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Crónica | ¿Qué se siente ir a ver a la Selección sin que te guste el fútbol?
Periodista de Fucsia, jamás había ido a un partido de fútbol y quiso saber cómo era la experiencia y contó cómo le fue viendo a la Selección Colombia.
Cuando juega la “tricolor” millones de corazones vibran gracias a las jugadas de nuestras estrellas que con garra lo dejan todo en la cancha para que todos griten: “¡GOOOOOOOOL!” Euforia, gritos y arengas, hacen parte de la lista de cosas que los hinchas aman al ver un partido, que puede significarlo todo para sus vidas. De hecho, hasta hay película sobre esa pasión desenfrenada que genera el fútbol y que lleva al punto de la irracionalidad, la clásica ya “Pena Máxima”. Pero a diferencia de “Saúl, hermano”, donde este y su hermano lo pierden todo por la Selección Colombia… pues esa emoción no la he experimentado, ni de lejos.
De fútbol se poco: asumo que han pasado casi 30 años y en la memoria colectiva y deportiva del país no se olvida aquella goleada histórica ante Argentina. Básicamente “los peinaron”, porque según escuchaba a mi papá, en esa época era la bicampeona del mundo. Sí señores, estamos hablando del famoso 5-0 que tenía una nómina de lujo como “El Pibe” y Asprilla, que trajeron al país una alegría inmensa con la histórica clasificación al mundial de Estados Unidos 94. Y de ahí la Selección, hasta 2014, como mi memoria futbolística, cuesta abajo.
Seré sincera: eso es lo único que sé de este deporte. Nunca había ido a un partido de fútbol, hasta hoy. Justo recibí una invitación de parte de vivo, para el partido en donde se están jugando la ilusión de quizás pasar al mundial de Qatar, (eso me dijo un compañero de la oficina), porque hay que hacer milagros (en Colombia todo es un milagro, hasta esa es la premisa de Encanto), ya que no solo es ganarle a Bolivia hoy. Para colmo, hay que derrotar a Venezuela. ¿No hay una vela o una casa mágica para solucionar esto?
Camino al estadio no tuve problema. El sudor en las manos (y no solo por los 30 grados de temperatura en Barranquilla) y los nervios a flor de piel eran algo que ya había sentido antes, claro, no en un partido. La verdad es que nunca se me ha antojado estar presente en uno, al menos uno que no fuera de una Copa del Mundo.
Pero llegando al estadio me di cuenta de algo mágico: el partido empieza antes de los 90 minutos, porque lo pintoresco de que el fútbol se juegue en esta tierra es ver todo el ritual en conjunto. La gente acude casi en manada al lugar, familias completas poco a poco iban llenando el parqueadero con carros lujosos, motos, aerovans y buses, pero con algo en común: una cerveza en mano y claro, el celular para la selfie, porque como sabemos, si no hay foto, nunca nada existió.
Cuando entré al Metropolitano Roberto Meléndez estaba vacío, obviamente llegué temprano. Aunque no sabía donde debía estar sentada exactamente; pedí ayuda a un auxiliar para encontrar mi asiento, por lo que tuve que ‘agradecerle’ con un billete de 2.000 pesos. Pero una vez allí, ya en occidental alta, la fiesta comenzó. Y también las matemáticas: cerca de mi asiento estaban dos periodistas que empezaron a explicar todo lo que tenía que pasar para que una oleada de hinchas colombianos comenzara a comprar pasajes para Oriente Medio. Dijeron que la selección estaba séptima en la tabla de posiciones con 17 puntos y que únicamente un milagro, cambiaría el destino para lograr un cupo en el mundial (Casita, ¿dónde estás cuando te necesitamos?). Así que sin temor (y de metida) les pregunté cuál era la razón de lo que decían, y de manera muy amable me explicaron que solo una combinación de resultados podría acercar a Colombia con Qatar.
¡Ganar o ganar!, esa era la cuestión. Sin embargo, el equipo de Reinaldo Rueda llevaba siete partidos sin anotar un gol por lo que las posibilidades parecían ser escasas, pero como digo en situaciones difíciles, la esperanza es lo último que se pierde.
Ya, concéntrate. Es el minuto 00:00 y es imposible no sentirse conmovido al escuchar el himno de Colombia: literal como dicen en el reality de canto “me ericé”, ver a los jugadores entrar al campo de juego, “te amo Lucho”, “confío en James”. Tantos rostros aún con una ilusión que pende básicamente de un hilo. Todo eso me hizo pensar en lo duro que debe ser estar en sus zapatos cargando con una responsabilidad como la que tienen hoy y que así como pueden amarlos hoy, serán blanco de ataques por estar eliminados de nuevo. Minuto 39, jugada de Cuadrado a Lucho Díaz y gran dominio Tricolor. Sí, por fin, un gol. Mientras realizaban el cobro y como yo me sentía como niño en parque de diversiones, miraban absolutamente todo, ¡momento! algo llamó mi atención: los policías que cuidan las tribunas, ellos no pueden mirar hacia la cancha, ¿cómo es posible que no giren ni un segundo?. ¡Me perdí el gol por eso!.
De repente el estadio, con todos de pie celebrando, saltando, el piso parecía que estuviéramos en medio de un temblor. El medio tiempo fue increíble hasta bailaban sin música.
En el segundo tiempo, el juego se puso intenso y la entrada de Miguel Borja puso de pie a muchos. Ahora sí, él me regaló mi primer gol en el icónico estadio de Barranquilla. Y cuando el partido terminaba, llegó el tercero, era de no creer, ¡tres goles en 90 minutos!. Cuando todo ya estaba por terminar Borja hizo de nuevo lo suyo y anotó, pero se lo anularon (no entendí la razón), solo entendía la emoción, había júbilo, Colombia sigue en la pelea y la “fe sigue intacta”.
Estoy segura que volvería, es más me quedé con la tarea de aprender sobre el fuera de lugar, los tiros libres, cobros y todas esas cosas que hacen mucho más interesante poder entender este deporte que aunque es muy popular es incomprendido por muchos.