Luego de 1500 funciones y de presentarse en más de 12 países, la actriz superó uno de sus mayores miedos: fracasar en Viña del Mar. ¿Cómo logró conquistar al exigente público chileno?
FUCSIA: ¿Cómo recibió la invitación a Viña del Mar?
Alejandra Azcárate (A. A.): Me presenté por primera vez con mi monólogo en Santiago de Chile el año pasado. La función en el teatro Cine Arte Normandie se agotó y, al final, todo el público se puso de pie. Cuando regresé al camerino, me contactó uno de los productores de Chilevisión, que estaba entre los espectadores. Quería saber si podía postular mi guion para ser parte del festival... ¡Por supuesto acepté! A los quince días se lo mandé, pero pasaron casi cuatro meses sin saber nada. Finalmente me dijeron que mi monólogo había sido elegido y que querían contratarme. Eso es algo que mucha gente no sabe: no fue una invitación, fue una contratación.
¿Cómo fue la adaptación de ese guion?
A. A.: El monólogo original dura dos horas y debía reducirlo a 45 minutos. Traté de sintetizar en ese tiempo las partes ganadoras, sin que se perdiera el hilo conductor. Esa fue la primera tarea. Después trabajé junto a un productor de Chilevisión que me ayudó a cambiar modismos muy puntuales, aunque fui enfática en sostener que parte del reto estaba en seducir al público chileno con un trabajo netamente colombiano. No quería que se perdiera su esencia. Solo cambié cinco palabras, pues lo demás estaba escrito en un lenguaje universal.
¿Qué hizo antes de subir a la tarima? ¿Cómo se preparó para ese momento?
A. A.: Nunca me subo a un escenario sin antes rezar de rodillas. No le pido a Dios que la sala esté llena –afortunadamente casi siempre me pasa–, pero sí me encomiendo a mis muertos, que son mis ángeles de la guarda. Ya estaba arreglada, peinada, vestida y maquillada, solo me faltaban los tacones. Cuando me incliné para ponérmelos, se dañó la cremallera del vestido. Faltaba muy poco para entrar a escena y, de repente, apenas dos minutos de empezar, apareció una chica con aguja e hilo rojo, el mismo color de mi traje. ¡No lo podía creer! Me lo arregló en un segundo.
No iba a cantar, no tenía banda y estaba sola... ¿Tenía miedo?
A. A.: Los productores de Chilevisión me dijeron que no debía revelar mi miedo, porque el público de Viña del Mar es avasallador, y abuchear a los artistas en la categoría de monólogo teatral es una tradición popular. Hacía 20 años no se presentaba una actriz extranjera. La última fue la española Sara Sanders, quien recibió la desaprobación de los espectadores solo ocho minutos después de haber empezado su actuación.
Entonces, todo estaba dado para que las cosas salieran mal: la prensa chilena hace internamente ‘pollas’ sobre quién será el o la ‘pifiada’ del festival, y las apuestas iban por mí.
¿Qué cree que fue lo que hizo que se llevara las dos Gaviotas?
A. A.: Fue el conjunto de muchas cosas: un guion bien escrito, un lenguaje fácilmente digerible con el que demostré que no era necesario pisar el terreno de la grosería y de la palabra fácil. Por el contrario, expuse un espectáculo de nivel, con clase, con elegancia, con una puesta en escena muy sencilla, pero muy bonita. Fui cuidadosa con el vestuario, los accesorios, el maquillaje, las palabras y la gesticulación. Utilicé todo mi magnetismo actoral para que la gente me entendiera.
¿Cómo hace para llenar escenarios en todos los países y convertir el monólogo en algo tan universal?
A. A.: La naturaleza del monólogo es muy sensata, nunca concebí el espectáculo para llenar graderías. Escribí una obra de teatro porque hay mucha gente que debate que el ?stand up? no es un género teatral. La naturaleza del texto nació de la necesidad de transmitirle al mundo mi manera de percibir el plano emocional del ser humano sin ninguna pretensión. Cuando uno hace eso con verdad y honestidad logra la magia del factor de identificación. La gente hace un efecto de espejo, se ve exactamente retratada en su realidad.
Todo, además, desde su visión de mujer…
A. A.: He pisado terrenos que para otros serían ‘espinosísimos’ y pedregosos. El humor es un bálsamo divino para decir verdades sin herir susceptibilidades. Es una puesta en escena cínica de una mujer sarcástica, sin miedo y altiva, que no tiene filtro y no le interesa lo que piensen los demás. No me río en ningún momento, no me celebro lo que digo. Es una postura absolutamente insolente frente a la vida y esa es la gracia, por eso se llama Descárate.
¿Dónde nació la ironía de la Azcárate?
A. A.: Las personas que me conocen saben lo etérea, tranquila y dulce que soy. Pero desde niña mi manera de enfrentar el mundo ha sido a través de la ironía. Es una herramienta fantástica que me ha permitido, no sobrevivir, sino sobre-vivirme. Ha sido un mecanismo de defensa interesante, porque es una expresión o una figura retórica con la que uno dice diametralmente lo opuesto.
¿Qué es lo que más le gusta de su trabajo, al que le ha dedicado diez años de su vida?
A. A.: Lo más lindo es que cuando la gente termina de verlo, más allá de haberse reído, sale pensando y reflexionando. Es una obra que invita a tomar decisiones y al cambio. El gran mensaje, que además hago explícito, es que sean conscientes de que uno jamás puede permitirse tener una relación que le quite la alegría. Decirle al espectador de frente: ‘Mire, usted no puede escoger el sitio donde nace ni su familia o su tipo de sangre, pero su pareja sí‘.
¿Qué la hace reír?
A. A.: Curiosamente me hacen reír mucho la tragedia, la desgracia, los problemas y las situaciones que lo ponen a uno en un estado de vulnerabilidad. Me hacen morir de la risa las personas que tienen la capacidad de reírse de ellas mismas y de sus limitaciones. Adoro esa gente que tiene la habilidad de maximizar sus defectos y volver gigantes sus falencias.
¿Qué hace lejos de los escenarios, en su día a día?
A. A.: Viajar es una pasión que se ha convertido en parte de mi trabajo, porque escribo crónicas. Para mí es fundamental estar en movimiento todo el tiempo; detesto lo estático. La lectura es una disciplina que me enseñó mi papá y leer es viajar estando quieta. También voy mucho a teatro, por disciplina, y porque me interesa lo que pasa en el circuito. Soy muy de rumba, amo la salsa, me gusta la gente y conversar. No sé cocinar ni coser o montar en patines, pero hago cosas divertidas.
Si no estuviera haciendo esto, ¿a qué se dedicaría?
A. A.: A la investigación antropológica. Empecé a estudiar Derecho y Antropología, pero me fui a Boston y me gradué de Periodismo y Ciencia Política. También me gradué de Artes Escénicas en París. Me hubiera gustado estudiar Diseño de Modas; la moda es la expresión silenciosa de la personalidad, marca épocas, determina culturas, clasifica las maneras de pensar..