Aunque insistamos en la igualdad de géneros, la naturaleza nos hizo diferentes, y nada lo evidencia más que el momento de ir a un baño público. Si todavía se pregunta por qué la fila de las damas siempre parece interminable, los expertos en la materia le explican este fenómeno cotidiano que maltrata a las vejigas femeninas.
¿Por qué las mujeres van juntas al baño? Quien busque este interrogante en Google encontrará más de medio millón de resultados, en su mayoría chistes de tinte machista. “Para tener con quien hablar mientras uno se encuentra haciendo una cola interminable”, podría responder usted enojada, si a pesar de haber estado apremiada por una urgencia sanitaria, tuvo que aguantarse las ganas un buen rato mientras veía cómo la cabina de caballeros se abría y cerraba a gran velocidad.
Esa escena se repite en cines, teatros, estadios, bares, y no falta la osada que decide escapar a su destino, haciendo caso omiso del símbolo identificador de un muñequito en pantalones en la puerta contigua.
Tomar esa medida desesperada no a todas les ha resultado fácil: en 1990
una valiente llamada Denise Wells se volvió protagonista de las
noticias en Estados Unidos, pues fue detenida por violar las normas
jurídicas cuando oficiales la pillaron infiltrándose en territorio
masculino. El hecho ocurrió durante un concierto en un auditorio de
Houston con capacidad para 17.000 personas. Felizmente, fue declarada
“no culpable”, pues los testigos confirmaron que la fila de damas
superaba las 20.
Sin ir muy lejos en el tiempo, hace pocos meses un grupo de activistas chinas que ocupaban baños de caballeros a manera de protesta, debido a la insuficiencia de instalaciones para ellas, fueron arrestadas por provocar inestabilidad social.
Aunque lo que suceda de puertas para adentro pertenezca a la esfera de lo privado, los baños públicos, haciéndole honor a su nombre, se han convertido en un tema de debate especialmente para el feminismo. Por mucho tiempo la academia lo consideró un tabú, quizá le parecía un asunto incómodo y sucio, como lo reseña el libro Ladies and Gents: Public Toilet and Gender.
Sin embargo, en la actualidad existen amplios estudios dedicados a indagar por qué, por ejemplo, en el siglo XXI siguen siendo uno de los pocos espacios abiertamente segregados con base en el género. Y es que más que inodoros y orinales, son un espejo de la manera en que se construyen e interpretan las identidades sociales y un reflejo de la discriminación.
Algunas investigaciones muestran que en la tarea de desocupar sus vejigas, ellas tardan en promedio entre 80 y 97 segundos, el doble de los 32 a 47 que les toma a ellos. Las razones incluyen diferencias culturales pero también biológicas: el cronómetro corre mientras se despojan de varias capas de ropa en un cubículo estrecho, acomodan la cartera, muchas veces hacen equilibrio para no tocar la tasa, buscan el papel higiénico y vuelven a ajustar su vestimenta.
Aunque se sabe que muchos hombres padecen un trastorno denominado paruresis, que describen como la vergüenza de compartir el baño con extraños, también es cierto que por lo general son menos reacios a “hacer pipí” en un espacio abierto porque pueden lograrlo mirando hacia la pared, de pie, con solo bajar la cremallera.
Por otra parte, las mujeres son más propensas a sufrir de incontinencia e infecciones. Se estima que en cualquier momento, un cuarto de las que se encuentran en edad adulta está menstruando, las embarazadas tienen más urgencias, y las mamás suelen ser las encargadas de acompañar a los niños a hacer sus necesidades.
Para la profesora Sheila Cavanagh, autora del libro Queering Bathrooms, se trata de un asunto serio de derechos humanos: “Cuando uno opta por limitar el consumo de líquidos, o aguanta las ganas de orinar por largos períodos, está comprometiendo su salud”. No puede sonar más sincero el grito de auxilio: “No silencien mi vejiga”, que es el eslogan de una campaña belga.
Imagen: Sean. Via Flickr.
Parece paradójico, pero destinar igual número de metros cuadrados a los baños de ambos géneros está lejos de ser garantía de un trato justo. “¿Se trata de dar exactamente lo mismo a todos, o de equidad?”, cuestiona la doctora Judith Plaskow, experta en teología feminista del Manhattan College. “A menudo, aunque el área sea exacta, entre los orinales (que ocupan menos espacio) y los compartimentos cerrados, los hombres tienen más facilidades en cualquier edificio”.
Eso sin contar con que es común que la zona femenina se reduzca por cuenta de los cambiadores de bebé, espejos más grandes y quizá algún sofá decorativo. Tener la misma cantidad de cabinas con inodoros tampoco equilibraría del todo la balanza. “La pregunta debería ser, ¿qué diseño permitiría a las mujeres lograr una velocidad de acceso semejante a la de ellos? Se ha encontrado que la proporción ideal sería 2 o hasta 3 baños de damas por uno para caballeros”. Quizá con una distribución asimétrica se logre la igualdad de oportunidades.
“Se debe buscar la manera de proteger el derecho de todos a un trato justo, y las largas filas para entrar al baño de damas demuestran que no es así para ellas”, afirmó a FUCSIA John Banzhaf III, profesor de la facultad de leyes de la Universidad George Washington, quien ha sido llamado el padre de la Potty Parity, como se le llama en Estados Unidos a la lucha por la igualdad de derechos a la hora de evacuar.
“Estamos avanzando lentamente. En la mayoría de estados no se ha hecho nada. En algunos, se ha reglamentado que las mujeres al menos tengan el mismo número de servicios que los hombres, pero esa medida no resuelve el problema completamente y solo aplica a los nuevos edificios. En otras jurisdicciones el requerimiento es que ellas tengan el doble”.
No faltan los hombres que ven en estas medidas una amenaza, pues han probado no ser tan pacientes cuando les toca el turno de esperar. Por ejemplo, gracias a las protestas de los asistentes del estadio Soldier Field de Chicago, cinco baños de damas pasaron a ser dominio de los caballeros. “Abundan los que instan a las mujeres a vestirse de maneras más sencillas, para lograr su misma eficiencia”, comenta el abogado.
El androcentrismo (o mejor, machocentrismo) se hace aún más evidente “cuando incluso se promocionan en el mercado productos para que ellas puedan orinar como ellos”. Femway y Stand Up hacen parte de la lista de accesorios que, en forma de conos ajustables a los genitales, ofrecen la posibilidad de cumplir el sueño de algunas de no tener que sentarse.
¿Acaso la solución estaría en imitar al sexo opuesto? ¿Y qué tal si más bien ellos intentan orinar como ellas? Así lo propusieron en una oportunidad feministas alemanas cuando colgaron en baños de varones carteles en los que se leía: “Aquí se orina sentado”, convencidas de que con esa práctica mataban dos pájaros de un tiro. Los hombres por fin dejarían de salpicar la taza, y de paso se facilitaría la limpieza, que generalmente está a cargo de personal femenino. Pero a muchos la sola idea les parece un atentado a su masculinidad.
No es casualidad que así sea, después de todo, en cierta medida, históricamente el mundo ha sido pensado por hombres para hombres. “En la mayoría de culturas, son ellos quienes han dominado los campos de la planeación, arquitectura, ingeniería, la contratación y el gobierno, y eso se refleja en el diseño de ciudades y espacios públicos. Solo recientemente nuestra voz en estas áreas empezó a ser escuchada”, señala la experta de la Universidad de Illinois, Kathryn Anthony.
En materia de sanitarios, la comunidad transgénero también se está haciendo sentir. “Si tu identidad no encaja con la señal de la puerta, estás más propenso a experimentar acoso y discriminación. Eso es ponerle cadenas a la función de la vejiga”, agrega Cavanagh. ¿Por qué, si se volvió ilegal separar baños con base en el color de la piel, no ha sucedido lo mismo respecto al sexo? ¿Por qué en los aviones los retretes sí son unisex?
La sensación de seguridad de las mujeres suele ser el principal argumento en favor de este tipo de segregación. “Al respecto hay que anotar que los espacios diferenciados por género no las protegen de la violencia, y en realidad son menos confiables que los diseños inclusivos”.
En 2012, en Nueva York, se permitió a los restaurantes y cafeterías de 30 o menos comensales, que solo tuvieran dos cabinas, y hacerlas mixtas, y hoy los especialistas coinciden en que aumentar el número de instalaciones compartidas reduciría los tiempos de espera y facilitaría la labor de quienes tienen a su cargo el cuidado de una persona del sexo opuesto (un niño pequeño, una persona en silla de ruedas, un padre con Alzheimer).
Unos apuntan a que estos baños conjuntos deberían tener puertas cerradas de piso a techo para mantener la privacidad; otros advierten que, en todo caso, por la comodidad del público no es conveniente erradicar los baños diferenciados, y que en los grandes eventos sería ideal considerar la proporción en asistencia de hombres y mujeres para destinar más servicios a la mayoría. Pero la conclusión, como lo expresa el sociólogo Harvey Molotch, es que para ofrecer equidad hay que reconocer la diferencia. “No basta para nada con repetir la típica frase de que ‘todos somos iguales’, porque no es así”.
Cuando las diferencias sí importan:
Recientemente salió a la luz otro tipo de sexismo: en la mayoría de edificios, el aire acondicionado está calibrado a partir de una fórmula que usa las tasas metabólicas masculinas y su producción de calor. Ya hay una explicación para aquellas que no entienden sus ganas de arroparse en la oficina o en los teatros, mientras sus compañeros parecen disfrutar del verano.
Lo peor es que el frío puede afectar la circulación, la presión y las vías respiratorias. Pero no solo está en riesgo la salud, sino también el puesto, pues se disminuye la productividad y se cometen más errores de escritura. “Esta investigación permite entender las diferencias en cuanto a las preferencias de temperatura, y demuestra que no solo se debe considerar un valor estándar masculino”, expresó a esta revista el biofísico Boris Kingma, uno de los autores del estudio.
“Los hombres están en el centro como avatars de toda la humanidad”, explica la escritora Soraya Chemaly, dedicada a señalar los absurdos de la cultura de género: “Por ejemplo, los nuevos corazones artificiales son adecuados para la cavidad torácica del 86 por ciento de ellos, y solo el 20 por ciento de mujeres. Hasta el 2003 los dummies que se usaban para realizar los tests de los cinturones de seguridad no tenían formas femeninas, lo que implicaba que no estábamos suficientemente protegidas en caso de accidente automovilístico”.
En 1992, la sicóloga social Carol Travis publicó en su libro, The Mismeasure of Women, pruebas de laboratorio realizadas solo en hombres, para analizar los efectos de drogas que buscaban ayudar a pacientes con cáncer de seno. Aunque la enfermedad cardiovascular es la principal causa de mortalidad entre las mujeres, únicamente un tercio de los ensayos clínicos se hacen con ellas. Y para rematar, los smarthphones son diseñados con base en manos masculinas.
La identificación de los baños por género es una invención de occidente, y el primero de estas características del que se tiene registro data de 1739 y fue ubicado en París. Antes o eran neutrales o para uso exclusivo de los hombres. Para Barbara Penner, catedrática en historia de la arquitectura, la forma en la que se ha llevado a cabo su distribución en las urbes es una referencia del acceso femenino a la esfera pública, “físicamente, porque su existencia facilita la movilidad de las mujeres; y de manera simbólica, porque envían un claro mensaje de su derecho a estar en la calle”, y no limitadas al ámbito doméstico. El camino para ser reconocidas como ciudadanas y fuerza laboral pasa por el excusado. La escuela de Medicina de Yale, y la de Leyes de Harvard, habrían utilizado la falta de lavabos para damas como una excusa para no admitirlas en sus aulas.
California fue el primer estado norteamericano en pasar leyes para proteger a las mujeres de las largas colas frente al baño, disponiendo tres para damas, por cada dos de caballeros. El responsable de esta iniciativa fue el senador Art Torres, quien en 1987 se aburrió de esperar a su esposa e hija durante un concierto. En Texas, a su colega Gonzalo Barrientos se le ocurrió hacer lo mismo luego de que su acompañante tuviera que aguantar 45 minutos la tortuosa fila sin fin en un festival.
El primer baño adyacente a la Cámara del Senado en el Capitolio fue establecido en 1992. Hasta entonces, a riesgo de perder una votación importante, las congresistas tenían que bajar al baño de turistas. El docente de derecho de interés público, John Banzhaf III, presentó una denuncia judicial para poner fin a la “discriminación sexual ilegal” y a la “violación al derecho constitucional de igualdad de protección” en la Cámara de Representantes, que solo hasta 2011 tuvo baño femenino contiguo: “Aunque la presidenta de la institución era Nancy Pelosi, llegó a verse obligada a orinar en una taza de café durante una sesión”. Esa carencia reflejaba la larga ausencia de las mujeres en instituciones de poder.
El tema ha cobrado tal importancia que fue creada la World Toilet Organization, y se instituyó el 19 de noviembre como el día mundial del baño, con el objetivo de llamar la atención sobre las inequidades: la falta de sanitarios adecuados afecta a 2.500 millones de personas a nivel global, en su mayoría mujeres y niñas. “En India, Ghana y Kenia, son ellas quienes sufren las desventajas del diseño: las jovencitas que tienen la menstruación faltan a clases o las abandonan por completo porque no hay suficientes baños para ellas”, destaca la profesora de arquitectura Kathryn Anthony.
En Nueva Delhi, en 2009, una investigación reportó que había 1.534 baños públicos para hombres y solo 132 para mujeres. Y todavía en muchos lugares, ingresar a un baño de damas tiene costo, porque deben pagar la cuenta de cobro impuesta por su anatomía, pues requieren agua y papel higiénico, que no se consideraba esenciales en los orinales.