Por Julia Alegre*
La vida nos sube y nos baja constantemente, a modo de montaña rusa. Nos contradice y nos cuestiona cada movimiento, lo que por otro lado impulsa el crecimiento personal. Las relaciones hacen lo propio, añadiendo más desequilibrio si cabe a esta vorágine de contradicciones que es la vida. Dicen los sabios que lo más seguro que se tiene como seres humanos es que no hay nada seguro. Pero dentro de esa volatilidad vital,
hay que tener la suficiente integridad y amor propio para no dejar que determinados valores instaurados a golpe de años se resquebrajen por imposiciones de terceros. La libertad debería ser uno de ellos. O lo es en mi caso. INNEGOCIABLE, IRRENUNCIABLE e IRREBATIBLE.
Como mujer, no han sido pocas las veces que se me ha cuestionado, se me ha criticado y se me ha minado por hacer de la libertad mi bandera, por exigirla con convicción y removerme cuando me han privado de ella. Ojo,
hablamos de libertad, que no libertinaje. Porque la primera, es decir, la capacidad de obrar de una u otra manera sin estar sujeto a la subordinación ni coacción de nadie, nada tiene que ver con la segunda: desenfreno en las obras o en las palabras. Al incrédulo, le remito a la RAE.
En lo que respecta a las relaciones, hay una tendencia devastadora y bastante extendida en Colombia y Latinoamerica (y en muchos más rincones del mundo) a equiparar amor con falta de libertad.
Amar a lo colombiano implica pasar las 24 horas al día de los 365 días al año juntos. Y porque no hay más tiempo, que si no también se exigiría esa correlación de vidas. Amar implica no salir sola con los amigos, menos de rumba o de paseo. Debe ser que las probabilidades de ser infiel se multiplican en este contexto (ir a la panadería no es un escenario propicio para darse al desenfreno). El permiso se obtiene si la pareja nos acompaña. Y es que con carcelero todo es posible. “
Te amo tanto que eres mía, y yo soy tuyo”. Amar es convertirse en una propiedad. Uno pasa a ser una casa, un mueble o un carro, abandonando toda autonomía e individualidad. Porque, si yo soy tuya, ¿qué me queda cuando te vayas? Por supuesto, existen las salvedades.
El otro día leí una noticia titulada “Cada 25 horas un colombiano se quita la vida por amor”, aludiendo a los últimos datos recogidos en el informe Forensis, de Medicina Legal. Según este, los celos y la inseguridad con la pareja se cobraron el año pasado 253 víctimas. El desamor 91. Es decir, 344 en total.
Y sí, somos unos carros muy bonitos y veloces, hasta que nos dejan u abandonan. La libertad se ha demonizado hasta tal extremo que, una vez nos vemos solteros, no sabemos ser nuestro propio carro, mueble o casa.
La libertad tiene por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los seres humanos, como recoge el preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Resumiendo: que nadie puede privarnos de ella. Tampoco ser quienes se la nieguen a nadie.
Así pues, me declaro en rebeldía, y en lo que a mí respecta, no pienso disculparme por pensar que una persona tiene el derecho desde que llega a este mundo de ser libre en cualquier contexto y situación, también dentro de la pareja. No me disculparé por creer en el amor libre, aquel que te deja volar y te impulsa para que alcances las cimas más altas y recónditas, sin imposiciones de ningún tipo, ni coacciones basadas en inseguridades y complejos del otro miembro de la relación.
No pienso pedir perdón por fantasear con un amor que se fortalezca con la individualidad del otro y viceversa.
Y no, definitivamente, no pienso caer en la criminalización sistemática de la libertad y hacer de ella una excusa para poner los cachos o darse a la promiscuidad. Quien te quiera mal, lo hará estando tú encerrada en casa o en la calle mientras haces pleno uso de tu individualidad. Demonicemos al amor perverso, desleal y egoísta, no a la libertad.
Lee también: Post 1: "Mi feminismo contra vuestra ignoracia"
Post 2: Menos tabús y más sexo
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Julia Alegre es una periodista española especializada en
Cooperación Internacional y Acción Humanitaria. Actualmente desarrolla
su trabajo como redactora en Fucsia.co.
JAlegreB@semana.com
Acerca del blog:
El síndrome de la mujer pensante
Ni somos el sexo débil, ni se nos ha forjado para dejar el cerebro en
casa, privado de toda actividad. Vivimos en una época de transformación,
de inmediatez, de información y de libertad. Es el momento de hacer
alarde de todas las posibilidades que se nos brindan; de apostar por una
sociedad que no invalide la crítica constructiva proveniente de una
mujer por tratar temas susceptibles y duros que, indudablemente, la
repercuten. Este es el espacio para la ironía, el análisis, la
contestación, la liberación... El todo y el nada.