarnos, para enriquecernos como personas y como pareja. Claro, depende de nuestra disposición para hacer del viaje una experiencia transformadora, porque puede pasar todo lo contrario...
Siempre encontramos lo que buscamos, así que podemos partir con la misión de reconectarnos, con la misión de encontrar “más de lo mismo” o sin ninguna misión —y nada encontraremos—. Esta es nuestra elección.
El viaje comienza antes de que nos subamos al avión o al carro, en la preparación externa (toda la logística) y en la preparación interna: este ejercicio de activar los poderes y alinearlos con la intención de reconectarnos. Y en realidad, el viaje no termina cuando desempacamos, porque la experiencia se convierte en un nuevo ingrediente en la receta de lo que somos —como personas y en pareja—.
Carolina Alonso C.