Mi experiencia como novia empieza cuando escribí una carta al universo que comenzaba así: “El hombre que me merezco es…”. En ella describía las cualidades de aquel hombre que deseaba para mí. Un año y medio después, una tarde de 2013 abrí la mesa de noche y leí la carta de nuevo y me dije: “¡Es él, es Hernán!”. Segura y con esa emoción que hincha el corazón deseé con el alma casarme con mi novio, tener un proyecto de vida juntos y trazarme un objetivo: estar dispuesta a darlo todo por amor, mudarme de ciudad y cambiar mi vida, todo esto en un tiempo límite, pues no repetiría experiencias anteriores de noviazgos indefinidos, así que si en un año no estaba ya en camino a lograr mi sueño y tener mi proyecto junto a él, tenía que replantearme la vida, porque si algo tengo claro es que hay que luchar por lo que uno quiere.
En mayo 14 de 2014, en la ciudad de Cartagena, con champaña rosada, brisa de mar y luna llena él me dijo: “¡Ya que estamos brindando, tengo algo para ti…!”, y puso en la palma de mi mano un caja de terciopelo verde esmeralda. Yo lo mire y le dije: “¡Esto no me puede estar pasando…!”. La abrí y la emoción me embriagó, pues solo me reía y lo abrazaba sin control. “¡Pónmelo, pónmelo, no lo puedo creer…!”. Al ponerme el anillo me dijo: “¡Este es un símbolo de una vida juntos, de un compromiso entre tú y yo!”. Las manos me temblaban y con una sonrisa enorme que aún mantengo, seguimos tomando champaña frente al mar Caribe.
Los preparativos de esta boda fueron rápidos, habíamos elegido tener una fiesta de amor el 4 de octubre del mismo año. Desde un inicio la idea era hacer algo pequeño, con la familia y los amigos más allegados y sería en Los Helechos, una casa quinta, en Río Negro, recién adquirida por los dos, un lugar mágico, con un jardín hermoso lleno de sarros, plantas exóticas y exuberantes. La pasión de Hernán por la arquitectura se vio reflejada en la remodelación de la casa, que fue rediseñada a la medida y decorada con un estilo ecléctico donde el verde natural y exuberante del jardín lleno de ciateas se mezcla con lo rústico, frío e industrial del hierro oxidado y el cemento expuesto, junto a la calidez de los pisos de madera.
Por petición del novio no realizamos la ceremonia civil el mismo día de la fiesta, así que nos casamos el 24 de septiembre a las cinco de la tarde en una notaría para luego, el 4 de octubre, hacer una gran celebración frente a los testigos principales: la familia y los amigos. Para esa fiesta de amor fui mi propia wedding planner, cosa que me causó muchas angustias y disgustos, debo confesar, pero al final tuve muchas manos que me ayudaron. En cuanto a la comida: yo quería que fuera mediterránea y el novio, una parrillada, así que llegar a un punto intermedio, no fue fácil; además, nunca quise que la gente se quedara esperando a que le sirvieran un plato, sino que hubiera comida toda la noche para crear una dinámica para bailar sin parar. Al final, una mesa de ensaladas con productos orgánicos y artesanales y una parrillada fueron toda una sensación.
Por supuesto el vestido fue lo más fácil, al principio pensé en mis diseñadores favoritos nacionales e internacionales, pero la verdad es que tenía en mente un vestido en particular, así que llamé a Adriana Fernández, para que entre las dos lo diseñáramos, las telas fueron traídas de Nueva York y fue bordado a mano sobre mi cuerpo de manera minuciosa. Solo dos semanas antes de la fiesta tuve dudas con el vestido: me puse a compararme con otras novias, lo que es en realidad un craso error, por lo que les aconsejo que una vez seguras de lo que tienen, no se pongan a comparar.
La decisión de los zapatos fue otra historia. Pasé de querer obsesivamente unos Jimmy Choo a unos Valentino de taches hasta llegar al cliché Sex and the City de los Manolo Blahnik azules, pero al final tomé la mejor decisión, hacerlos exclusivamente para mí. Patricia Mejía creó unas sandalias de terciopelo rojo y cuero oro rosado con herrajes dorados y perlas, los zapatos más cómodos que he usado en mi vida, pues me dejaron bailar toda la noche. Por su parte el tocado fue una inspiración propia que diseñé junto a una amiga, lo dibujamos en una servilleta para luego llamar a Nelly Rojas quien hizo de un dibujo sencillo algo espectacular: una peineta hecha a mano en oro envejecido con cristales tono champaña. Respecto al maquillaje y pelo opté por una piel satinada, ojos color cobre y labios salmón, y así crear un look monocromático acorde con mi color de pelo y ojos.
Cuando llegó el día esperado, un nuevo asunto empezó a preocuparme, el pronóstico del clima decía “tormenta eléctrica“ y después de haber hecho todos los ritos posibles, desde la sal en cruz a la derecha de la puerta, hasta los cuchillos, cerré mis ojos y le pedí a mi mamá y mi papá que me siguieran bendiciendo desde el cielo con una tarde soleada y una noche seca y tranquila. Al salir a realizar las fotos con Valeria Duque, el cielo estaba de un azul intenso y sin nubes, y en ese momento los sentí ahí conmigo, lágrimas salieron de mis ojos porque sentí en el corazón que me estaban acompañando con su luz.
La anécdota de la noche fue la canción que canté. Un día sintonizando Radiónica sonó Enamorada de Predrina y el río, y al escucharla supe inmediatamente que esa sería la canción que le cantaría a mi esposo ese día, así que en la mañana del día de la fiesta ensayé con la banda y coordinamos que a eso de las nueve de la noche justo antes y durante los juegos pirotécnicos la cantaría. Fue tal la emoción que me la hicieron cantar tres veces seguidas y al unísono la cantaron conmigo, fue un gran momento no solo por mi “debut” como cantante, sino por los destellos de luces de colores en el cielo que iluminaban la sonrisa de mi esposo escuchándome.
Finalmente, mi fiesta de amor fue una gran celebración donde todos bailaron, pues siempre soñé que fuera así, contagiar la alegría de tener el amor y hacer que fuera un lindo recuerdo. Lo más bello es que logramos que la felicidad se multiplicara en el corazón de 93 invitados que salieron contagiados de amor.