Mercedes Barcha, la eterna compañera de Gabo
Fue la mujer incondicional que acompañó y motivó la creatividad de Gabriel García Márquez durante los 56 años que compartieron. A la Gaba le debemos que él nunca dejara que el tintineo de la máquina de escribir se agotara.
Gabo tenía una intensa fijación por las mujeres. Admiración que encerró en toda su obra literaria, herramienta de la que se valió para encumbrar la figura femenina. A través de su brillante empleo de la semántica construyó personajes en los que circunscribió rasgos representativos de aquellas féminas de carne y hueso que le acompañaron a lo largo de su vida, como su abuela Tranquilina, a quien homenajeó en ‘Cien años de soledad’, a través del personaje de Úrsula Iguarán.
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Pero si hubo una mujer que marcó el antes y el después del premio Nobel y alentó su feroz vocación literaria y periodística con insumos de amor y vida hogareña, esa fue Mercedes Raquel Barcha Pardo. Su cómplice, amiga y amante, a quien el escritor y periodista conoció en un baile en Sucre en 1941, cuando ella apenas tenía 9 años de edad y él trece.
García Márquez supo enseguida que la Gaba, como se conoce cariñosamente a Mercedes desde que unió su vida con el que sería su marido, se convertiría en la mujer que le acompañaría por el resto de sus días, como recogió Gerarld Martin en la biografía Una vida. La pretensión del creador del utópico Macondo se materializó un 21 de marzo de 1958, en la iglesia del Perpetuo Socorro, en Barranquilla. Desde entonces, ninguno de los dos dejó a su compañero de travesía, un largo recorrido que se extendió por 56 años, hasta el fallecimiento este Jueves Santo de la parte creativa y soñadora de esta perfecta sociedad. Relataba Martin que “en Mercedes, Gabo eligió con absoluta determinación a una mujer de su propio entorno, alguien que entendía exactamente de dónde procedía y qué lo movía”.
Gabo y Mercedes. Foto: AP
Juntos superaron las precariedades del retiro literario y forzoso que asoló al escritor mientras, encerrados ambos en la casa de Ciudad de México, gestaba su novela cumbre, Cien años de soledad. “Cuando el dinero se acabó, ella no me dijo nada. Mercedes logró, no sé cómo, que el carnicero le fiara la carne; el panadero, el pan; y que el dueño del apartamento nos esperara nueve meses para pagarle el alquiler. Tú ya sabes la cantidad de locuras que ella me ha aguantado”, le confesó Gabo a su amigo Plinio Apuleyo en una de las conversaciones íntimas que darían forma a El olor de la guayaba.
La Gaba se preocupó porque a la mente brillante de su marido no le faltasen los folios sobre los que posar las teclas raídas de la máquina de escribir; para que el ruido persistente de la tinta chocando contra el papel no sucumbiese a las necesidades económicas del hogar. A Mercedes hay que reconocerle el mérito de que el premio Nobel pudiese culminar la historia magistral de los Buendía, y que el universo literario ganase un nuevo y magistral integrante entre sus filas.
“Siempre he dicho que Mercedes es la gran novela de Gabo. Una mujer absolutamente incondicional. Como pareja eran el complemento perfecto: ella tenía los pies en la tierra, mientras Gabo, para dicha de todos, era la fantasía”. Así describía a la Gaba Rodrigo Castaño Valencia, amigo incondicional del escritor colombiano más grande de todos los tiempos.
Y en efecto, Mercedes Barcha fue el sustento de su marido durante más de cinco décadas. Se preocupó de los quehaceres diarios, como la crianza de los dos hijos que tuvieron en común, Rodrigo y Gonzalo, y las preocupaciones mundanas para que su amado no aterrizara nunca del mundo de cretividad del que su mente se nutría para enfrentarse al temido papel en blanco. Ella fue la discreción, la sencillez y la sobriedad que escoltó en la sombra al hombre mortal destinado a convertirse en eterno a través del magistral empleo de las palabras.
De izq. a dcha. Gonzalo García Barcha, Mercedes Barcha y Rodrigo García Barcha en el homenaje a Gabo en México. Foto: AP