Tercera entrega de la columna “Sentirse sana” de nuestra columnista invitada Lina Aristizábal, politóloga, periodista, profesora de yoga y una madre real.
Comencé a hacer yoga unos meses antes de que naciera Benjamín. Lo hice porque ‘decían’ que me iba a servir para el parto. No le creí y evidentemente no me funcionó. Las cosas hay que creérselas, si no, se tienen resultados como este: 24 horas de trabajo de parto, desgarro, piso pélvico destruido e incontinencia fecal.
En el posparto estaba tan llena de ruido, que volví al mat desde un lugar diferente: creyendo que me ayudaría a transitar todos esos pensamientos y emociones difíciles que me generaban tanto dolor físico, mental y emocional. Y así fue. Poco a poco, con la ayuda de las posturas y la respiración, empecé a soltar emociones reprimidas, miedos y tensiones. Lloré. A veces ni entendía el porqué, sólo sentía lo que debía sentir y ya (a veces toca así, sin meterle tanta cabeza). Mi cuerpo y mi mente empezaron a responder mejor, me comencé a ‘parar’ y a salir de ese lugar oscuro.
El yoga se volvió un hábito necesario y mi mejor aliado para atravesar un momento muy difícil de mi vida y de muchos cambios. Gracias a esos espacios de conexión con mi cuerpo, pude encontrarme con esos dolores físicos, mentales y emocionales, y pude darme el espacio para sentirlos con amor y compasión. Eso me sanó e iluminó un camino que se veía muy oscuro.
Pasé de no creerle al yoga a confiar tanto en mi práctica, en mí y en el poder de mi cuerpo, que aún y con las recomendaciones de cesárea del proctólogo y del especialista en piso pélvico, decidí tener un parto en casa.
Con la bendición de mi partera y de mi ginecólogo (todes deberían ser pro parto respetado, es ridículo que aún hoy no se respeten las decisiones sobre nuestro cuerpo), decidí creerme el cuento de que sí podía. Hice una formación en yoga durante mi embarazo y con mucha práctica pude llegar a un nuevo parto con un cuerpo y una mente fortalecida.
Y así fue. Antonio nació a las dos horas de haber comenzado trabajo de parto y en total calma (sí, antes levanté la casa a gritos del dolor). Lo parí natural, como mi abuela parió a 12 hijos. Fue hermoso. Este último parto (y cuando digo último es ÚLTIMO, no me interesa parir más) me reconcilió con la forma violenta en que nació mi primer hijo y que tantas lágrimas me costó soltar. Después de una larga depresión posparto, sé que el yoga me ayudó, no sólo a superarla, sino a salir fortalecida de un lugar difícil para enfrentarme a nuevos retos y cambios.
Hoy me siento orgullosa de mí y de este camino que me regaló la maternidad. Sí, me dolió despedir partes de mí, me gusta mucho la soledad y aunque nunca más volveré a estarlo de la forma en que lo viví, este regalo me da nuevas formas que me equilibran la vida cada día, a cada instante.
Soy Lina Aristizábal. El cartón que me dieron dice que soy politóloga y periodista. En mi corazón soy una madre, yogui y aprendiz de ceramista. Escogí hacer yoga como un camino de sanación y encuentro. Doy clases de yoga para todo tipo de personas, hago sesiones de reiki, doy clases de cerámica y en mis pocos tiempos libres hago platos de cerámica con amor.
Soy una mamá real que siempre te dirá las cosas como son, desde el amor. Soy una persona que diariamente se reta a sí misma para demostrarse que se puede vivir en unión con nuestra esencia divina. ✨En YOGA✨
* Las opiniones dadas por Lina Aristizábal no representan la opinión de la revista Fucsia.