Esta historia comienza donde las demás terminan. Afuera, un pueblo caribeño celebra el Día de Muertos; adentro, un corazón marchito dice: #otra vez, nunca más, no puede ser".
Un final feliz
Por: Teresita Goyeneche
Esta historia comienza donde las demás terminan. Una cara triste mira a través de la ventana bañada de lluvia de un bus que va a Cancún. Afuera, un pueblo caribeño celebra la noche de víspera de Día de Muertos; adentro, un corazón marchito dice cosas como: otra vez, nunca más, no puede ser.
Esta historia comienza aquí, porque ella, la dueña de esa cara triste, no ha parado de hablar de él, de pensar en él, de odiarlo, quererlo y desear intensamente que él la llame, que él le escriba, que él haga que esas vacaciones pagadas con su salario treintañero, mejoren solo con decir: yo también te quiero.
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Micheladas, clamato, cochinitas
-"en verdad no me importa".
El asunto es que no va a pasar y ella lo sabe.
Ahí va ella con los calzones llenos de arena coralina y la frente colorada, porque leyó a Joan Didion toda la mañana acostada en una asoleadora frente al mar. Las olas turquesa reventaban contra las pequeñas dunas de arena blanca a su lado. Y no, no usó bloqueador.
No usó bloqueador porque nada dolería más que estar sola en esas vacaciones pagadas con su salario de niña, sabiendo que no había nadie al otro lado del hilo rojo. El hilo rojo no existe. Joan Didion y John Dunne son "too good to be true" -No mames, güey. Ese es un libro de duelo-, y si, ella ya estaba en duelo y en ese momento no lo sabía.
Pero esa no es la historia, es apenas el antecedente. La historia va del inevitable destino de los autosufientes, de los sobreprotectores. De los que escriben todo en listas para que no se escape nada y de los que no soportan la incertidumbre, aunque ya hace un par décadas en toda aula humanista se determinaba que ese sería el espíritu de esta generación. Kurt Cobain lo sabía y por eso tomó una decisión.
Ella, la chica que mira por la ventana, ha besado a otro chico y lo ha desechado sólo para demostrar que no necesita a nadie. Ella, la chica insolada, ha hablado en conferencias y ha sido alabada por su capacidad de hacer pasar las cosas. "Todo lo puedes", le han dicho. Ella, que aún tiene sal en la piel porque no quiso darle tregua a la mente durante una ducha, huele mal. Pero en su defensa, puede cargar su maleta, puede viajar sola, puede pagar sus cuentas y siempre ha podido hacer lo que quiere. Sin embargo, ahí va desfigurada con el estómago pegado al esternón.
Dicen los que saben que 29% de las mujeres colombianas mayores de 15 años están solteras, pero que una no debería casarse antes de los 25 porque el riesgo de divorcio es más alto, y que si espera hasta los 35 ya no te casas. Dicen los que saben que cuando menos lo esperas, ahí te llega, "sólo deja de desearlo". Dicen los que saben que es que los hombres le tienen miedo a las mujeres fuertes e independientes. Dicen los que saben que es que si has tenido sexo con mucha gente ya no te van a querer. Dicen los que saben... Pero cómo le dices a ella, que todo lo puede y que todo lo tiene bajo control, que no desee ni busque lo que quiere. Es que no se le da natural.
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A ella le prometieron que ser libre y autónoma era lo de hoy, pero nunca le dijeron que el que dice todo lo que piensa, pierde. A ella no le dijeron que darle vuelta de más a las cosas es de mal gusto, que hasta las chicas guapas espantan cuando cuestionan mucho. A ella no le explicaron que nadie tiene que unirse a su causa o entender sus motivos sólo porque a ella le parezcan válidos. Educarse no significa necesariamente tenerlo todo ganado. Si acaso y para algunos afortunados, sólo garantiza poder pagar vacaciones en Tulum, estar al día con las cuentas y ser invitado a hablar en conferencias internacionales. Nada mal, pero también, nada más.
Pero, ¿es eso la felicidad? ¿tiene derecho una mujer independiente a llorar por un hombre que no la quiere? ¿existe la posibilidad de no ser apedreada contra un paredón feminista si acepta que cambiaría todos sus zapatos favoritos por encontrar el cuerpo amado en casa cuando vuelva de estas vacaciones que han torturado a su colon irritable? Pues ahora no está feliz, eso sí lo sabe. Aunque tampoco lo era antes, ni siquiera enamorada.
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Volvamos a hace unos días: Bogotá, a eso de la 1 de la tarde, en la puerta de migración. Dos enamorados vestidos de negro exponen su afecto en público. Son ellos.
Ella, antes de montarse al avión que la lleva a Ciudad de México, y él, que ha ido a El Dorado a despedirla. Se toman de las manos, se miran a los ojos...
"and what I want to know is
How do you like your blueeyed boy
Mister Death"
Se besan. Se dicen "te quiero", se dicen "te espero", se dicen "en unos días dormimos juntos", se dicen "me gusta todo de ti". Y antes de montarse a ese avión que la lleva a esas vacaciones solitarias tan esperadas, suelta la bomba: "besé a alguien más". Después vino el silencio, las 5 horas de vuelo y los desplantes de los días que siguieron. Se acabaron los "te quiero".
Pero de nuevo, eso también es antecedente ¿Puede una mujer, que hace ejercicio físico a diario para tomar mejores decisiones, ser su peor enemigo? Sí, y esta es apenas una exposición de lo que significa el sabotaje.
Pasando por algún sector de Playa del Carmen, donde la pretenciosa arquitectura de inspiración maya la saca del látigo mental al que se ha sometido, recupera la cordura. Y ahí es cuando ella, con las axilas hediondas y el pelo grasoso, obliga a su voz mental a que se calle, "ahora los grandes vamos a hablar", le dice.
Aquí es donde la historia llega a su verdadero clímax. Han pasado varias semanas desde aquel día en que se puso un vestido de colores y salió de fiesta con su mejor amigo, porque estaba en la agenda -Una vez al mes, hay que salir a bailar-.
El vestido más corto, para una de las noches más calientes del año, conquistó al hombre que ya no la quiere. La atracción fue inmediata, los besos inminentes, el sexo desbordado en el día uno, el día dos, el día tres... Vino un viaje de trabajo... con la distancia vinieron llamadas por horas el día ocho, nueve, diez. Mensajes calientes el día doce, conversación personal e íntima el día catorce, "volvamos a vernos" el día quince, "tengo miedo a enamorarme" el día veinte, "te espero en Santa Marta" el día veintidós.
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Volverse a ver fue refrescante. Besos y más besos apenas bajó del bus en la estación donde él la esperaba a medianoche. "Te presento a mi familia" el día veinticinco, "me molesta tu feminismo" el día treinta, pero igual "me encantas" el día treinta y tres y treinta y cinco.
Magia, fiebre, perder peso de tanto coger y tan poca comida. La sangre entre el hervor y la calma chicha. El placer absoluto, las carcajadas hasta la madrugada, dormir en su pecho, admirar sus palabras, sus proyectos, su historia y, de golpe, dejar de hablar de ella para solo hablar de él.
Esto no puede terminar aquí, esto tiene que seguir, "no sé hacía dónde vamos, pero vamos juntos", decían. Y ahí comenzó el drama. Se acabaron las llamadas, se acabaron las carcajadas, se acabaron las preguntas, comenzó el monólogo y ella prestó su oído y su agenda para que él jugara a tener novia.
Él: "Estoy ocupado, no puedo ahora", y ella, "no te preocupes, puedo esperar". Él: "olvidé decirte que no iba a llegar, me fui a un concierto con mis amigos", y ella: "vale, entiendo, pero no vuelvas a hacerlo". Él: "no podré estar los días que prometí, perdón por hacerte mover tus vacaciones", y ella: "esto no está bien, pero igual quiero estar contigo". Y así, un día, ella besó a otro chico y luego lo dejó ir para demostrar que no necesitaba a nadie. Ni a Él, ni a nadie.
La moral es un bello conjunto de valores y reglas que nada tienen que ver con un todo, sino, cada vez más, con el universo interno de una sola persona: YO ¿qué es lo bueno y qué es lo malo? ¿puede una mujer emancipada caer en el lugar común de la que necesita y espera algo de alguien? ¿puede esa mujer ganar en alguna parte de esta historia?
En el día diecisiete, ella recordó cómo su último novio la maltrataba psicológicamente y decidió decirle a él que mejor lo dejaran así, temiendo que algo parecido pudiera pasarle; él no estuvo de acuerdo. En el día veintiocho, ella enfermó y él no apareció, entonces dejó de contestarle el teléfono por tres días seguidos. En el día cuarenta y cinco, ella cayó en picada al hoyo negro de la dependencia y tuvo vértigo cada segundo pensando que el fin estaba cerca. En el día cincuenta y uno le escribió la carta más larga jamás escrita, motivada por el miedo al fracaso y la imposibilidad de tragar alimento alguno que le causaba su potencial ausencia. En la carta le pidió que por favor no la dejara todavía.
La inseguridad, un sentimiento escondido en las cavernas de la adolescencia, despertó con la brutalidad de un gremlin alimentado después de medianoche. Este antecedente, el de la vergüenza, también es fundamental para entender esta historia.
Nosotros ya entendimos por qué algunos superan las tusas más rápido que otros, aquí te dejamos la triste verdad
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Llegando casi al final, la encontramos nuevamente en Ciudad de México tomando una ducha tibia en un viejo departamento de la Colonia Narvarte. Se depila las cejas frente a un espejo. Pone su lista de Warpaint mientras hace la maleta. Guarda en papel periódico un ejército de Catrinas que serán los regalos de viaje para familiares y amigos. Viste sus pantalones negros favoritos, una camisa de flores y deja que su pelo lacio y castaño caiga libre sobre su mejor chaqueta de cuero. Con los labios pintados del rojo más oscuro sale a la calle, a algún bar de la avenida Álvaro Obregón. Cena, flirtea, cuenta sus mejores historias, sus tres amigos mexicanos ríen con ella, se siente completa. Bebe, baila y luego duerme. Unas horas después ya está de nuevo en un avión camino a casa.
En el primer mensaje que recibió de él al aterrizar, ya volvía a decirle "mi amor". En el taxi el corazón le martillaba las costillas. En la cama donde dormiría esa noche la esperaba su chico. Se quitó la ropa, se metió entre las cobijas de esa habitación oscura y luces rojas, se abrazó a su espalda y luego lo besó hasta la madrugada, hasta que el cansancio los durmió. A la mañana siguiente desayunaron juntos, se contaron de sus vidas en las últimas semanas, se juraron que se querían mucho y luego se despidieron, para siempre, porque las buenas historias de amor también terminan así: reconociendo el final.
Esta historia termina donde las demás comienzan. Una chica guapa y lista camina feliz por la ciudad. El cielo anuncia tormenta, pero ella está preparada. Tiene puestas sus botas de lluvia favoritas y carga un buen libro en la cartera. Nada le falta.
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Teresita Goyeneche, autora invitada
Teresita Goyeneche es de Cartagena, ejerce como periodista en CONNECTAS y es profesional en Relaciones Internacionales.
Ha trabajado en la FNPI y publicado en medios como Vice Colombia, Univisión y Revista Factum.