Si bien ya estamos “grandecitas” para creer en príncipes azules y amores eternos en castillos de piedra en los que todas las noches celebran bailes para estrenar zapatillas de cristal, también es cierto que algunas se están quedando cortas a la hora de relacionar cualquier detalle con amor, ¡están pero crudas!, y la muestra que cae como anillo de diamantes al dedo (sin adelantarnos al matrimonio, por favor)
es el Día del Amor y la Amistad.
Y es que, ¿cómo puede ser amor aguantar tres horas de trancón y hacer fila para ir a almorzar al restaurante de moda a la salida de la ciudad? ¿Cómo puede ser amor endeudarse con la cuenta de ese almuerzo que salió a dos cuotas de la tarjeta de crédito? ¿Pero cómo es posible que el almuerzo remate con una joya, por otras tres cuotas, o un estuche de chocolates, una bufanda de cachemira o un reloj exclusivo?
¿Cómo pudimos reducir el amor a un regalo?
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Yo sé que todas saben que el Día del Amor y la Amistad tiene su origen en la costumbre inglesa del Día de San Valentín, que nació con el sacerdote del mismo nombre que casaba a escondidas jóvenes parejas en el siglo III en Roma, quienes tenían prohibido el matrimonio por mandato del imperio, pues necesitaban la atención de los hombres centrada en la guerra y no en los gajes del corazón. Que
con el tiempo y el capitalismo galopante se convirtió en una estrategia comercial para activar el mercado entorno a esta fecha que deja millones de ganancias a los dueños de las grandes marcas del “amor” y miles de deudas a novios, esposos y uno que otro amante. Por eso no quiero sonar repetitiva y caer en ese tema bien conocido, no.
El punto, además de lo ya sabido por todas en el párrafo anterior, es que estamos olvidando que el amor sólido y verdadero puede pasar el Día del Amor y la Amistad haciendo el aseo de la casa que no se hizo entre semana por culpa del trabajo, o planeando cómo ahorrar para viajar a fin de año, o tomando
un paseo lento por el parque mientras se sueña con el futuro, o tomando una siesta abrazados, o leyendo un libro, o perdonándonos, o cuidando los hijos, o consolándonos los fracasos, o conociéndonos las debilidades, o respetándonos los silencios y las soledades, o celebrando los chistes flojos que nos alegran el día, o cediendo en algún punto, o teniendo sexo a los cuatro vientos sin ningún tipo de pudor.
En fin, dedicándonos a nosotros.
Pero el amor se nos ha convertido en un acto fugaz, superficial, al que le estamos dedicando un día, una “fecha especial”, lo estamos reduciendo a un producto de consumo, cuando lo que éste demanda es una apertura real de nosotros con el otro, sinceridad, humildad, comunicación y sobre todo tiempo, que es un regalo valioso y complicado de dar.
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Al amor no se le puede decir cuándo, dónde, ni cómo festejarse, porque es precisamente eso:
libre y, sobre todo, gratis. Su celebración es espontanea y constante, una construcción que requiere de tiempos necesarios.
Si no queremos que el peluche gigante que nos venden en el centro comercial en septiembre reemplace el ‘te amo’ sorpresivo que nos dan en enero,
debemos empezar a respetar el amor y dejarlo de poner mediocremente en cosas o fechas. No se convierta en la que vivió llena de regalos para siempre. O bueno, acéptenlos, pero no se engañe que ese no es amor, princesa.
PD: los regalos los pueden mandar a mi casa, que usted y yo no estamos enamoradas.
@AspasiaSegunda