**Por Ana Rey y Julia Alegre Hollywood tiene un problema si cree que las mujeres no tenemos criterio para demandar cine erótico de calidad. Más aún cuando acudimos a los teatros con la expectativa de deleitarnos con una película de alto contenido sexual, atrevido, explícito y excitante. De esas que te motivan para llegar a casa pronto, agarrar a tu pareja con rudeza y tener una noche de sexo loco.
Nada que ver con la adaptación cinematográfica de la novela de E. L. James. Una película que básicamente trata al espectador de imbécil:
gran trabajo de los responsables de marketing y publicidad, para posicionar un producto audiovisual que ha suscitado tantas expectativas y a la fin es tan pobre. Porno blando sin consistencia argumental y con un erotismo excesivamente metódico, calculado y lineal. Y aburrida, muy aburrida.
Así es a grandes rasgos
Cincuenta sombras de Grey, un romance “sadomasoquista” que de sado tiene solo la intención y de sensiblería absurda y mal enfocada el 90% de las dos horas que dura la película. Porque, al margen de unos cuantos planos del cuerpo desnudo de Dakota Johnson, retorciéndose, dos o tres escenas donde se ve algo de carne, azotes y fustas, el resto es pura pose romántica.
Y es que del libro, cuya fascinante trama logró cautivar a las mujeres de todas las edades alrededor del mundo, invitándolas a explorar su sexualidad sin temor y a ver el sexo “sado” con normalidad, no queda nada.
Por desgracia, la adaptación del libro -premiado como el
bestseller de ficción de 2012, en Reino Unido- es mediocre.
Una historia plana y que raya en el cliché del romanticismo barato, acompañado de desnudos rosas y drama por donde se le mire.
Después de haber leído la obra y de las altas expectativas que se generaron antes del estreno de la película, solo queda una sensación de desasosiego. Pocas ganas dan de ver las otras dos partes de la trilogía, si son de la misma talla de la primera. Increíble que los guionistas y directores hayan creado tanto revuelo con un producto carente de fondo y de forma.
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