Es una palabra que ha servido para vagos discursos institucionales o para discursos que implican un camino que no se aplica a todas las industrias de maneras totalizantes.
En el marco de Colombiatex 2023 se puede ver que, aunque se habla de sostenibilidad desde hace varias décadas por parte de la industria de la moda en el norte global, esta palabra se tiende a usar como un discurso en una sola vía. Esto, porque a pesar de las innovaciones que muestran industrias de la “periferia” se sigue pensando en vías y mecanismos de consumo y producción que no siempre aplican para estas.
Si bien hace falta un estudio serio y concienzudo de cómo se consume moda rápida en las industrias de moda latina, africana y asiática y qué se hace en términos de sostenibilidad en cada mercado que abarca (y al menos en Colombia estos esfuerzos deberían reunirse con la academia, las instituciones de moda y el sector privado y espero que para 2050 esto no siga siendo un sueño), es loable ver cómo marcas grandes y pequeñas idean tecnologías para producir sus propios textiles, para producir menos residuos, para ayudar a comunidades vulnerables y así transformar comunidades y ecosistemas amenazados. Y de esto se trata: ser totalmente sostenible es casi como una imposición de santidad en cualquier industria creativa, casi imposible, por lo que los esfuerzos en ese sentido pueden llegar a ser un avance, o al menos una forma de ver una palabra tan sesgada.
“Claro”, dirán aquellos más radicales. “Pero las marcas fast fashion hacen greenwashing, ¿esto también es válido, fingir que son sostenibles cuando no lo son?”. No se trata de fingir, sino de no dejar de demonizar un negocio que muy a pesar de documentales como el de The True Cost, muy a pesar de cifras escabrosas —es famoso el TikTok donde varias europeas se enteran de cuánto ganan los trabajadores de Shein por pieza, por ejemplo— y muy a pesar de hechos escalofriantes (como las montañas de desperdicios de ropa en el desierto de Atacama, por ejemplo), no se va a acabar.
De hecho, va en alza. Pero en lugares donde el dólar no llega a la estratósfera, porque estas marcas por varios factores económicos son de lujo y bastante aspiracionales. Entonces el problema no es el fast fashion, sino las formas de producir y el cómo, y también la conformación de cómo se consume y qué en un país en el que la moda apenas se comienza a estudiar.
El año pasado, Fashion Revolution protagonizó, en este sentido, un penoso episodio con la industria colombiana. Manifiesta, la marca de excombatientes, de pronto se vio acusada de no ser lo ‘suficientemente sostenible’ porque no usa telas de algodón orgánico, como si una marca hecha con las uñas y con miembros de un grupo político al que aún asesinan en Colombia se pudiera dar el lujo de hacerlo, producirlo y transformarlo.
Claro, la industria salió en defensa de la marca y esta es la hora en que una organización que debería enseñar cambios de paradigmas es una paria social en este país, pero ahí va el punto: ¿por qué seguir enfocando lo sostenible en condenar al consumidor por no poder usar cosas que pueden costarle medio salario si hablamos de países latinoamericanos? ¿Por qué seguir dando mensajes de que lo único sostenible es el diseño de autor y con ciertas características especiales? Que sí, está bien, y es maravilloso, pero, ¿con esta economía? ¿luego de pandemia? ¿en un país donde la mitad de las personas son pobres? Es hora de aterrizar: cada marca, desde las fabulosas GEF, Punto Blanco y demás pertenecientes al grupo Crystal, donde han creado sistemas de reutilización de residuos, de prendas y de proceso más sostenibles, hasta las emergentes como Manifiesta, que han transformado contextos sociopolíticos, muestran que la sostenibilidad no tiene un camino, y que obedecen a demandas no solamente éticas, sino las que pide un consumidor de una industria particular. También es importante saber que esto es difícilmente cuantificable, pero sí debe ser notado cuando se ha hablado por diez años de un discurso que claramente sí aplica para ciertos contextos del norte global (y aún ni siquiera se unifican estos datos), pero no en el sur.
Esto es lo que sabe incluso la ONU, que preocupada por el tema, decidió hablar con periodistas de todo el planeta para abordarlo. Y si bien se discutieron puntos como el de la “moda lenta” (que es una manera bastante romántica para hablar del diseño de autor en un mundo donde muy pocas personas pueden permitírselo, la verdad), y también el de sostenibilidad, tal y como muchas agencias de tendencias lo hacen cada año, no se habla de industrias periféricas que han encontrado otras maneras de ser más responsables con sus propios entornos.
Y cómo el norte también debería aprender de ellas, en la medida que han podido aplicar a sus propios contextos y de maneras ingeniosas, creativas y rentables, una forma de ser sostenibles poniendo un granito de arena que poco a poco va llenando el vaso sin necesidad de caer en la grandilocuencia, sino con el realismo que le falta a la causa para plantarse de una vez por todas; estudiar en vez de arengar y aplicar soluciones diversas, holísticas y, sobre todo, sensatas. Tal y como lo vemos en Colombiatex 2023.
*Las opiniones dadas por Luz Lancheros no representan la posición de la revista Fucsia.