Empezaré por decir que yo no soy de aquí. Es decir, no tengo la fortuna
de haber nacido en un país tan bello y magnánimo en muchas cuestiones
como es Colombia (aunque el mío no se queda atrás en otras). Recalco
este punto porque la reflexión que hoy me atañe tiene mucho que ver con
esa divergencia entre percepciones culturales. Esas que chocan y que, en
ocasiones, no encuentran un punto desde el que concurrir y aliarse.
Nací en el seno de una familia en la
que los principios de tolerancia y condescendencia fueron la base de
nuestra educación más temprana. Dos valores que he tratado de mantener
intactos en forma de actitud ante el mundo hasta el punto de condicionar
mi forma de relacionarme con el resto de personas con las que he tenido
el privilegio o la desdicha de toparme, sin importar el contexto. Hasta
ahora. Porque si hay algo que no puedo entender, y menos justificar
desde el prisma de la diferencia cultural, es el proceder de muchas
mujeres colombianas en relación con sus homólogas cuando se trata de
criticar su actitud frente al sexo.
Mi experiencia en esta tierra me
lleva a afirmar que el peor enemigo de las mujeres en este país a este
respecto, son ellas mismas. Mi vocación de periodista me ha permitido
ahondar en el intelecto de muchas colombianas, lo que pasa
inevitablemente por escuchar. Así, no han faltado las veces en las que
he tenido que asistir a verdaderos coloquios en las que estas
despedazaban verbalmente a otra por tener “la osadía” de mantener
relaciones sexuales esporádicas y sin compromiso con cualquier hombre
que se le pusiera por delante. No hace falta decir que lo más bonito que
les salía por la boca era tacharla de libertina.
Lo afable del
periodismo es que, de la misma forma que uno observa, se tiene el
privilegio de preguntar para no hacerse suposiciones precipitadas. Una
actitud que debe ponerse en práctica sin contemplaciones cuando una
cuestión te genera tanta aversión y pensamientos contradictorios a nivel
personal. Así que, ni corta ni perezosa, cuando escucho ese tipo de
comentarios, me dedico a hacer verdaderos interrogatorios de por qué son
capaces de reprender con tanta dureza y ligereza a otra que hace uso de
su libertad sexual como le viene en gana. Tras un titubeo, pocas
colombianas sostienen esa posición inicial. De hecho, la frase
que más repiten a continuación es que ojalá fuesen capaces de disponer
de su sexualidad con esa autonomía e independencia que tanto señalan sin
que la opinión de una sociedad conservadora y sexista de la que forman
parte –y que ellas nutren- las condicione. Su doble moral roza lo indignante.
La justificación a su
modo de proceder inicial, es decir, el de despedazar a la ‘promiscua’ a
la que envidian porque no limita su vida sexual por el “qué dirán”, siempre es la misma: que si se acuestan con muchos hombres son unas
fáciles; que si acceden a tener sexo la primera noche el personaje en
cuestión no las va a volver a llamar; que hay que hacerse la difícil si
quieres tener una relación seria con alguien; que entonces todo el mundo hablará de ellas, etc… ¡Ah! Pero no pasa nada por tener de pareja a un
novio que está más usado que un tobogán infantil. Resulta que el dilema
se suscita cuando la que ha disfrutado de una sexualidad activa antes de
afianzarse en una relación seria es ella…
Es paradójico cómo, al
final, las propias colombianas son las que perpetúan esta situación, pues
ni hacen, ni dejan hacer. Y es que, seamos razonables. El hombre no te
llamará después de acostarte con él por millones de motivos que nada
tienen que ver con el hecho de que hayas hecho lo que te ha dado la gana. De hecho,
lo más probable es que no te vuelva a llamar porque a nadie le gustan
las personas indecisas e inseguras que prefieren poner por delante la
opinión de terceros a sus propios deseos.
Tampoco es que quieras que
cada tipo que conoces y con el que te decides a tener sexo te llame. En
serio, no todo el mundo es tan especial como para tener una cita,
mantener una conversación de tú a tú o empezar una relación seria. Algunos hombres solo son para pasar un buen rato y si te he visto no me
acuerdo. En lo que respecta al qué dirán, es un imaginario que se nutre
de aquellos que le otorgan el poder de afectarles.
Disfrutar de
la sexualidad libremente es una opción válida y respetable, como
cualquier otra. No lo es, por otro lado, el cinismo que acompaña a
muchas mujeres colombianas que insultan, reprenden y fiscalizan a las
que tienen la valentía de romper con los tabús y hacer con su vida lo
que ellas deciden.
Así que, señoras colombianas, libérense. Y que sea lo que Dios quiera.
Lee también Mi feminismo contra vuestra ignorancia.
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Acerca del blog:
El síndrome de la mujer pensante
Ni somos el sexo débil, ni se nos ha forjado para dejar el cerebro en
casa, privado de toda actividad. Vivimos en una época de transformación,
de inmediatez, de información y de libertad. Es el momento de hacer
alarde de todas las posibilidades que se nos brindan; de apostar por una
sociedad que no invalide la crítica constructiva proveniente de una
mujer por tratar temas susceptibles y duros que, indudablemente, la
repercuten. Este es el espacio para la ironía, el análisis, la
contestación, la liberación... El todo y el nada.
Julia Alegre es una periodista española especializada en
Cooperación Internacional y Acción Humanitaria. Actualmente desarrolla
su trabajo como redactora en Fucsia.co.
JAlegreB@semana.com