Fue la mujer incondicional que acompañó y motivó la creatividad de Gabriel García Márquez durante los 56 años que compartieron. A la Gaba le debemos que él nunca dejara que el tintineo de la máquina de escribir se agotara.
Gabo y Mercedes. Foto: AP
Juntos superaron las precariedades del retiro literario y forzoso que asoló al escritor mientras, encerrados ambos en la casa de Ciudad de México, gestaba su novela cumbre, Cien años de soledad. “Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Mercedes logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne; el panadero, el pan; y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Tú ya sabes la cantidad de locuras que ella me ha aguantado”, le confesó Gabo a su amigo Plinio Apuleyo en una de las conversaciones íntimas que darían forma a El olor de la guayaba.
La Gaba se preocupó porque a la mente brillante de su marido no le faltasen los folios sobre los que posar las teclas raídas de la máquina de escribir; para que el ruido persistente de la tinta chocando contra el papel no sucumbiese a las necesidades económicas del hogar. A Mercedes hay que reconocerle el mérito de que el premio Nobel pudiese culminar la historia magistral de los Buendía, y que el universo literario ganase un nuevo y magistral integrante entre sus filas.
“Siempre he dicho que Mercedes es la gran novela de Gabo. Una mujer absolutamente incondicional. Como pareja eran el complemento perfecto: ella tenía los pies en la tierra, mientras Gabo, para dicha de todos, era la fantasía”. Así describía a la Gaba Rodrigo Castaño Valencia, amigo incondicional del escritor colombiano más grande de todos los tiempos.
Y en efecto, Mercedes Barcha fue el sustento de su marido durante más de cinco décadas. Se preocupó de los quehaceres diarios, como la crianza de los dos hijos que tuvieron en común, Rodrigo y Gonzalo, y las preocupaciones mundanas para que su amado no aterrizara nunca del mundo de cretividad del que su mente se nutría para enfrentarse al temido papel en blanco. Ella fue la discreción, la sencillez y la sobriedad que escoltó en la sombra al hombre mortal destinado a convertirse en eterno a través del magistral empleo de las palabras.
De izq. a dcha. Gonzalo García Barcha, Mercedes Barcha y Rodrigo García Barcha en el homenaje a Gabo en México. Foto: AP