entrevista

Esther Ventura de Rendón

Margarita Vidal, 14/7/2011

El presidente Juan Manuel Santos le impuso la Orden al Mérito Empresarial el pasado 14 de junio, en la Casa de Nariño, con motivo de la celebración del Centenario de Lafrancol, la casa farmacéutica más importante del país.

 
En ese momento, Esther Ventura sabía que coronaba no sólo el esfuerzo de sus mayores, sino el trabajo arduo, tesonero y creativo que ha realizado durante los últimos 35 años, desde el momento en que su padre, Roberto Ventura Pauly, le entregó el relevo de una aventura que su tío Bernard Pauly, consejero comercial del Gobierno francés, había decidido emprender cuando, en 1911, dejó sus elegantes oficinas del 36 Rue de Courcelles, en el corazón de París. Después de un largo viaje, su barco lo depositó en Puerto Colombia, muy cerca de Barranquilla, donde fundó su empresa. A su vez, Roberto lo había relevado a él de su tarea cuando, enamorado del Valle del Cauca, decidió trasladarse a Cali, en 1948. Se casó con Isabel Crispino, una espigada condiscípula de la Universidad Nacional de Bogotá, donde ambos estudiaron Química Farmacéutica, contra viento y marea, porque él era judío y ella católica. Tuvieron seis hijos y un matrimonio feliz hasta la muerte de Roberto, en el 2007. Esther se casó con Juan María Rendón, un pereirano de tuerca y tornillo, presidente de Ecopetrol en la presidencia de César Gaviria, un estratega formidable en el desarrollo de Lafrancol y condiscípulo suyo en la Universidad del Valle, donde ella estudiaba Ingeniería Química y él Ingeniería Industrial.

Dueña de una notable mente matemática, Esther estudió bachillerato en el Liceo Belalcázar de Cali, un colegio laico, famoso por su pénsum académico y por inculcar en sus alumnas disciplina, mística, capacidad de pensar, compromiso social, autoestima, seguridad en sí mismas y, sobre todo, la certeza absoluta de su propio valor como mujeres, profesionales, y factores decisorios dentro de la comunidad. En pocas palabras: las liceístas no sólo tienen carácter, sino, como dicen graciosamente en la Costa Caribe, “perrenque”. Todo eso, puesto al servicio de un trabajo incansable, le ha permitido a Esther Ventura, con el apoyo irrestricto de su marido, de algunos de sus hermanos y de una planta de 2.000 empleados directos y 8.000 indirectos, posicionar su laboratorio en el curubito del prestigio y el éxito empresarial.

Usted es famosa por su disciplina, ¿en su casa fueron muy estrictos?
Mi papá lo era tremendamente, pero muy cariñoso. No le gustaba que fuéramos vanidosas porque su interés era nuestro desarrollo intelectual y profesional. Hubiera querido –y así lo decía– meternos en una urna de cristal y por eso los noviazgos fueron difíciles. Nos estimulaba la lectura, el deporte y el espíritu de competencia. Todas las mujeres (cuatro) fuimos muy buenas nadadoras.

¿Cómo manejaron sus padres el tema de la religión?
Mi padre nunca quiso dejar su religión, ni que mi madre dejara la suya. Pudimos escoger cuál queríamos profesar. A los 8 años escogí ser católica, lo mismo que mis hermanos Roberto, Rosita, Miriam y Carmela. David, el mayor, escogió la judía. Mi papá consideraba que todas las religiones eran buenas y que lo importante era cumplir con sus preceptos y ritos. Cuando yo estudiaba en Michigan, me escribía recordándome ir a misa y comulgar.

¿Cuál fue la influencia de su mamá, católica y profesional, cuando las mujeres ni soñaban con ir a la universidad?
Íbamos a misa todos los domingos. Ella siempre ha ejercido su religión sin fanatismos. Es una mujer de una mente muy abierta, yo diría que librepensadora, y eso nos despejó el horizonte. Abrió, junto con Esmeralda Arboleda, el camino a las colombianas que posteriormente quisieron entrar a la universidad.

Usted abrió camino en la facultad de Ingeniería de la Universidad del Valle y fue docente. ¿Le gustó enseñar?
Me encantó. Durante siete años, fui profesora de Matemáticas Aplicadas: estadística, probabilidades, teoría de inventarios, procesos estocásticos, modelos de organización y otras. Hice un posgrado en de Michigan y regresé de Estados Unidos para crear el magíster en Ingeniería Industrial en la Universidad del Valle, con Juan María, mi marido, que era el jefe del departamento de Información y Sistemas.

Entiendo que fue compañera de Antonio Navarro Wolf, ¿cómo era la movida en Univalle?
Una época inolvidable. Habíamos creado el Centro de Investigación de Sistemas para Bienestar Social (Cinbs), y trabajábamos con la Fundación Rockefeller y un profesor de la Universidad de Michigan, elaborando sistemas matemáticos aplicables a diversas variables, en función del bienestar social. Allí entraron, en un momento dado, Antonio Navarro Wolf y otras personas que después se fueron a la guerrilla. Era muy estimulante ese trabajo porque, recién graduados, nos sentíamos arreglando el mundo y contribuyendo a mejorar el problema social que, desde siempre, aqueja a Colombia. Desafortunadamente, en ese momento reventaron escándalos como el de las llamadas ‘cárceles del pueblo’, a las que éramos totalmente ajenos. Nunca tuvimos información al respecto, y mucho menos participación, y el grupo se desbarató.

¿Cómo dejó la docencia para dirigir la empresa familiar?
Mi papá ya estaba un poco cansado y las cosas no marchaban muy bien. Juan María estaba en la junta y me dijo que en vez de estar haciendo “la revolución” en la universidad tratara de enderezar la empresa. Acepté y, simultáneamente, líderes vallecaucanos como Harold Zangen, Ernesto De Lima, Gustavo Gómez y Jorge Herrera, me llamaron para integrar la junta directiva de la Cámara de Comercio de Cali. Fui la primera mujer en la junta de una Cámara de Comercio del país.

¿Cómo le cayó que su hijo Juan se dedicara al cine en vez de vincularse a Lafrancol?
(Risas). Me pareció terrible, porque Juancho es excelente para las matemáticas y no entendía que no sintiera atracción por el mundo empresarial. Fue duro, pensaba que ese ‘hobby’ lo iba a aburrir. Pero me di cuenta de que es una verdadera vocación, que es buen escritor, buen guionista y un apasionado por el cine. Estudió Economía para darnos gusto, nos entregó el diploma y dijo en forma inapelable: “Ya cumplí con ustedes, ahora voy a hacer lo que me gusta”. Y me volví cineasta para poder opinar y saber en qué está nuestro hijo, al que le damos un apoyo total.

Su hija Adriana también estudió Economía en Duke University, vive en Estados Unidos, está desarrollando una patente, tiene tres niños y es una deportista consumada, ¿cómo hace?
Es muy organizada y más disciplinada que yo, además, una mamá estupenda que organiza tan bien sus horarios, que le queda tiempo para hacer triatlón: ciclismo, natación y atletismo, lo cual le significa un esfuerzo de doce horas seguidas cada vez que hay una competencia… A mí me parece agotador, pero a ella le fascina.

¿Cómo ha logrado llevar a su empresa a un punto tan alto?
Tenemos una responsabilidad social con nuestros 2.000 empleados y sus familias, para seguir desarrollándonos de tal manera, que esos empleos sean sostenibles, que podamos crear más puestos de trabajo, más bienestar, más desarrollo económico. Lo más importante de las empresas es la gente, a la cual hay que estimular y apoyar en sus buenas iniciativas.

Entiendo que son muy activos en el tema de los embarazos no deseados…
Como elaboramos productos hormonales y anticonceptivos, nos interesa participar de las campañas para que la gente los use adecuadamente. Que las mujeres conozcan su cuerpo y se protejan, para que su proyecto de vida no quede anulado de la noche a la mañana por un embarazo no deseado. También tenemos una responsabilidad con el medio ambiente y con el desarrollo del país. Colombia no tendrá tranquilidad hasta que cada colombiano tenga un empleo que le procure salud, educación y vivienda a su familia, en una forma digna.

¿Por qué es tan importante fortalecer la industria farmacéutica?
Para tener un aliado en el sistema de salud y mejores precios, y para controlar emergencias, por ejemplo, la gripa AH1N1. Ante la alarma mundial los medicamentos se agotan y, obviamente, a Colombia nadie le va a hacer el favor de guardarle un cupo.
Una industria nacional capaz de abastecer al país en este tipo de coyunturas es fundamental. Ahora bien, el futuro de la industria farmacéutica está en los productos de origen biotecnológico, y uno de mis planteamientos es que su reglamentación debe facilitarle a la industria nacional la investigación y producción en este campo.

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