Su fuerte personalidad, carisma y descomplicada elegancia han convertido a Michelle Obama en un as bajo la manga de su esposo en el camino a la reelección. Entérate aquí.
Con aproximadamente 70 por ciento de popularidad, es decir, cerca de 20 puntos más que su marido, el Presidente de Estados Unidos, Michelle Obama se ha convertido en una ficha clave para jugar la partida por la reconquista de la Casa Blanca. Ya lo había sido en el 2008, durante la primera campaña de Barack Obama, cuando sorprendió por su capacidad oratoria, comparable a la del entonces candidato, con discursos que nunca leía. O por su sencillez, al presentarse como una mujer trabajadora común y corriente, y señalar a su esposo como “un hombre normal, que tiene mal aliento cuando se despierta, deja las medias tiradas y no ha aprendido a guardar la mantequilla en la nevera después de usarla”, como dijo alguna vez con su natural desparpajo. Pero ahora, después de casi cuatro años, tiene más méritos que sin duda resultarán de gran ayuda en las elecciones del 2012.
La revista Forbes la ubica en el Top 10 de su tradicional lista de las mujeres más poderosas del mundo. Y lo ha logrado gracias a que sabe mezclar su personalidad fuerte con su facilidad para mostrarse accesible al público. Por ser al mismo tiempo una mujer del sur de Chicago y prestigiosa abogada de Harvard, por ser una primera dama que se involucra en asuntos de gobierno como la reforma a la salud, y una mamá que se preocupa por las notas escolares de sus hijas, Malia y Sasha.
En sus tres años en el poder, ha asumido la defensa y protección de las familias trabajadoras, mostrándoles a las mujeres que pueden mantener un balance entre sus profesiones y sus hogares. También se ha convertido en una abanderada de causas como el bienestar de los militares que se encuentran fuera del país y de sus esposas e hijos, y se ha preocupado por bajar los índices de obesidad en los niños. Para esto creó la campaña ‘Let’s Move’, con el fin de reducir el contenido calórico de los productos alimenticios. Para enviar ese mensaje, también sembró en los jardines de su residencia actual vegetales orgánicos. Todo esto, sumado a su carisma, le ha valido ser más popular que sus antecesoras, Laura Bush y Hillary Clinton, entre otras.
El sello de Michelle es la autenticidad, nada de lo que hace parece impostado. En una visita de Estado al Reino Unido, sostuvo cariñosamente por la cintura a la reina Isabel mientras bajaban las escaleras del Palacio de Buckingham. Horas más tarde, preparó hamburguesas para los empleados del primer ministro, David Cameron, al lado de la esposa de este, dejando ver la misma cercanía que tiene con su personal de servicio. Y es que Michelle Obama se ha empeñado en ser una mujer del siglo XXI y una primera dama poco convencional, no solo por su raza, sino porque ha transformado su papel en uno más real y menos tradicional. Hasta en su manera de vestir, chic y sin pretensiones, a veces discreta y a veces colorida, esa tendencia ha sido evidente. “El estilo importa porque es la primera impresión que se da de lo que uno es y de cómo se presenta ante el mundo”, explica Kate Betts, autora del libro Everyday Icon: Michelle Obama and the Power of Style, dedicado a la moda impuesta por la Primera Dama. La exeditora de Harper’s Bazaar y especialista en el tema, comentó en una entrevista que “la gente no tiene acceso al Presidente o a la Primera Dama, estas figuras se comunican con el público a través de su imagen”. Igualmente, destacó que el día de la histórica posesión de su esposo, Michelle saludó a los asistentes con unos guantes verdes de la marca J.Crew, acotando que “cualquier persona puede ir a J.Crew y comprarlos, no es algo exclusivo de la Primera Dama. Así se muestra más real y cercana”.
Pese a que la esposa del Presidente es arriesgada y no siempre usa ropa de moda, ha llegado a ser un referente en cuanto a estilo, tanto para el público como para los diseñadores y revistas especializadas. Ha impulsado la industria norteamericana luciendo atuendos de jóvenes talentos, cuya participación ha ido en aumento durante la Semana de la Moda de Nueva York. Las nuevas promesas del diseño reconocen que gracias a la Primera Dama la prensa dirige los ojos a su trabajo. Betts agrega que a veces despierta críticas por atreverse a usar prendas diseñadas por extranjeros, pero “la gente ve lo que ella usa como un asunto de orgullo nacional. Está cambiando las reglas y el protocolo. Uno hubiera pensado que por ser la primera mujer afroamericana en llegar a la Casa Blanca iba a pisar con más cuidado y que se iba a conformar con encajar en este rol”. Pero hasta ahora es muy poco lo típico en su forma de ejercer el cargo.
“Una chica negra del sur de Chicago… no se suponía que estudiara en Princeton o Harvard, pero lo logré y me fue muy bien. Tampoco se suponía que pudiera llegar hasta aquí”, expresó la señora Obama en uno de sus discursos. Las expectativas de esta descendiente de esclavos siempre fueron altas. Michelle LeVaughn Robinson es la segunda hija de Frasier y Marian Robinson, un empleado de una planta de agua y una secretaria y ama de casa. Creció en un modesto apartamento de una sola habitación, viendo el ejemplo de su padre, un hombre que a pesar de sufrir esclerosis múltiple nunca dejó de trabajar para sacar adelante a su familia. Quizá por eso siempre se propuso ser la mejor estudiante, tanto en el colegio como en Princeton, universidad de la que se graduó con honores en Sociología, con una tesis sobre el tema racial.
Luego, continuó la carrera de Derecho en Harvard y al terminar fue contratada por la firma de abogados Sidley & Austin, especializada en propiedad intelectual. En 1990 una de sus tareas fue entrenar a un estudiante de su universidad que trabajaría para la compañía durante el verano. Ese joven era Barack Obama. En varias oportunidades el actual Presidente ha dejado saber que se interesó en ella desde que la vio por primera vez, pero que Michelle parecía no pararle bolas y en cambio se dedicaba a presentarle a sus amigas para que saliera con ellas. Sin embargo, ella aceptó una invitación a cine a ver una película de Spike Lee, a quien según el mandatario le debe su matrimonio, pues en esa cita “ella dejó que le pusiera la mano en la pierna”. Dos años después, durante una cena, él le pidió matrimonio con un anillo que venía como parte del postre.
La pareja ha contado que vivió una crisis cuando Barack decidió iniciar su vida en la política. Ella se quejaba al pensar que tendría que criar a sus hijas sola, pero aceptó con la condición de que no se perdiera ningún recital de ballet de las niñas y que sacara tiempo para ir a las entregas de notas del colegio y leerles un capítulo de Harry Potter antes de dormir. Entre tanto, ella ganaba 300 mil dólares anuales como Vicepresidenta para la Comunidad y Asuntos Externos del Hospital de la Universidad de Chicago, casi el doble del sueldo de senador de su marido.
Para Obama, el apoyo de su mujer ha sido vital, y admite que la considera su “fortaleza”. Algunos críticos no ven con buenos ojos su fuerte carácter y la tildan de ser autoritaria y castrante. Quienes la admiran afirman que lo único que quiere es dejar claro que no se deja manipular. Su familia la define como una mujer competitiva que odia perder, incluso jugando monopolio. De hecho, dicen que se encaprichó con entrar a Princeton cuando su hermano ganó una beca en esa institución para jugar baloncesto: “Yo soy más inteligente que él, puedo lograrlo”, se dijo. Tal vez esta actitud le sirva para la nueva campaña de su esposo. Mientras tanto, Michelle asegura ser una mujer de 48 años común y corriente, que se despierta a las cuatro y media de la mañana para hacer ejercicio: “Sigo siendo la misma chica del sur de Chicago, no importa cuántas cámaras me estén enfocando”.