Si algo aprendí pariendo a mis dos hijos es que resistirse al movimiento natural de la vida no solo es inútil porque no podemos evitar el cambio, sino que es profundamente desgastante y doloroso.
Llevaba tiempo sin escribir. Han sido semanas muy difíciles: me separé de mi esposo, me fui de la casa con mis hijos, mis gatas y mis plantas, y renuncié a mi trabajo. Todo de un solo golpe porque alguna vez mi mamá me dijo que era mejor “un solo dolor” que varios en el tiempo. No estoy muy segura de su teoría, pero ya qué.
Salir de mi casa no fue una decisión fácil. Pasaron muchos meses antes de permitirme al menos pensarlo. Me dolía pensar que ese hogar que había construido con tanta ilusión y empeño, no era para mí. Igual que mi trabajo. Era tan doloroso pensarlo, que cada vez que aparecía el pensamiento, entraba en guerra con él, conmigo por considerarlo y un poco con el mundo por el dolor que me producía. Me aterraba la sola idea de contemplarlo como una posibilidad.
Me daba mucho miedo, y aún me da, pensar que no voy a poder sola con dos bebés (me cuesta creerme fuerte en este momento), no lograr ubicarme fácilmente en un trabajo, quedarme sin ingresos justo en el momento en que debo buscar un nuevo hogar, no saber cómo hacer con tanta responsabilidad (a veces me cuesta lidiar conmigo misma) o no tener la vida tranquila que quiero, entre varios más.
Poco a poco fui dejando que llegara el pensamiento con sus emociones y sentimientos. Los observé sin juzgarlos y sin entrar en guerra conmigo por sentir, al final sentir es parte de esta experiencia humana. Dejé de pelear con ellos y me di cuenta de que siempre que aparecían me dejaban alguna información. Empecé a unirla, como en un rompecabezas que en el fondo ya conocía, y me abrí a recibir lo que la vida tuviera por decirme. Dejé de resistirme, porque si algo aprendí pariendo a mis dos hijos es que resistirse al movimiento natural de la vida no solo es inútil porque no podemos evitar el cambio, sino que es profundamente desgastante y doloroso.
Después de meses de pensarlo desde todos los estados de ánimo, una mañana fue claro que por más miedoso, difícil o doloroso que fuera soltar personas, lugares e ilusiones, seguir en un lugar que no era para mí, me hacía mucho más daño. Era hora de hacerme responsable de mi propia felicidad y de saltar al vacío. Primera lección: lección de desapego y confianza.
Ser mamá me ha llevado a preguntarme muchas veces qué ejemplo de mujer quiero darles a mis hijos. Ahora lo tengo claro, quiero que vean en mí a una mujer fuerte, valiente, decidida y feliz, que aunque siente miedo como cualquier persona, no vive desde él porque sabe que la vida es muy corta como para estar en lugares que no nos traen bienestar.
Soy Lina Aristizábal. El cartón que me dieron dice que soy politóloga y periodista. En mi corazón soy una madre, yogui y aprendiz de ceramista. Escogí hacer yoga como un camino de sanación y encuentro. Doy clases de yoga para todo tipo de personas, hago sesiones de reiki, doy clases de cerámica y en mis pocos tiempos libres hago platos de cerámica con amor.
Soy una mamá real que siempre te dirá las cosas como son, desde el amor. Soy una persona que diariamente se reta a sí misma para demostrarse que se puede vivir en unión con nuestra esencia divina. ✨En YOGA✨
* Las opiniones dadas por Lina Aristizábal no representan la opinión de la revista Fucsia.