Aplaudida e insultada, entre risas y lágrimas, Alejandra Azcárate ya conoce los caprichos de la fama. Curtida gracias a una carrera hecha a pulso, disfruta de sus éxitos, lamenta sus fallas y aprende de sus errores.
Con la dualidad propia de su signo, Piscis, Alejandra Azcárate despierta amores y odios desde que nació en Bogotá, el 3 de marzo de 1978.
Osada y sexy para unos, lanzada e irrespetuosa para otros, entre sus fanáticos y detractores oscila la admiración por su carácter recio, su creatividad y su humor inteligente aderezado de malicia indígena, y las críticas a su personalidad retadora, irreverente y burlona. Pero según su papá, Gerardo Azcárate, es como una jaiba gratinada: caparazón por fuera y como un flan por dentro.
Aleja se ufana de decir lo que piensa y hacer lo que quiere. Pero a veces se le va la mano y se pone pesada, como en el caso poco afortunado de la columna que escribió sobre las gordas, que estremeció a Twitter de indignación y provocó hasta violentas amenazas.
Arrepentida, pidió perdón por ofender sin intención, por no medir el poder de la palabra y subestimar su influencia, pero en general Alejandra es un torrente de elocuencia, que llega al público con gracia y versatilidad. Se presenta sola con un micrófono, sin más escenografía que su ingenio, su carisma y su expresión corporal, y divierte hora y media, convirtiéndose en un éxito de taquilla en temporadas de noches llenas.
Dormilona, celosa y muy llorona, reza por la mañana y por la noche. Gasta la plata en ropa, en sus papás y viajando. Va a buenos hoteles, se da todos los gustos posibles e invierte en finca raíz, porque en su casa aprendió: “tierra hasta en las uñas”. Y espera vivir como el señor Barriga: de la renta.
Su pasión es actuar, pero ha sido todera porque la vida la ha llevado por otros caminos: la radio, el modelaje, la presentación televisiva, la publicación en revistas y el darle vida al monólogo que creó para su stand up comedy.
Indisciplinada, inconstante e impuntual, llega tarde pero llega. Insegura y tímida ante desconocidos, cuando entra en confianza no la para nadie. Intolerante y obsesiva, la irritan la lentitud, la mediocridad, la cobardía. Cuando le da mal genio se enconcha o explota como un volcán y se apaga. Lectora de biografías, novelas, y cero libros de autoayuda, cree que uno logra lo que lucha y le llega lo que se merece. En su mesa de noche guarda vitaminas, cuaderno y lapicero, revistas de chismes que se lee de arriba abajo porque le privan los romances, y su iPod con salsa, baladas, rock y flamenco.
Excéntrica adoradora de piezas únicas, ama la moda como expresión visual de la personalidad y se pone lo que le gusta: tocados, diademas, anillos, pañoletas. No es muy vanidosa, le fascina bailar, y come de todo menos carne roja, porque le cae mal. No tolera médicos ni agujas, y solo le ha dado gripa y guayabo.
A los cinco días de conocer a Miguel Jaramillo se fue a vivir con él, y llevan ocho años casados: “Tuve la certeza de que era él, y no me equivoqué. El que lo quiere a uno, lo quiere como es. Conocí el amor verdadero, y encontré un complemento y un equipo de vida. Mi familia y mi pareja son mi prioridad y renunciaría a lo que fuera por ellos. Un buen trabajo se consigue, un buen esposo no. Vivimos con Magola, mi perrita Yorkshire, que es virgen, y no queremos tener hijos”.
Alejandra tuvo una infancia feliz, con llegada del Niño Dios y almuerzos familiares en casa de su irreemplazable abuela Dolly de Naranjo, una matrona paisa de mente amplia y agudo sentido del humor, sensata y desprendida, que la preparó para ser libre, alegre y sencilla.
Estudió en el Liceo Francés. De Los Andes la echaron en cuarto semestre de derecho y antropología por copiarse en un examen. Estudió periodismo y ciencia política en Boston, y volvió graduada, con busto 34B, y 19 kilos encima, que bajó en un año con lipomesoterapia.
La Azcárate
“Empecé en Citytv como reportera y presentadora de entretenimiento. Manejaba fuentes, conseguía, hacía y editaba entrevistas, escogía la música, escribía el libreto y presentaba en directo. Un año de aprendizaje que me ayudó a encontrar un estilo en televisión. Lo malo era el sueldo.
“En 2002, comenté en directo una película malísima y dije que hasta las pulgas brincaban de pereza en las sillas. Hernando Nieto, director de La Mega, me oyó y me invitó a su programa mañanero. Su director, Alejandro Villalobos, me ofreció el doble de lo que ganaba en City. Acepté y creé un personaje: la Azcárate, una mujer que decía sin miedo lo que las mujeres pensamos y no expresamos. Un boom de audiencia que generó un pánico masculino que me trajo soledad en el corazón”.
Descárate
“Álvaro García, director de Noticias RCN, me dijo que no oía las noticias de la mañana por oír mis barbaridades en radio y me propuso una sección durante el cubrimiento del Concurso Nacional de Belleza: ‘Descárate con la Azcárate’. Invitaba a hombres, debatía con ellos y les tiraba rayo a las candidatas. Entré a la emisora juvenil de Caracol Radio, Las 40 Principales, y dirigí la W en La Hora del Regreso. Un voto de confianza de Julio Sánchez, un hombre maravilloso, un monstruo en lo que hace, pero difícil.
“Escribí con Isabella Santodomingo la stand up comedy Los caballeros las prefieren brutas, y nos fue tan bien, que trabajamos dos años y medio de Tunja a Nueva York. Volví a La Mega, y cumplí mi sueño de ser actriz en Los tacones de Eva, luego en cuatro novelas más, e hice mi primer personaje protagónico en Las Santísimas. Cuando la revista Soho estaba empezando, Daniel Samper y Julio Sánchez me dijeron: “Queremos hacer una bomba que cree polémica, y necesitamos una mujer que guste y tenga el peso de asumir lo que se va a venir, al representar a Jesús en la última cena y crucificado”. Crear polémica me tiene sin cuidado, pero no lo volvería a hacer porque entrar en debates éticos y religiosos fue duro, incómodo para mi familia e innecesario en mi vida.
“En Argentina presenté el programa Ellas dicen, con la mexicana Rebeca de Alba y con la argentina Ernestina País, una bomba de carisma y rapidez mental, sin ser bonita, opuesto a lo que pasa en Colombia, donde todas tienen que ser divinas. Fue una experiencia inolvidable en un programa que se veía en cuarenta países, además de estar en Buenos Aires, cerca de mi hermano, a quien adoro. Regresé y en nueve meses escribí el monólogo de esta comedia. Me lancé en el Teatro Jorge Isaacs, de Cali. Al final, cuando todo el mundo se puso de pie, lloré y supe que había empezado bien. Luego hacía publicidad, pegaba afiches, atendía la taquilla, me maquillaba, hacía todo, y me fue muy bien.
“Con Gloria de la Pava, mi mánager, comenzó un nuevo capítulo en mi vida. Ella me citó con Guillermo Restrepo, del comité del Teatro Nacional, que me dijo: “Párese y hágalo”. En una hora no vi una sonrisa, y pensé: “Estoy fracasando”. Terminé y él habló: “Esto tiene que entrar en el Festival Iberoamericano”. Lloré de la felicidad, y las entradas a la función se agotaron en dos días.
“Intento ser hermafrodita mental para sacarle gracia a las debilidades de ambos sexos, y concluir que jamás se debe tener una relación que quite la alegría, castre, no deje ser y coarte la libertad. Este monólogo ha sido el mayor reto de mi vida. Soy muy afortunada porque lo produje desde mi corazón, y ver el fenómeno en que se convirtió es una bendición.
“De Colombia tiene talento salí bien librada porque esos formatos sin libreto son peligrosos. Me conocieron como una mujer con criterio. Eso me generó respeto e hizo crecer muchos actos, porque a veces un ‘no’ es la mejor respuesta. A mí, en un año me rechazaron en 18 castings de novelas. Hoy entiendo que de no haber sido así, no me hubiera exigido como lo hice”.