Después de cuarenta años de feminismo activo, se supone que las mujeres habíamos conseguido una serie de logros; el primero de ellos, la oportunidad de escoger lo que queremos hacer y volverlo realidad, de sentirnos seguras y libres. Pero nada más apartado de la realidad. Los cambios que aparentemente iban a abrirnos muchas puertas han hecho de las mujeres de las generaciones actuales personas más inseguras.
La obsesión por la belleza y por saber si uno es “hot” (popular), como se dice ahora, es tan solo el comienzo. Para no profundizar en temas como la sexualidad, pues con respecto a esta ya no se sabe si ser virgen hasta cierta edad es parecido a tener lepra o más bien encierra en sí un valor. El bulling entre las jóvenes es el pan de cada día y denota cómo se las equipara con un “producto”.
Digo esto después de haber leído innumerables artículos y, particularmente, después de haber visto algunos capítulos de la serie televisiva de moda, Girls, que según los jóvenes que trabajan en nuestra revista, FUCSIA, revela exactamente la realidad que viven unas niñas que no se preparan para salir a luchar por un trabajo y que creen que basta con estudiar lo que las apasiona, arte, historia, teatro, diseño, literatura o pintura, para ser felices.
Sin embargo, cuando la realidad las confronta y salen del nido familiar a batirse en un mundo implacable, con un alto nivel de desempleo, se dejan llevar por la corriente, aun a costa de destrozarse moralmente. Por un lado, pretenden liberarse de los hombres actuando como ellos, practican el “sexo casual” y se encuentran con algo mecánico, vacío, sin emoción. Desde la pubertad el medio las bombardea con mensajes sexuales agresivos, para los cuales su mente no está preparada. Todo vale, los sentimientos pasaron de moda. Se saltan la etapa de exploración, de construir confianza con la pareja, creando gradualmente una intimidad.
Aquí es donde el cambio de valores trastorna la percepción y de alguna manera confronta la naturaleza femenina. Las emociones y los sentimientos son parte fundamental de la estructura del cerebro femenino y eso no se puede cambiar. La obsesión de verse sexy, que predican la televisión, el cine, la internet, etc., crea unos modelos irreales. Una joven se comporta no como su corazón le dice, sino como toca según esos patrones, es decir, tiene sexo para ser aceptada por sus congéneres y no para construir una relación.
Y de nuevo las estadísticas lo dicen todo. Según una encuesta hecha en el Reino Unido, las adolescentes de hoy tienen sexo con múltiples compañeros cuando todavía están en el colegio. Hace treinta años este porcentaje era del cuatro por ciento, hoy es del veinte, y sigue en aumento. Tener sexo con muchos novios no es bueno ni para el cuerpo de una mujer ni para el alma. No solo está de por medio el problema del embarazo adolescente, sino el de las enfermedades venéreas, pues aunque el uso del condón y de la píldora han disminuido el riesgo de embarazo, el hecho de pensar que tener el mayor número de parejas es lo que toca, ha desatado una racha de infecciones como la clamidia, que afecta la fertilidad de la mujer. Además, por cuenta del sexo oral se está viendo un aumento significativo del cáncer de boca y garganta.
Las escenas de sexo de Girls reflejan estos comportamientos textualmente y tengo que confesar que me pareció aterradora. No sé si al final series como esta constituyan una especie de alerta para los padres, mostrándoles la realidad que están viviendo sus hijas o, por el contrario, contribuyan a manipular a las jóvenes, que terminan convencidas de que ese es el comportamiento que la sociedad espera de ellas. Creo que nunca será demasiado prematuro actuar para impedir que a nuestras hijas les laven el cerebro y se metan por el camino de “muy sexy, muy pronto”.
Nuestras hijas forman parte de una lucha que se inició antes de que nacieran, hace un siglo, cuando las mujeres obtuvieron el derecho al voto. Pero el derecho a dejar un marido violento o el de ganar un salario decente es algo que no todas las mujeres pueden obtener. Todavía se ven casos como el de la violación de una mujer por “provocadora”, en la India, o la oprobiosa realidad de que, de cada seis mujeres de Afganistán, muere una en el momento del parto. La trata de blancas es aún un negocio muy productivo. Todo esto nos tiene que decir, con rabiosa urgencia, que nos queda mucho por hacer y que no nos podemos dar el lujo de retroceder cincuenta años en la lucha por la igualdad. Se trata, nada menos, que de reivindicar nuestro derecho a ser mujeres, y no esclavas.