¿Quién es Françoise Bettencourt y de dónde viene su fortuna? Una historia de emprendimiento y exito con aire intelectual y artístico.
Tenía todo para ser famosa, para aparecer en las revistas del jet-set, para codearse con los políticos importantes, para casarse con un hombre adinerado, para ser perseguida por los paparazis y tal vez protagonizar algún escándalo por cuenta de sus amores y desamores. Para aparecer en público siempre vestida con trajes de los mejores diseñadores del mundo y gastar fortunas en gustos extravagantes. Pero no, Françoise Bettencourt, hija de Liliane Bettencourt, dueña de L’Oréal y hasta su muerte, el mes pasado, la mujer más rica del planeta con una fortuna valorada en 39.500 millones de dólares según Forbes, prefirió la discreción del mundo intelectual y artístico, con sus pasiones por el piano y la escritura.
Su rostro, su vida y sus hijos se hicieron más populares en Francia por cuenta del pleito legal que ella, hija única, inició para defender los intereses económicos de su familia de los abusos económicos que, según ella, empleados, colaboradores y personas cercanas estaban cometiendo contra su madre, ya anciana y con Alzheimer. El principal antagonista en esta historia, que los franceses siguieron en los medios como si fuera una novela y que terminó afectando al Elíseo, fue Marie Banier, escritor ocasional y fotógrafo de revistas como The New Yorker y Vanity Fair quien se ganó los afectos de Liliane —incluso llegó a llamarlo su hijo adoptivo— y recibió de ella regalos hasta por 1.000 millones de euros, en efectivo y en obras de arte de pintores como Matisse y Picasso. Liliane y su protegido viajaban juntos y las malas lenguas lo definían como un vividor exigente que llevaba una vida de lujos con su pareja gracias a la dueña de L’Oréal, porque ella era incapaz de negarle algo.
Para Françoise, él se estaba aprovechando de la senilidad de su anciana madre y decidida a demostrar ante los estrados que no estaba en sus cabales, le ordenó al mayordomo de Liliane grabar las conversaciones de su madre. Fue así como descubrió charlas con el notario de la familia en las que ella quería cambiar el testamento para incluir al fotógrafo entre los herederos. Las cuentas de la mujer más rica del mundo se ventilaron en Francia hasta el punto de circular información sobre una posible financiación ilegal de L’Oréal a la campaña presidencial de Nicolás Sarkozy.
Al final de todo este entramado, el presidente de Francia salió ileso, el fotógrafo fue condenado a pagar 2 años y 5 meses de prisión, una multa de 350.000 euros y 158 millones más a Françoise como indemnización; la relación entre madre e hija quedó deteriorada. En una carta que Liliane le envió al fotógrafo recién quedó viuda, en 2007, se preguntaba por qué su hija la odiaba. “Refugiada en las sonatas de Bach, ya ni siquiera me pasa la mano por el hombro”, escribió. La distancia llegó a tal punto que en medio de los litigios se refirió públicamente a su hija como “una pesada”. Su actitud era muy desconcertante para una madre que cuando su niña pequeña salía a pasear por París la enviaba con un guardaespaldas porque temía que fuera secuestrada y la menor era tan apegada a su madre que la llamaban ‘el mejillón en la roca’. Al final, las dos mujeres se reconciliaron.
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Liliane y André Bettencourt
La fortuna
Liliane había heredado el negocio de su padre Eugène Schueller, un químico que inventó un tinte para el cabello que dio origen a lo que se convertiría en el emporio cosmético L’Oréal. Huérfana de madre a los 5 años, comenzó a aprender desde muy joven sobre los negocios de su padre, pero una tuberculosis la alejó de Francia para recuperarse en Suiza donde conoció a André Bettencourt, su futuro esposo. Con ese matrimonio, ella ingresó también al mundo de la política. Juntos conformaron una pareja millonaria, hermosa y exitosa.
Su marido empezó a trabajar en el negocio familiar, pero ella nunca se alejó del todo. “Participó en todas las grandes decisiones”, declaró en una oportunidad. Algunas de estas decisiones definitivas fueron las compras de Garnier, Lancôme y Biotherm.
Su vida fue color de rosa hasta cuando enviudó y comenzaron los disgustos con su hija, una niña mimada que había estudiado en el colegio franco-estadounidense Marymount en Neuilly, comunidad perteneciente al área metropolitana de París, donde siempre vivieron las dos, primero juntas en el palacete materno y luego Françoise por su lado en el dúplex que su madre le regaló.
Antes del escándalo, Françoise era más conocida por sus libros sobre mitología y religión. De hecho, uno de ellos, Las trompetas de Jericó, que trata sobre las raíces comunes entre el judaísmo y el cristianismo, ganó el premio literario de los Lauriers Verts en 2009.
Su acercamiento al judaísmo llegó por cuenta de su matrimonio con Jean-Pierre Meyers, miembro de una de las comunidades judías más poderosas de Francia e hijo de un rabino, relación que significó en su momento un enfrentamiento con sus padres. Cuando joven, André Bettencourt había sido miembro del grupo fascista La Cagoule, creado precisamente por Eugène Schueller, fundador de L’Oréal. El padre de Françoise fue luego ministro en dos gobiernos franceses y recibió medallas de honor por su valor en la Resistencia.
A pesar de su pasado político, no pudo evitar que su hija de 19 años se enamorara de un judío de 23 y que su matrimonio se concretara en 1984. El esposo de Françoise también entró a formar parte de la junta administradora del negocio familiar y ella, aunque también está en esta, se dedicó más a sus pasiones intelectuales, y a llevar una vida discreta y sin lujos. Los medios franceses cuentan que viaja siempre en líneas comerciales, que no es extraño verla pasear en leggings por la calle y que su único gasto subido de tono es pagar 105 euros por un plato en el restaurante chino-japonés Tong Yen, cerca de los campos Elíseos.
Françoise con su hijo Jean-Victor Bettencourt-Meyers
Ahora, a los 64 años, se ha convertido en la segunda mujer más rica del mundo después de Alice Walton, de los supermercados Walmart de Estados Unidos. Ya no ostenta el primer puesto que ocupó su madre pues del total de la herencia recibió dos tercios y el otro tercio quedó en manos de sus dos hijos, Jean Victor y Nicolas. Esta repartición estaba acordada desde 1992, cuando Liliane decidió solucionar los problemas de su herencia y hacer uso del derecho de usufructo de sus acciones. Según Le Monde, todas las acciones están agrupadas en el grupo financiero familiar Thétys, principal accionista de L’Oréal, con una participación de 33,05 por ciento.
Y aún con este escalafón en el número de los millonarios del mundo, al parecer sus decisiones empresariales deberá discutirlas con su hijo mayor, Jean Victor, quien desde los 25 años y luego del escándalo por los robos a su abuela, quedó al frente de la empresa para poder dirigirla con una mirada ajena a los problemas familiares. Probablemente Françoise maneje esta situación con la misma discreción que ha llevado en su vida y que se nota en su rostro, siempre con un sutil y delicado maquillaje.
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