Cuando tenemos una perdida experimentamos la tristeza, rabia, culpa, miedo y apego. Toda pérdida genera un duelo y la elaboración del mismo puede ayudarnos a superar el dolor sin sufrimiento. El doctor Rojas afirma que el dolor es inevitable pero el sufrimiento se genera por la persistencia de la resistencia, es decir, que aunque es imposible que haya dolor, sí es posible evitar el sufrimiento.
Las pérdidas generan afectación en diferentes áreas de nuestro ser: a nivel fisiológico, los sentidos se vuelven agudos e hipersensibles generando algunas veces taquicardia, sensación de vacío y desesperación. En cuanto al área cognitiva, es normal que no haya claridad en los pensamientos ni en la toma de decisiones. El área perceptiva genera el hecho de percibir a esa persona aunque no esté y que sigamos sintiéndola; en el área conductual el duelo genera alteraciones en el comportamiento, actuamos de una manera irracional porque nuestro cerebro funciona diferente en estas situaciones.
Afirma Santiago, que el sufrimiento depende de nosotros y que el primer paso es aceptar que somos vulnerables y que nos duele, reconocer que a todos nos puede suceder esto, debemos darnos tiempo y permiso para vivir el duelo. No podemos esperar una recuperación inmediata, la “fractura del corazón” hablando de forma simbólica, es comparable con la fractura de un hueso, es decir, que puede tardar varios meses.
Cuando tenemos una pérdida nos duele todo; nos duele el cuerpo, duele el aspecto social, duele la parte emocional y mental, y por último, nos duele lo espiritual. Al aceptar la pérdida y aceptar que nos duele, empieza la transformación y lo contrario sucede cuando uno mismo niega las cosas, puesto que en este estado no puede cambiarlas o transformarlas.
El segundo paso consiste en entender la pérdida como tal y no como un fracaso. Es importante diferenciar estas dos palabras y entender que nunca es un fracaso, el fracaso no nos da otra opción, mientras la pérdida sí. Es importante reconocer que lo que se perdió no fue a la otra persona, sino a uno mismo y que lo que se perdió fue el vínculo y el bienestar que se tenía o sentía junto a esa persona, por lo que la lucha debe ser en pro de la recuperación de nosotros mismos, de nuestra fortaleza interior y del vínculo con nuestro ser, más no estar enfocados en la recuperación del otro.
El tercer paso es hacer una aceptación integral, debemos expresar el dolor, hay que sacarlo, ponerlo afuera con sentimientos, palabras, escritos, etc., para liberarnos.
Una vez nos recuperemos a nosotros mismos encontraremos un nuevo sentido a la vida y aprenderemos a vivir sin esa persona y todo esto se dará solo cuando lleguemos al perdón. Perdonar no es olvidar, es aprender para que no se repita una situación semejante en nuestra vida y es necesario hacerlo para quitarse el resentimiento y el rencor, pues como afirma Santiago, estos sentimientos se asemejan al hecho de tomarse un veneno con la ilusión de que al otro le haga daño.
Lo último es volver a motivarse por la vida, pero para hacerlo es indispensable haber hecho el duelo.
Entender que las relaciones se constituyen de tres principios: yo, tú y nosotros. Así, es importante entender que cada uno tiene sus amigos, su espacio, su trabajo, y que debe haber un equilibrio entre los tres aspectos. La clave es compartir la vida, no entregarla.