Las virtudes de compartir con las amigas saltan a la vista, si se honra la amistad.Una conversación con una amiga cercana tiene un efecto relajante y, sobre todo, le da perspectiva a los temas difíciles, ya sea para reasegurarnos en una decisión o para cambiar de opinión.
Leyendo un artículo sobre la importancia de la amistad entre las mujeres, me encontré con varios conceptos muy interesantes. De verdad que no hay nada más tranquilizador que poder llamar a una amiga para contarle un problema o compartir una pena. A ella se le puede preguntar de todo, desde si uno debe o no cortarse el pelo, si el vestido que acaba de comprar le queda bien o si debe acabar con una relación. Si hay que forrar el sofá en una tela de flores o de un solo fondo, si vale la pena dedicarle la vida a un hombre o a la profesión.
En fin, las amigas están ahí para compartir las liviandades de la vida y los temas más profundos. Una conversación con una amiga cercana tiene un efecto relajante y, sobre todo, le da perspectiva a los temas difíciles, ya sea para reasegurarnos en una decisión o para cambiar de opinión. Ese es el ideal, pero, ¿qué pasa con la amiga que no puede guardar un secreto y no tarda en enterar al esposo, a la mamá y hasta a la vecina de las confidencias que uno le ha hecho?¿con la que se siente dueña de la moral y decide juzgar, sin derecho a la defensa, las decisiones que uno toma sobre su vida privada?
Esto no es nada nuevo. Desde chiquitas sabemos el poder que tenemos las unas sobre las otras, la capacidad de manipulación y la envidia que sienten las mujeres hacia sus congéneres. Los niños arreglan sus problemas a puños, en cambio, las niñas desarrollamos una cultura de jueces y nos defendemos a punta de chismes. Sin lugar a dudas, las mujeres somos más propensas a juzgar, a chismosear y a ser desleales entre nosotras. Porque los casos abundan, o si no, ¿quién se acuesta con el novio de su mejor amiga?, ¿quién se enamora de un hombre casado?, pues otra mujer. Eso no quiere decir que no existan las buenas amigas, ni más faltaba, pero se necesita tiempo para madurar y dejar de ser tan ‘femeninas’, es decir, tan emocionales, para lograr el equilibrio entre la afectividad y la racionalidad, para lograr una buena amistad.
Pensando en estas cosas, encontré una explicación antropológica a este fenómeno que, desde luego, no puedo asegurar que sea la “verdad verdadera”. Sencillamente, estos comportamientos provienen de los hombres, que ya en la época prehistórica ponían a competir a las mujeres por sus afectos, pero, sobre todo, porque no tener un hombre significaba morirse de hambre, de frío, y de paso, era una sentencia de muerte para los hijos.
Ese sentido de conservación nos quedó grabado en el ADN y nos ha costado siglos superarlo. Pero la sociedad cambió y ya no somos dependientes de un papá, de un hermano o de un marido. En el siglo XXI es más importante tener amigas que marido, pues este demanda por lo menos siete horas extra al día de trabajo, y si encima de todo el matrimonio es malo, se corre el riesgo de morir de un infarto.
Por el contrario, compartir tiempo con las amigas quita el estrés y ayuda a que el cerebro genere serotonina, la hormona del bienestar.
Según las estadísticas, una mujer que comparte con sus amigas vive alrededor de 20 por ciento más que sus pares. Por ejemplo, si uno tiene un círculo de amigas, tiene más probabilidades de sobrevivir a un cáncer de seno, según dice un estudio que, igualmente, plantea cinco consideraciones sobre las que he reflexionado y que me llevan a la conclusión de lo importante que es la amistad y de cómo conservarla a lo largo de la vida.
Lo primero es cortar con las llamadas ‘amigas tóxicas’, aquellas que nos producen mala energía, que tienen caracteres complejos, que no aportan, sino que hacen daño. Nunca es fácil cortar con una relación, pero en este caso es fundamental.
Sigue el hacer nuevas amistades, lo que es una buena idea, pero cultivar las de toda la vida es aun mejor. Siempre se presentan oportunidades de conocer personas interesantes que enriquecen y gratifican, y hay que aprovecharlas.
Es bueno ayudar a las mujeres en el campo profesional, ser solidarias, convertirnos en mentoras de las más jóvenes y colaborar las unas con las otras, pues en un momento dado una mano amiga le puede cambiar el curso de la vida a una persona.
Es obvio que hay que invertir tiempo en compartir. Todas tenemos ocupaciones, pero hay que insistir en reservar unas horas libres. Hay que ser persistente, así sea a punta de mensajes de texto, hasta que se logre el cometido de salir a almorzar o tomarse un café con una buena amiga.
Debo concluir, entonces, que tal como lo pensaba, tener buenas amigas toma tiempo y esfuerzo, pero vale la pena. La vida no tiene sentido si uno no tiene amistades significativas. No me digan que discutir el color de un vestido para un coctel o la mejor marca de jeans no es lo más importante del mundo. Como dice el artículo, las amigas son fundamentales para tener buena salud, ¡y una larga vida!