"Las parejas no solo comparten las risas y las películas, los viajes y los domingos en la cama, sino su fauna oral". Adolfo Zableh.
Por: Adolfo Zableh Durán
OCHENTA millones de bacterias se pasan las personas en un beso de diez segundos, lo leí el otro día. Tenemos 100 billones de ellas escondidas en el cuerpo, estómago, intestinos y cavidad oral. Juntas pueden llegar a pesar kilo y medio, y la variedad de especies supera las 2000. La noticia salió publicada el pasado 13 de abril, fecha en la que se festeja el Día Internacional del Beso. Bonita forma de cagarnos la celebración y el romanticismo.
Entonces ya las parejas no solo comparten las risas y las películas, los viajes y los domingos en la cama, sino su fauna oral. Mientras se besan se curan los rotos del alma y se vuelven inmunes al dolor, pero también a las infecciones del otro.
Hasta ahora el amor había sido explicado desde la locura de los artistas y la cordura de los científicos. Nos habían hablado de él como si de poesía se tratara, pero también como una ciencia exacta, explicándonos lo que produce en el cuerpo, lo que secreta en el cerebro y otras minucias. Estaba lleno de datos, pero carecía de pasión, por eso siempre me ha gustado más la versión de los poetas, con vacíos académicos pero rica en demencia. Lo novedoso de las millones de bacterias que nos pasamos al besar es que nunca nos habían hablado del deseo como si estudiáramos para ser bacteriólogos.
Y no importa que lavemos los alimentos y los platos, que nos limpiemos los dientes y usemos enjuague bucal, los microbios están ahí, listos para cambiar de hogar cuando dos bocas se juntan. Es el poder de la saliva. Así las cosas, besarse ya no es un asunto de perder el miedo, sino de perder el asco. De niños, cuando besarse era lo máximo, lo que nos excitaba no era lo novedoso de la situación sino los gérmenes que compartíamos.
Siempre dije que tus labios me sabían a algo, pero ni idea a qué. Hoy que lo sé, quiero todo lo tuyo, hasta tus bacilos. Cuando nos besábamos juraba que lo que me excitaba era hacerlo a escondidas, y agarrarte del pelo para traerte a mi cara, y sentir tu aliento y tus tetas contra mi pecho, y resulta que era culpa de los Streptococcus que
me regalabas.
Yo quiero tus 80 millones de bacterias y las demás porquerías que cargues. Nunca me cansé de besarte. Cuando lo hacía, te transmitía mi amor, pero también enfermedades que no matan. Nos estábamos asesinado de mentiras, haciéndonos inmunes para lo que vendría después. Yo te pasaba mis porquerías y tú las tuyas, ¿no te parece bello? Y a pesar de la inmundicia, yo me hallaba en tu boca. Tus besos me hacían sentir en casa. Tus besos eran mi casa.