Nos hemos acostumbrado a pensar que la felicidad es un derecho que se da como algo automático. Nada más equivocado.
Acabo de leer un artículo publicado recientemente que habla, a su vez, de un estudio realizado por los investigadores de la London School of Economics, que me llamó la atención y preciso compartir con mis lectores.
Según los eruditos de esa prestigiosa institución, los seres humanos solamente alcanzamos el pico de la felicidad dos veces en la vida. La primera, a los 23 años, la segunda, a los 69. Son dos edades diametralmente diferentes de un ser humano, en las que la satisfacción acerca de la vida llega a su máxima cota. A los 23 uno piensa que todos sus sueños se pueden volver realidad y por primera vez en la vida experimenta un sentimiento real de libertad, de independencia y, ¿por qué no decirlo?, de felicidad intensa.
Por el contrario, los que están en los 50 creen que no lograron cumplir con las aspiraciones que abrigaron en su juventud y empiezan a resentir la vida que llevan. La llamada crisis de los 40 sobreviene hoy en día una década más tarde. Es el momento en que a las personas les da por examinar su vida, y por lo general no están muy satisfechas con el balance. Se puede decir que son los años del remordimiento, de la frustración de ver cómo pasó el tiempo sin que se cumplieran muchas de las metas con las que uno soñó.
En ese momento muchos tratan de reinventarse y recuperar los años perdidos. Pero, curiosamente, para las mujeres la fórmula es la cirugía plástica y, de pronto, un amante. Y para los hombres, un carro convertible y una mujer de treinta años. Sin embargo, ese experimento con frecuencia no hace otra cosa que aumentar la frustración. Eso dice el estudio.
Sostienen también los expertos que el sentido del bienestar en los seres humanos sigue la forma de una “U”, pues en la década de los veinte el sentido de satisfacción alcanza un punto muy alto, para empezar a descender y volver a subir a la edad del retiro. Porque a medida que uno se acerca a los 60 las cosas vuelven a cambiar.
Es la etapa del realismo, en la que los problemas diarios pierden importancia y la vida se mira con una buena dosis de filosofía. Aunque no lo crean, según el estudio, este es un patrón de comportamiento que cruza las barreras culturales y que se puede observar en diferentes sociedades, sin importar el nivel socioeconómico de las personas, y que se presenta también hasta en los grandes simios. Tal cual.
Pues óiganlo bien: según la Academia de Ciencias Naturales norteamericana, los simios también sufren la crisis de la mediana edad. Así como una persona a los 20 sobreestima en un diez por ciento las expectativas acerca de su futuro, a los 50 sufre por esas expectativas no cumplidas, y al llegar a los 69 recupera el sentido de bienestar en virtud del sentimiento de la misión cumplida. El realismo se impone sobre la ilusión y la falta de expectativas, lejos de mortificar, tranquiliza. La vejez, según el estudio, trae sabiduría y equilibrio. La felicidad ya no se deriva de la vida propia sino de la de los hijos y, sobre todo, de la de los nietos.
Por eso, los que hoy tienen 23 están en la obligación de “sacarle el jugo” a la vida. Ese sentimiento de que todo se puede lograr hay que cultivarlo. Y los que tenemos muchos más de 23 tenemos la esperanza de que al llegar a los 69 algo fantástico sucederá. Ojalá sea verdad. Ya estoy contando los días, porque confieso que creo todo lo que dice la London School of Economics.